26 septiembre, 2009

La triple V

"Nada de fumar, nada de beber"


Y al final, ninguna de las tres lo cumplimos.


¿Tanto hemos cambiado?


23 septiembre, 2009

Benditos pingüinos





Hasta los pingüinos prefieren sacrificar la vida que no ha nacido en pro de la que ya se ha asentado en la Tierra. Por no hablar de que los pingüinos adoptan a las crías que se han quedado huérfanas, aunque sean una pareja del mismo sexo. ¿Cuando aprenderá la Iglesia Católica que la naturaleza comprende muchas cosas?

15 septiembre, 2009

La mujer del silencio

Él era mi salvador.


Su olor, su mirada esmeralda, su torso hercúleo, sus rizos cayendo en cascada por la espalda.



Siempre quise hablar de su sonrisa, pero permanecía inexistente durante semanas, hasta que por fin, se asomaba vergonzosa a sus labios, para desaparecer durante un tiempo indefinido.


Todas mis esperanzas estaban puestas en él. Sabía que era injusta, que no tenía ningún derecho a responsabilizar a nadie de mi felicidad, pero me protegía a sabiendas de que era una injusticia compartida: nos repartíamos entre los dos el peso de los días, como una losa que se arrastra oprimiendo las ganas de vivir a favor de un instinto primario básico: la sed de la existencia.



Me aferré a él, ¡tanto me aterraba el mundo! Con ansia, con ganas, con desesperación. Cualquiera que supiera esto pensaría que sentía pasiones desbordadas por él, que me asfixiaba al no pasarnos el cigarrillo vital que es el oxígeno dentro de una misma habitación, que me perdía en sus ojos, incapaz de encontrarme.



Sabía que debía sentirme febril por él, que así mi naturaleza lo dictaba, pero era incapaz de mirarle con deseo, a pesar de parecerme una divinidad cincelada a la perfección al más mínimo detalle.



Pensé que sería mi refugio, mi Valhalla, pero acabó convirtiéndose en mi Infierno personificado.



Aquella mirada tan bella y gris que destilaba ¡cuánto reproche, cuánta rabia reflejaron por mi causa! Ni una sola vez acertó a mirarme con dulzura. No podía, no hubiera sabido, no era culpa suya. ¿O quizá la culpa era mía? No podía saberlo a ciencia cierta, realmente él era incapaz de mirar al mundo con unos ojos más benévolos y yo… yo para entonces había perdido mi inocencia, mi sonrisa cándida de niña, mi confianza ciega en los cuentos de hadas.



Éramos una nube y una piedra que se enfrentaban. ¿Y acaso el algodón pudo alguna vez vencer al cuarzo que lo desgarraba?



Yo lloraba cada noche, si bien no por fuera, me ahogaba por dentro. Él no sabía calmar mis lágrimas. Solía pensar que estaba hecho de latón: frío, mudable, fácilmente oxidable ante los sueños que en él reposaban, a mi cuenta.



Le quería, ¡cuánto sabían las estrellas lo que le amaba! Pero sabía bien que no amaba a un hombre, amaba a un niño. Me equivoqué ¡lo siento tanto! Pero si de algo no me arrepiento es de esos momentos fugaces, que ya apenas recuerdo, en que una sonrisa rompía su monotonía y una energía destelleante le alumbraba el semblante. No cambiaría esos instantes en los que conseguía que estuviera en armonía con el universo, ajeno al dolor, al sufrimiento, a la amargura del ser humano.



Odiaba que me pusiera a escribir. Suscitaba el papel su envidia y sus celos. ¿Qué tenía que contarle? Y él enmudecía airado mientras yo me perdía en un laberinto de palabras, sin inmutarme, entregándome –ahora sí- por entero a mi arte, a mis letras con lujuria y ardor desenfrenado. Jamás pudo entender un solo verso de todos los que escribí. Claro que no los comprendía, jamás le hubiera dejado que me conociera tan a fondo. Yo no estaba preparada para tener un niño y él no estaba preparado para mis versos. Le hubieran herido demasiado hondo.


Cuando nos despedíamos, lo hacíamos con miedo. Sabía, sin embargo, que él estaba más aterrado que yo ante la idea de perderme, aunque jamás lo manifestó en un comienzo. A mí solo se me hubiera caído el ídolo que conscientemente había levantado para mí, sabiendo que era una patraña más de tantas, un sueño más de tantos, una –y saboreo la palabra- mentira más de tantas. En cambio, a él se le destrozaba el mundo, tal era la necesidad que tenía de mí.


Nunca he vuelto a ser tan cínica como entonces. Nunca he vuelto a perseguir el hacer daño a la inconsciencia de alguien con tanto anhelo. Le acuchillé todo lo que pude antes de que terminara de caer al suelo.



Y después, ni siquiera le lloré a su cadáver.



¿Fui cruel? Fui inhumana –o acaso hay algo tan humano como la crueldad-.



Qué más da.



Se pudrieron en su tumba las flores, y no volví a mirar una foto suya con cariño.



Muerto, muerto estás para mí, más que muerto y enterrado.



Si acaso cuando asome la sombra del recuerdo pueda decir que al menos un sepulcro digno preparé para ti.



Incorporado a mi ser quedas, sin cicatrices ni esperanzas. Libre, completamente libre, al fin.


13 septiembre, 2009

Los elementos del olvido (En ausencia de la tormenta perfecta)





En el desván
ya no crecen telarañas
desde que te has ido.


La lluvia irrumpe traicionera
y me hace rememorar
el sabor de tus labios
en cada gota
que se suicida por el cristal.



Y llueve.
Llueve como llueven mis ojos
desde que te has ido
para no volver jamás.



Aire.
Aire que me recuerda
el olor de la tierra húmeda
y tus pasos sobre la hierba,
que no me deja olvidar
que, desde que te has ido,
estoy muerta.



Agua.
Agua que no cura
el dolor de las heridas
ni el sabor de la sangre en mi boca.
Las astillas se me clavan en los dedos
y decrecen el olvido en mi memoria.



Fuego.
Fuego extinguido
de las pasiones que se han ido,
de los ecos destrozados,
de los secretos prohibidos.
Del ronco estruendo
de la lucha entre tu sexo
y el mío.



Tierra.
Tierra, diosa y madre
a la que volveré algún día
sin el calor de tus abrazos.
La ausencia en mi regazo
me desgarra por momentos el alma
y me susurra, indolente, que,
tras la tormenta perfecta,
viene la calma.




11 septiembre, 2009

Lady Halcón condenada a ser gallina



Buenos días/tardes/noches. En el día de hoy he venido aquí a vomitar. Voy a utilizar la energía negativa que tengo acumulada, así que si no estáis de humor hay mejores lugares que visitar.


De pequeñita tenía una máxima que a día de hoy me sigue pareciendo acertada: "Amar es dejar en libertad". También recuerdo aquel refrán que me encantaba: "Si amas a alguien, déjalo ir. Si vuelve a ti será tuyo para siempre, pero si no regresa es que jamás te perteneció".
Y lo cierto es que sigo funcionando con esos esquemas (interpretando eso de "será tuyo para siempre" desde un enfoque muy desligado de toda posesividad). Esquemas que, ciertamente, casi nadie aplica a su vida. ¿Será que al final el consumismo ha vencido y que de tanto desear tener, tener y tener, terminamos deseando tener personas y nos frustramos si no lo conseguimos? ¿Tanto daño nos ha hecho ya?


De vez en cuando me da por desaparecer una temporada y dejo a la gente en ascuas. Tanto es así que hay quienes por saber algo de mi vida leen este blog, porque saben que, si bien me puedo ir al fin del mundo, siempre termino escribiendo. El problema está que parece que hoy en día las relaciones entre las personas se han vuelto tan efímeras y tan superficiales que para mantener una relación duradera tienes que estar siempre en contacto directo con la otra persona. Y si no te viene lloriqueando. Lo flipas.

Tengo amigos a los que no veo desde hace años. Amigos que, si bien los viera ahora, me alegraría muchísimo de volver a ver. Y a la inversa. Son personas a las que quiero un montón y no veo todos los días, y a lo sumo hablamos vía msn o ni eso.
Por otra parte, tengo una jauría de garrapatas. No sé si bien por inseguridad, si es por miedo a la soledad o a que me olvide de ellas, el problema está en que con su actitud me están exigiendo que les brinde mi compañía. Y esto es grave, porque cuanto más se me impone una cosa, más deseo yo la contraria. Entonces llega un triste momento en el que cada vez que hablan conmigo lo hacen para quejarse de que no mantengo con ellas el contacto suficiente. Muy inteligente por su parte, porque no solo están desperdiciando el tiempo que les estoy dedicando en quejarse, sino que además, se tiran piedras contra su propio tejado, porque me agobio mucho cuando veo que una persona tiene la necesidad de que siempre esté ahí, como una estatua. Y verás, para las personas que me importan, yo siempre estoy ahí aunque no lo haga físicamente. Esas personas saben que si tienen un problema en algún momento dado, cogen el teléfono y me cuentan lo que les ocurre, y como si están en Filipinas, que yo me planto allí. Pero eso es distinto a que me echen en cara cada día que ya no me importan o que ya les estoy dando de lado cuando no mantengo el contacto con ellas tanto como les gustaría. Me entran sinceras ganas de matarlas. Distinto es que expresen el deseo de volver a vernos, que digan que me echan de menos, que tienen ganas de hablar conmigo. Eso no solo es reconfortante, sino que me anima a mimar más a esas personas.
Pero la jauría de garrapatas, no sé si por algún complejo freudiano o por alguna carencia de afectividad materna, pretenden obligarme a estar siempre pendiente de ellas. Suelen recurrir al chantaje emocional, que parece ser su arma preferida. Menos mal que a mí el chantaje emocional hace mucho que me resbala. Y ya empiezan con su retahíla y sus indirectas y su descontento y sus quejas.

Y por contraste, tengo por ejemplo Linares. Cada vez que vuelvo al antiguo pueblo (pequeña ciudad, está bien) donde me crié se me hace un recibimiento que parece que ha vuelto una heroína de guerra. Y siempre, entre vez y vez que me paso por allí suelen transcurrir años. Y la gente se sigue acordando de mí y yo de ella.

Y ya está. Y precisamente las personas que se quejan de mi "descuido" no es que hayan pasado poco tiempo conmigo, lo que pasa es que cuando me notan más distante les entra el pánico y ya da igual lo que alegues o que intentes hacerlas entrar en razón para que te dejen respirar tranquila. Tienes que estar ahí y si no es que eres una mala amiga y una mala persona. Sí, como los niños pequeños.

Si estás teniendo problemas o te estás enfrentando a algo que requiere toda tu atención ¿qué más da? Ellos tienen sus problemas que por supuesto, siempre son mucho más graves que los tuyos y, hay que ver que mala soy, que les niego mi compañía.

Un amigo me tiene cogido el truco y me dijo en cierta ocasión: La clave para mantenerte como amiga durante muchos años es simplemente dejarte a tu aire. Hay veces en las que apareces más, veces en las que apareces menos, pero yo tengo la certeza de que estás ahí y eso es lo único que me importa.
De hecho, mi mejor amiga es mi mejor amiga porque comprende precisamente estos ciclos míos. Tal vez el problema es que no todo el mundo puede comprender esto. El mundo está lleno de egoístas y yo no sé cómo, pero siempre termino rodeada de ellos.
Y yo, pues lo siento mucho, pero soy un espíritu libre y voy hacia donde quiero. Y si no me han conseguido detener mis padres, chantajistas emocionales profesionales, no lo va a hacer nadie. Y estoy dispuesta a pasar por encima del cadáver de cualquiera por mantener esto.
Y joder, realmente no soy ninguna desconsiderada y me fastidia de sobremanera que encima de que en muchas ocasiones hago el esfuerzo de estar más pendiente de una persona por algún motivo en concreto, me eche en cara que no le parece suficiente. Pues váyase a la mierda, muy señor mío, que lo que usted necesita no es una amiga sino una esclava emocional que dependa de su persona. Oh, pero para eso búsquese a otra, que yo no valgo.
A veces me entran ganas de dejarlos desamparados de verdad y decir: hala, pues como soy tan desconsiderada, ahí te pudras. Y largarme de su vida de verdad, que encima no aprecian lo que les doy. Pues si no lo hacen, que no pierdan el tiempo conmigo. Y que no me lo hagan perder a mí.

Lo dicho, que me voy a comprar un criadero de ostras. Ya que la mayoría de las personas no tienen habilidad suficiente como para saber qué necesito cuando estoy mal, me compro un criadero de ostras, que me dan la misma compañía y el mismo consuelo y al menos sé que no se van a ir corriendo en cuanto se les cruce una idea extraña por la cabeza.

Y diciendo esto, voy a ir abriendo las alas como Lady Halcón. Quien quiera un ave doméstico que no vuele y que se mantenga siempre con las patitas en tierra, que vaya a un corral a por una gallina.

Vuela, que nada te ate.



P.D.: El link de arriba no tiene desperdicio xD.

10 septiembre, 2009

Despropósito



Póngase que en una calle cualquiera va caminando un señor con bigote. Cuando se habla de un señor con bigote, todo el mundo sabe a qué tipo de persona me refiero: un hombre con bigote de los de antes, de esos que llevan esmoquin, bastón, monóculo y sombrero de copa y son calvos por toda la cabeza. Y sin embargo, lleva bigote. Bien, pues este señor va caminando por la calle y de pronto se encuentra con una señora mayor con la que se tropieza. La vieja lleva una toquilla feísima, de esas blancas con lunares y por eso se precipita al suelo sin remedio. La señora, que ya es mayor, se rompe la cadera y sangra por la barbilla debido al impacto. Su sangre no le es indiferente a un batallón de hormigas que pasa por allí, de modo que recogen algunas gotitas y se las llevan al hormiguero. El hormiguero sin querer es destruido por uno de esos niños maleducados que no miran por donde pisan y que comen piruletas sin cesar. De pronto, el niño pisa un charco y se llena de agua todo el pantalón. Le da rabia al niño el haber pisado el charco, por lo que llora, patalea y maldice, en esto que la piruleta que tiene en la mano sale volando por los aires a causa de la rabieta, y termina estancada en la melena de una rubia que se acaba de casar. La rubia no lleva alianza en el dedo, dice que eso son tradiciones absurdas. Va conduciendo un auto rojo con la ventanilla bajada y como el tráfico es espeso, tose y traga humo y se enfada y escupe por la ventana, con tal mala suerte que el salivazo le cae en el esmoquin al señor con bigote.


Ante esto, una no puede evitar hacerse una pregunta muy importante:


¿Por qué saltan las ranas?




(A propósito, el otro día conseguí el reto que me propuso hará más de un año el chico del nombre azul)

07 septiembre, 2009

Suomen Tasavalta

Son las nueve de la mañana y afuera está nevando. Suomi nunca amaneció tan bella, cubierta de hielo y de escarcha, congelando los árboles que ahora se asemejan al cristal.


Son las nueve de la mañana y acabamos de hacer el amor.



Yo estoy desnuda en una cama inmaculada, con las sábanas todavía tibias del calor de nuestros cuerpos, mirándote.



Tú estás de pie, también desnudo, mirando por la ventana con la mano apoyada en el marco y la cabeza apoyada en la muñeca, dándome la espalda.



Hace un bonito día, comentas.



Sí, hace un bonito día y tú ya no me amas.



Sé que te has levantado tan raudo de la cama al terminar para no tener que enfrentarte a mis ojos. Para no tener que leer el reproche en mis ojos. Para que yo no tenga que leer la decepción en los tuyos.



¿Cómo hemos llegado a esto?



Hace todavía dos meses que nos amábamos y nos reíamos de los lirios, de las sombras, de los atardeceres que están por llegar.



¿Cómo hemos llegado a esto?



Aún recuerdo los besos de medianoche, los susurros en la mañana, los abrazos de París, las cerezas con miel en tus labios.



Nos hemos convertido en dos desconocidos que ya no se hablan, que ya no se miran, que se les hace insoportable la compañía del otro.



Si ahora me levantara y me vistiera, si tuviera valor para abrir la puerta y marcharme, tú no me detendrías. No tendría nada que explicarte. Abriría la puerta y me marcharía, echando nuestra relación por tierra para siempre, y no volvería a poner un pie en tu vida. Y yo sé que tú no me detendrías.



Pero no tengo valor ni de quedarme contigo, ni de partir para siempre, así que me quedo en la cama, esperando a que digas algo.



Tú murmuras, aún mirando a la ventana: ¿Dónde he puesto la ropa?



Y yo, que apenas puedo hablar, espero a que te des la vuelta y me mires al encontrar el silencio por respuesta, y guío a tus ojos, al encontrarse con los míos hacia los trapos que se acumulan en el sofá.



Es lo único que puedo darte ahora, y ni siquiera te lo puedo dar.



Sin mirarme te acercas a él y te vistes muy despacio.



Y yo, que ya no tengo paciencia ni siquiera para mirarte, clavo mis ojos en el vacío y espero a que la muerte me llegue, porque hemos caído en el peor pecado que dos amantes pueden cometer.



Acabamos de echar el polvo más triste del mundo.


02 septiembre, 2009

Mis demonios

¿Por qué tanto empeño
en que te envíe de nuevo
al Infierno de donde saliste?