28 noviembre, 2011

Cambio de planes


EDIT:

P.D.: Al listillo que me ha buscado por "guindilladelnorte@gmail nuevo blog" que sepa que no me puede encontrar así. El nuevo blog está puesto con otra dirección de correo y con otro nombre distinto al de Elvira. Me he asegurado de que la única forma de encontrarlo sea enviándome a mí un email. Espero que el motivo de buscarlo así sea pura pereza en lugar de tomarme a mí por idiota.


Cuando comencé este blog no tenía muy claro qué quería hacer con él. No me planteaba nada, era en plan caótico total. Que me apetecía poner una canción, pues una canción. Que quería despotricar sobre una u otra cosa, pues hecho. Pero al final, terminó convirtiéndose sobretodo en un archivador de mis creaciones pseudoliterarias.

Llevo planteándome un tiempo si cerrar este lugar o qué hacer con él.

Creo que no voy a escribir más poemitas, ni relatos, ni nada. Pero tampoco lo voy a cerrar. Le voy a dar un repaso, eso sí, más temprano que tarde, le voy a pegar unos cuantos cortes y le voy a hacer un lavado de cara profundo. Voy a echar a la Elvira de mis 17 años, que fue cuando empecé con esto.

¿Qué va a haber aquí entonces? Reflexiones, con un toque de humor ácido a ser posible. Voy a tratar de refinar lo que escribo, ser menos impulsiva y más racional. Madurar mejor los textos. Voy a tratar de escribir bien lo que sea que vaya a escribir. Va a seguir siendo un lugar de crítica pero voy a limar la parte más personal.

Por otro lado, quiero deshacerme del tenebrismo que me persigue.

He empezado un blog -¿otro?, diréis. Sí, otro, lo siento- y quiero que tenga toda la luminosidad que éste no tiene. Va a ser más personal, pero sin literatura, en plan opiniones de andar por casa, pequeñas reflexiones, un humor más simpático y básicamente un entretenimiento divertido.

Si a alguien le interesa conocerlo, que me mande un email a guindilladelnorte@gmail.com. Y es que a mí me ha leído mucha gente en este blog a lo largo de 4 años: gente a la que quiero, gente que me cae estupendamente, gente que me es indiferente y gente que me revuelve las tripas. Y no me da la gana de que todo el mundo pueda encontrarme. Así que me ahorro el poner la dirección por aquí. Por supuesto, está desligado del nombre de "Elvira". Si a alguien le interesa, ya sabéis. Desde luego creo que es bastante simpático.

Y sin más un saludo a todos por seguir por aquí, que todavía queda mucho que criticar.


21 noviembre, 2011

Sexta convocatoria

No recordaba lo mucho que me gusta ver el patio de la facultad cuando está vacío, el sol casi se ha puesto y el color rosa del cielo está a punto de desaparecer.
Siempre se me hace un nudo en la garganta y noto cómo me escuecen los ojos.

Subo por las escaleras mientras siento el corazón golpeándome fuerte contra las costillas. En el despacho son todo sonrisas y hasta estoy por pedirle al profesor que me abrace y que me diga que todo va a salir bien. Casi.

Al salir me veo catapultada a primero de carrera y en cierto momento enfilo el antiguo camino a la residencia. Tengo que hacer un esfuerzo para recordar que cuando llegue a casa no me espera un salón apestando a tabaco ni la televisión a todo volumen. Por no hablar de la despensa vacía y el bolso lleno de billetes para intercambiar por cerveza. Se me van los ojos hacia el pub irlandés y me pregunto que si la imagen que proyecto de mí en mi cabeza bebiéndome una pinta sola será demasiado patética. Probablemente.

En el metro, aunque sea por la tarde, me encuentro con las mismas putas miradas grises de siempre. Por unos momentos hasta creo que mi abrigo está perdiendo color. Me apetece un cigarrillo como nunca, un sofá donde tirarme. En cambio estoy agarrada a una barra metálica preguntándome si estaré tocando todo un ecosistema de microbios patógenos. Probablemente.

De camino a casa me cruzo con una chica que va paseando a su perro. Me detengo para acariciarlo, pero la chica me advierte con la mirada y me alejo.

Unos metros delante tropiezo, pierdo pie y caigo. Noto cómo algo me moja la ceja y un dolor fuerte cerca de las sienes. Algo rojo me nubla la vista. No tengo ni fuerzas ni ganas de levantarme. Pierdo la consciencia unos minutos.

Cuando me despierto, tengo un hocico húmedo enterrado debajo de mi camisa. Es del perro que me he cruzado antes. Su dueña me mira unos instantes y me pregunta con voz obligada: oye, ¿estás bien?

Menuda ciudad de psicópatas.

"Ey, Jenny, please tell me, why are you walking this land? You've lost your way, you couldn't stay"





02 noviembre, 2011

La falacia de "ser libre para creer"

Yo antes era una hippie de la vida. Había convencionalismos “bienpensantes” que tenía asumidos como mi propio credo. El que encabeza esta entrada era uno de ellos “cada uno debe ser libre de creer en lo que quiera”. Yo estaba de acuerdo con ello.

Hasta cuasi mis doce años me consideré cristiana. Católica no, porque ni comulgaba con la Iglesia ni estaba bautizada.

Luego estuve coqueteando con el budismo, aunque no cuajó.

Fue a los doce años cuando me declaré atea.

Durante los siguientes siete años, me consideré una atea “tolerante”. Es decir, yo no creía en ningún dios, pero respetaba firmemente lo que otros pudieran creer. Yo era atea como otros eran judíos o budistas e independientemente de eso yo debía tratar a todos por igual y nunca poner en duda sus creencias. Esa es otra falacia que se me ha caído con el tiempo “todos somos iguales”(que no quiere decir que todos no debamos tener los mismos derechos, cosa que no se cumple en nuestro país a día de hoy).

Había una serie de cosas que chocaba de frente con mis ideales: yo trataba igual a los demás, pero los demás no me trataban igual a mí. Eso quería decir que un cristiano podía colgar un trapo rojo con un nenuco dibujado que dijera “Dios ha nacido”, pero yo no podía colgar una pancarta que dijera “Dios no existe” en mi balcón sin que me rompieran los cristales. Los amantes de la Semana Santa sí podían ocupar mis calles para ver procesionar cadáveres sangrientos con su correspondiente madre depresiva detrás, pero si yo quería pasar sin otra pretensión que la de llegar a mi casa, me cerraban el paso y me miraban mal si insistía en proseguir mi camino.

Los escándalos de pederastia y abusos por parte de sacerdotes comenzaban a manchar la buena imagen de la Iglesia y resulta que aquellos que pretendían darnos clases de moral a los demás tenían metidos en su propia casa a un montón de criminales. La Iglesia se ponía de parte de los partidos de derechas y, cuando supe algo de historia, me di cuenta del alcance criminal de la Iglesia situándose siempre de parte de los ideales más inhumanos. Luego hubo percances menores, ya se sabe, el que me llamaran hereje con desprecio y me dijeran que iba a ir al infierno. No es que me afectaran a nivel emocional, más bien a nivel cognitivo, al darme cuenta de que los cristianos de pura cepa me miraban por encima del hombro con una superioridad moral que no se sabía de dónde la sacaban.

Pero lo que me hizo responder a los ataques, a dejarles bien claro a cristianos, judíos y a quien se me pusiera por delante que lo que creía era una soberana gilipollez, lo que me hizo dejar de ser una hippie de la vida y dejar pensar que “todo valía” fue algo que me tocó en lo personal.

Mis padres, que no son cristianos, y que en su día me metieron a mí en un colegio católico, iban a hacer lo mismo con mi hermano.

Mi madre consideraba la religión cristiana como inofensiva e incluso como deseable para la crianza de un niño y eso me hizo afilar los dientes.

Miraba a mi hermano y su mente infantil. Yo había sufrido en mi propia piel el creerme las mentiras y las patrañas de la religión para descubrir desilusionada que no había nada más allá. La de horas desperdiciadas rezando, hablando con Dios, y resultaba que no había nadie al otro lado, nadie que velara por nosotros. Como descubrir que los Reyes eran los padres, pero a un nivel emocional mucho más profundo, ya que para los cristianos, la vida gira en torno a Dios.

Yo no quería que la mente de mi hermano fuera absorbida por monjas y pelagatos ni que, si un día conseguía superar el infantilismo moral en el que te sumerge la religión, como hice yo, sufriera el desprecio de los demás por tener una mente abierta y libre.

Pataleé para que mi hermano fuera llevado a un colegio público, pero como no era mi hijo, terminó en un colegio religioso.

Mi madre me dijo aquello de que si mi hermano quería ser cristiano, que lo dejara, que él era libre de creer lo que quisiera. Y yo le repliqué que defendería que mi hermano eligiera lo que quisiera, con tal de que lo hiciera con plena conciencia de lo que hacía, no que le impusieran un modo de ver la vida desde pequeño para que luego tuviera remordimientos si decidía abandonar esa creencia.

La religión, siempre desea acaparar la mente infantil, pues así se garantiza tener soldados fieles y leales que no la cuestionarán al estar arraigada en su mismo corazón. La religión, que desprecia la ciencia y el sentido común, que hace elegir a un niño entre su fe y su razón, llevándolo a que abandone la razón para abrazar su fe. Y recompensa que lo haga.

Todo el mundo puede creer las mentiras que quiera, pero al menos debe tener la oportunidad de darse cuenta de que son mentiras. Un niño no puede y eso hará que, una vez sea adulto, sea incapaz de ver más allá de sus creencias. Por eso, el adoctrinamiento infantil me repulsa.

Un niño no es cristiano, ni budista ni mahometano, como tampoco es de derechas ni de izquierdas, ni sabe con certeza si va a ser médico o profesor. Un niño imita a sus padres, un mecanismo clave para la supervivencia de la especie que, mal usado por la religión, se convierte en un arma para despojar al niño de toda libertad de pensamiento, condenándolo al marco cosmológico cerrado que le toque creer según la religión imperante en el país en el que haya nacido. Y después, desprenderse de él es siempre doloroso y requiere esfuerzo, porque es más fácil pensar que hay un dios que nos cuida, es bello pensar que si nos pasa algo malo habrá un dios que responda por nosotros y que conseguirá que las cosas nos salgan bien.

Eso, entre otras cosas, afecta a la capacidad de responsabilidad del individuo pues, si todo está escrito y pasa según dios quiere ¿en qué lugar deja eso al individuo, mero instrumento de una divinidad?

Además, si la fe es lo único que se requiere para ser bueno, sin pruebas, sólo fe ¿cómo podría estar mi hermano a salvo de otros charlatanes, como los homeópatas, o los médiums, o los anti-antenas, si lo único que se necesita para que esas cosas “funcionen” es creer en ellas? ¿Cómo podría reprocharle yo a mi hermano que se curara un cáncer con homeopatía, si resulta que consiguió su trabajo gracias a dios y no a su currículum?

El adoctrinamiento infantil es un crimen y priva a la humanidad de seres humanos responsables y razonables, de verdaderos científicos, dificultando el avance a escala mundial.

Cada uno es libre para creer en lo que quiera, pero si lo hace, que sea capaz de responsabilizarse de las consecuencias que ello acarrea.