Finalmente volví de mi viaje de 9 días por la península itálica, llevándome una buena impresión del país en general. Eso sí, ha sido una estancia llena de imprevistos, curiosidades y extrañas situaciones que relataré a continuación.
INTRO
Eran las 6 de la tarde aproximadamente del día 22 de Julio de 2008 en el que iniciábamos el viaje al aeropuerto de Sevilla en el taxi de nuestro vecino. ¿Por qué ese medio de transporte tan atípico? Porque mi padre no estaba en esos momentos capacitado para conducir, al igual que mi madre, y yo aún no he conseguido mi permiso de conducir.
Nos montamos en el coche de este señor cuya profesión es obviamente la de taxista en lo que pensé que sería un gesto altruista por su parte, debido a nuestra aparatosa situación familiar.
En el taxi, mientras mi padre le ofrecía conversación al conductor, no pude resistir la tentación de dormir, algo no muy usual en mí teniendo en cuenta que hace años que no me gusta hacerlo exceptuando los sueños de un día para otro.
Al llegar, me di cuenta que mi padre le pagaba al taxista. Supuse que mi padre se habría negado a hacer el viaje sin contribuir económicamente a ello… Desde luego, tuve que heredar mi orgullo de alguien.
En el aeropuerto, al ir a facturar las maletas nos encontramos con el problema de que sólo permitían 15 Kgs por cada una, característica de Ryanair, compañía en la que os recomiendo no viajar, además de por este problema, porque su trato con las personas no es especialmente agradable. Teniendo en cuenta que una de las maletas se pasaba del peso establecido, solo cabía la solución de comprar una pequeña maleta donde guardar todo aquello que sobrecargaba a la otra. Después de tener cierto problema para acceder a las tiendas donde podíamos adquirir una, nos dimos cuenta de que los precios estaban por las nubes. Compramos una pequeña a regañadientes para abaratar costes y finalmente hicimos el transvase de ropa y demás equipaje a la nueva maleta.
Nos detuvimos a tomar algo en una cafetería y hay que decir que el dependiente era especialmente lento y además me miraba como una hiena hambrienta ante un trozo de carne cruda. Muy desagradable.
Tras esperar largas colas para subir al avión, nos subimos a él.
Me senté junto a dos muchachos italianos, Matteo y Nícola, oriundos de Cerdeña que me amenizaron el viaje. Nícola era el más joven y la verdad es que con él no hablé demasiado. En cambio con Matteo sí. Me dio buena impresión desde el primer momento y la verdad es que me atrapó con unos ojos de un color imposible: marrones verdiazulados que cambiaban de tonalidad con la luz. Tras dos horas y pico de vuelo, nos intercambiamos los móviles y nos despedimos.
Habíamos llegado a Pisa.
PISA
Hermosa ciudad, tranquila y acogedora, muy conocida por su torre inclinada, que me cautivó desde el primer momento. Tiene muchísimas facultades, se puede estudiar en ella prácticamente de todo. La envuelve un aura cálido y dulce que afecta también a sus habitantes y la hace idónea para pasar unos días sosegadamente. Las heladerías, puestos característicos de Italia, están colmadas de las cremas más exquisitas y exóticas. Hay que comentar también que los italianos deben de ser en general fumadores empedernidos, porque encontré estancos mientras paseaba (Los famosos “Tabacchi”) cada dos metros.
Al día siguiente de mi estancia en la ciudad, me subí a la torre inclinada, en la cual me mareé debido a la altura. Esto me resultó extraño, porque habiéndome subido a las zonas más altas de los castillos de Escocia que culminan las antiguas poblaciones escocesas o a lugares como la Torre Eiffel sin problemas, no me podía explicar por qué me había dado vértigo. Lo achaqué al hecho de subir durante 10 minutos aproximadamente la escalera de caracol torcida y resbaladiza que tienes que recorrer para subir a la parte más alta.
Después visité la catedral, para lo cual tuve que cubrirme con una tela azul semejante a un vestido que se ataba a la cintura. De ahí extraje la conclusión de que no entiendo a los italianos: Consideran un insulto que las mujeres entren con tirantes a sus catedrales, iglesias y demás centros religiosos porque lo consideran un acto pecaminoso, pero no les molesta que entremos con un vestido que se asemeja a una bolsa de basura…
¿Jodido, verdad? Eso es normal.
Poco más pude llevarme de la ciudad.
El asedio de los vendedores ambulantes. Que eso es digno de comentar.
Resulta que, claro, al ser tan turística la torre inclinada pues es un lugar perfecto para la venta ambulante. Había cerca de 40 vendedores, todos dispuestos a avasallarte con juguetes, relojes, bolsos, pulseras… eso sí, pasaba la policía y se esfumaban en 0,2. Y en cuanto la poli desaparecía, volvían de nuevo a sus puestos con mucha rapidez, como si tuvieran refugios subterráneos bajo la tierra o tuvieran la capacidad de hacerse invisibles…
Y poco más puedo contar, me quedé poco en esa ciudad.
FLORENCIA
Fui a ella en tren. Esta es la ciudad que peor va a salir parada de toda esta crónica, porque estuve tan sólo unas horas. Vi muchos de los mercados que se encuentran en ella, algunas obras de arte y di largos paseos. Como anécdota puedo contar que entré en un supermercado y allí había todas las clases de refresco Powerade que la mente humana pueda crear: Transparente de sabor exótico, verde de mango, rojo de naranja sangrienta (así se llamaba, lo juro), rosa de cereza… Mientras bicheaba por las estanterías me crucé con un italiano de mi edad que me lanzó unas miradas y unas sonrisas tan descaradas y pícaras que hizo que me sonrojara… hasta me guiñó un ojo.
Si es que los italianos…
Además a partir de ese día, no sé por qué, todo el mundo me empezó a decir por la calle eso de “Ciao, bella”. Vamos, que los italianos son conmigo como los españoles, sólo que los italianos son más elegantes y tienen bastante más encanto a la hora de decir piropos.
Otro tren… y me largué a Roma.
ROMA
La ciudad eterna. La gran ciudad de la que han llegado a decir que es inabarcable incluso en una vida humana. Al llegar, fuimos a coger un taxi, situación en el que los italianos hicieron gala de su astucia para hacer dinero. El hombre en cuestión que nos ofrecía el servicio nos pedía 40 euros por el traslado. Y como dice Zoidberg, “la caja dice que tararí”. Así que fuimos a coger otro. El muchacho nos llevó al hotel por 12 euros, precio bastante más razonable. Sin embargo, nos equivocamos de hotel. Mis padres tenían en mente ir a uno llamado “Hotel Nazionale” (o como se escriba) situado en la plaza Monte Citorio. Sin embargo, el hotel que había contratado mi padre se llamaba “Montecitorio”, así que tuvimos que redirigirnos hacia él. Cuando llegamos, vimos que era el hotel más raro que habíamos pisado hasta ahora. Estaba situado en un palacete, y la mitad estaba dedicado a la vivienda privada y la otra mitad se la repartían entre dos hoteles, uno de los cuales era Montecitorio.
El personal del hotel no me gustó nada, pero la habitación era nueva y estaba muy bien decorada (a excepción del cuadro de dos mujeres que tenía pinta siniestra a pesar de ser una escena jovial). Tras dejar las maletas fuimos a visitar la Fontana di Trevi, que es completamente alucinante. También estaba saturada de vendedores ambulantes, mucho peores que los de Pisa.
En Roma hay aún más policía que en Pisa, cada dos calles te encuentras un coche patrulla o agentes paseando por las calles, como los carabineri.
Al día siguiente fuimos al Coliseo, que me decepcionó un poco porque me lo esperaba más impresionante. Los turistas se contaban por miles y el calor apretaba bastante. Después del Coliseo vimos el Foro que estaba lleno de fuentes, al igual que toda la península itálica. Parece que los romanos, como los árabes, también tienen al agua como un bien muy preciado (muy inteligente por su parte, por cierto).
También visitamos el Moisés y el David, aunque no logro acertar qué día fue ese.
El tercer día fuimos al Vaticano. En un pequeño puesto me compré una botella de Fanta Negra. Sí, como lo lees. Fanta negra con sabor a mezcla de bitter kas con coca cola. Puaj. Tras visitar la Basílica de San Pedro (oro, mucho oro y arte y frescos y estatuas por todas partes) y ver la Piedad de Miguel Ángel, nos adentramos en los museos vaticanos, no sin antes ver la supuesta tumba de San Pedro, la del Papa Juan Pablo II y otros Papas. Es terrible que tanto imbécil, misógino, casanova hipócrita y/o pederasta esté allí enterrado con el mayor de los lujos, como si fueran héroes.
Lo dicho, que fuimos a los museos vaticanos. En ellos entré en una pequeña tienda en la que todo el mundo compraba estampitas del Papa, rosarios, calendarios de la ciudad… y voy yo y me compro una pulsera: un talismán egipcio de un escarabajo grabado en turquesa. Los demás turistas me miraron como a un bicho raro (más exactamente como si fuera un coleóptero cretácico furioso), como diciendo que qué rayos hacía yendo al Vaticano para comprarme una pulsera sacrílega de ese estilo. Pero yo iba contenta, así que sin problema.
Tras recorrer varios museos, llegamos al que más vale la pena: La capilla Sextina. Me encantó a pesar de ser incómoda para verla desde el suelo. Miguel Ángel la pintó tumbado sobre un andamio y trató de hacerla colosal para que uno de sus rivales lo envidiara. Cosas de artistas.
Fue una pena no ver al señor Benedicto XVI, me he quedado con las ganas de ver si parece un gremling al natural o sólo es un efecto de las fotos. Según creo estaba de tour por el mundo, evangelizando a los canguros de Australia preferiblemente.
Y ya tocó otro día de viaje. Para ir a Venecia. Y es Venecia, que no París, la verdadera ciudad del amor.
VENECIA
Llegué a ella tras pasar por avión, autobús y vaporetto. Venecia, la ciudad del mar, la ciudad del agua. Construida en una isla, posee 450 puentes que conectan las distintas callejuelas laberínticas. Encantadoramente íntima, cuya flora son las algas que cubren los escalones de las orillas para acceder a los canales y su fauna: palomas, gaviotas y por supuesto, ratas. Unas ratas enormes, como conejos, de cara simpática y mirada desafiante, transmisoras de terribles enfermedades. Jugueteaban en las basuras que estaban cerca de los canales. Y es que los venecianos no tienen taxis porque no pueden pasar por los puentes (están llenos de escaleras) ni tampoco camiones de recogida de basura. De modo que tiran las bolsas llenas a la calle y a eso de las 2 de la mañana pasan los limpiadores con una carretilla para recogerlas. Una porquería, sí. Otra cosa a destacar son las góndolas, esas embarcaciones alargadas elegantes conducidas por los gondoleros, cuyo humor es parecido al de los albañiles españoles: simpáticos entre ellos, a veces chulescos y muy muy salidos.
En Venecia, si hay algo famoso es el carnaval, de modo que hay miles de tiendas repletas de máscaras a muy distintos precios. Me he comprado unas cuantas. Una de ellas me la regaló un muchacho de una tienda, muy majo él y bastante apuesto (me detengo para confirmar el mito: los italianos son excelentes seductores y el 80% son bastante guapos).
Visité el palacio ducal, que era una obra maestra arquitectónica, en el que se hallaban los tribunales de justicia y el puente de los suspiros (se dice que por él los presos que eran conducidos a la cárcel suspiraban al pasar porque no verían nunca más Venecia), y di un paseo en góndola, cómo no.
Para finalizar fuimos a la plaza de San Marcos, que está llena de palomas que se te suben a las manos y los hombros en cuanto les echas comida… son geniales.
Y salvando unos cuantos incidentes, poco más hay que contar.
CONCLUSIONES DEL VIAJE
Italia en definitiva es un buen sitio para veranear, eso sí, es bastante caro (sobretodo Roma y Venecia), la gente es muy agradable y los paisajes tanto urbanos como naturales son dignos de ver. Eso sí, el alcantarillado no funciona muy bien porque hay mal olor en muchos puntos, hay demasiados turistas y hay que tener cuidado con los timadores que andan sueltos. Especial cautela también en los restaurantes en los que cobran el servicio prestado y el cubierto (una gilipollez para sacarte más dinero, vamos) y en las tiendas, porque hay precios que varían mucho según donde compres.
La comida es buena, en algunos lugares excelente y el agua sale fresca y deliciosa por la mayoría de las fuentes de las distintas ciudades.
Si deseas beber algo, mejor comprar en los supermercados, porque en los restaurantes te cobran el agua a 5 euros y las cervezas a 7,50.
Sin lugar a dudas, Venecia es el lugar idóneo para pasar un fin de semana romántico. Para los viajes turísticos, Roma. Y para vivir, donde esté Pisa...
Pero eso sí, no hay nada como llegar a casa, descansar y comerse una buena tortilla de patatas ^^.
VUELTA A CASA
Y volvimos, sí. De nuevo a coger vaporetto, avión y taxi. Llegué a casa a eso de las 3 y pico de la tarde algo cansada. Y bueno, ya que estoy en casa estoy deseando de volver a la normalidad veraniega que llevo aquí: salir mucho y descansar.
La hija pródiga ha vuelto, para bien o para mal.
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