28 abril, 2010

Elephant Woman


Estaba durmiendo tan plácidamente, que no me apetecía despertarlo. Yo estaba en un rincón de la cama, odiándolo como solo se puede odiar a una persona con la que compartes todo y a la que conoces muy bien. Tal vez compartir todo era el requisito mínimo para conocer a una persona de verdad: la ducha, la despensa, el estéreo, el coche, el canario, la lavadora, el frigorífico, el periódico y hasta los libros.

Siempre odié compartir los libros.

Ya lo habíamos dejado dos veces, pero no sé cómo, siempre encontraba la manera de convencerme para que volviera con él. Creo que al haber compartido tanto juntos, el mundo se me hacía demasiado extraño sin él y por eso, como una cocainómana volvía a caer en sus redes, a sabiendas de que era un completo error.

Y eso era un problema, porque yo quería vivir mi vida y su existencia no me dejaba. Todo se desarrollaba casi linealmente, haciendo previsible cualquiera de sus acciones y, supongo, cualquiera de las mías. Un día todo se derrumbaba, la cuerda se estiraba demasiado, saltaban los goznes de las puertas. Nuestro dormitorio se inundaba de gritos, la casa de portazos, las cenas de silencios incómodos. Hasta el maldito canario compartido dejaba de cantar. Entonces yo hacía mi maleta –pues nunca me quedo en el lugar donde se origina una catástrofe, tengo la imperiosa necesidad de abandonar ese lugar; por eso, en una relación, es más probable que sea yo la que se vea de pronto en la calle, sin hogar-, mientras me llovían miles de reproches de su boca, de los que apenas podía ocultarme tras las gafas de sol.

Como pareja que era, sabía todos sus trapos sucios, hasta los que no me contaba y yo fingía no saber. Por ejemplo, sabía que hacía mucho que me engañaba. Le odiaba por ello, con todas mis fuerzas. A veces le miraba y tenía que apartar la vista, porque el rostro se me transfiguraba en una mueca de asco, imposible de borrar durante horas. Me evadía entonces con lectura, con películas, con sueños. Pero daba igual, le seguía odiando de todas formas. Una mañana me levanté y me di cuenta de que me había convertido en todo aquello de lo que había huido durante años.

Fue esa misma mañana en la que me desperté y él dormía plácidamente, y no había querido despertarlo mientras le odiaba desde un rincón del colchón. Así que me levanté procurando que no se diera cuenta y preparé café y galletas como todas las mañanas en la cocina. Le llevé el desayuno a la cama, sonriendo dulcemente, besándolo para que abriera los ojos y recibiera al nuevo día. Cuando terminamos de comer, me asomé al balcón y contemplé la escena de las nueve de la mañana. Él se acercó a mí por detrás y me rodeó la cintura. “¿Qué miras”, me preguntó. Yo no le dije nada, me deshice de su abrazo y lo situé a mi lado. Le señalé el sol: “Fíjate, el sol está precioso esta mañana”. Y fue entonces, cuando se puso en un extremo del balcón cuando me agaché, lo cogí por los pies y lo tiré desde nuestro sexto piso. El grito fue estremecedor.

Cuando miré hacia abajo, tenía los sesos esparcidos por la calzada y un charco de sangre comenzaba a formarse. Era un cuadro casi artístico con cierto aire místico. ¿Así habría quedado Lucifer de no tener alas, estrellado contra el suelo, como un verdadero ángel caído?

La policía me hizo varios interrogatorios que supe dirigir fácilmente, adoptando el papel de mujer incomprendida cuya pareja era un infeliz que se había suicidado. Nunca se me dio bien llorar, pero en esa ocasión, las lágrimas brotaron con una facilidad pasmosa.

Yo era una psicópata, pero me daba igual. Ahora era una psicópata libre. Como él estaba muerto, la posibilidad de volver junto a él de nuevo ya no existía. Así que me dediqué a destruir toda huella suya de mi casa quemando las fotos, regalando su ropa y sus libros.

Por fin estaba sola con la ducha, la despensa, el estéreo, el coche, el canario, la lavadora, el frigorífico, el periódico y, por supuesto, mis libros.




27 abril, 2010

Colicoma Nilsson


Soy una mujer estúpida, como esas de los años setenta. Mi vestido blanco apenas esconde mis rodillas, cruzadas la una sobre la otra encima del taburete. Piernas desnudas y rematadas en sandalias negras de cuero, uñas rojo sangre. Tú deslizas tu mano de Boggart hasta mi rodilla derecha, que es la que cruza a su gemela por encima, mientras yo estoy ocupada cambiando el cigarro, ya consumido, a mi boquilla de femme fatale.

-¿En qué trabajas? –me pregunta el Boggart.

-Adivínalo –contesto, demasiado desinhibida por el alcohol.

-Seguro que eres una deliciosa chica de striptease –me dice.

-Frío frío… -replico esbozando una sonrisa estúpida- como el cócktail al que me vas a invitar.

Él se levanta sin decir una palabra y se acerca a la barra.

Adoro a los médicos. Siempre saben calmar el dolor de una mujer en cualquier situación en la que se encuentren, incluso si el dolor es provocado por la soledad.

-Licor de coco, con una rodaja de lima –me informa, mientras me pone la copa delante.

Me lo bebo de un trago sin mirarle. Me va sacando poco a poco información, como si estuviera en una consulta: si prefiero que las manos de un hombre sean ásperas o suaves, si prefiero los orgasmos vaginales a los clitoridianos…

Acumulo cinco copas manchadas de rojo en la mesa de cristal, uñas rojo sangre, mientras sus manos descubren los secretos que hay bajo mi falda.

-Llámame mañana por la mañana –me dice el Boggart cuando me deja en casa, después de haber pasado tres horas en su piso arrancándonos jadeos de la piel.

A la mañana siguiente, despierto desnuda en una sala de operaciones. El cirujano que me atiende, mascarilla azul y escarpelo en mano, me mira desde arriba.

-¿Qué me ocurre, doctor?

-Padece de un exceso de irrealidad. Necesitamos desintoxicarla.

Entonces siento una arcada y vomito todo el licor que contiene mi organismo encima de la camilla en la que yace mi cuerpo.

-¿Se siente mejor? –me pregunta el cirujano.

-Sí. Póngame una copa de licor de coco, por favor.

-Pero qué estúpida eres, cariño – dice, y me clava el escarpelo en el estómago.

Uñas rojo sangre, labios verde lima.


Y el cabrón, empieza a cantar:




Brother bought a coconut, he bought it for a dime 
His sister had another one,she paid it for the lime  
She put the lime in the coconut, she drank 'em both up, 
Put the lime in the coconut, she called the doctor,
woke him up, and said  
"Doctor, ain't there nothin' I can take, I said 
Doctor, to relieve this bellyache, I said 
Doctor, ain't there nothin' I can take, I said 
Doctor, to relieve this bellyache"  

Now let me get this straight 
Put the lime in the coconut, you drank 'em both up 
Put the lime in the coconut, you called your doctor, woke him up, and said  
Doctor, ain't there nothin' I can take, I said 
Doctor, to relieve this bellyache, I said 
Doctor, ain't there nothin' I can take, I said 
Doctor, to relieve this bellyache  

You put the lime in the coconut, you drink 'em both together 
Put the lime in the coconut, then you feel better 
Put the lime in the coconut, drink 'em both up 
Put the lime in the coconut, and call me in the morning  

Now let me get this straight  
You put the lime in the coconut, you drink 'em both up 
Put the lime in the coconut, you're such a silly woman
  
Put the lime in the coconut, you drink 'em both together 
Put the lime in the coconut, then you feel better 
Put the lime in the coconut, drink 'em both down 
Put the lime in the coconut, and call me in the morning  

Woo-oo, ain't there nothin' you can take, I said 
Woo-oo, to relieve your bellyache, you said 
Woo-oo, ain't there nothin' I can take, I said 
Woo-oo, to relieve your bellyache, you say  
Yeah-ah, ain't there nothing I can take, I say 
Wow-ow, to relieve this bellyache, I said 
Doctor, ain't there nothin' I can take, I said 
Doctor, you're such a silly woman  

Put the lime in the coconut, you drink 'em both together 
Put the lime in the coconut, then you feel better 
Put the lime in the coconut, drink 'em both up 
Put the lime in the coconut, and call me in the mo-o-ornin'  

Yes, you call me in the morning
If you call me in the morning I'll tell you what to do.

23 abril, 2010

Huellas en la arena


Viernes. La arena reposa

entre caliza y cristales de aguardiente.

Rota queda ya la mañana,

maltrecha por agujas, sombras nacaradas

y juegos macabros dibujados en cian.

Los juncos se han secado en el estanque

y la brisa niega al oleaje la entrada

entre los surcos que ha dejado la vertiente.

Ilumina el sol de la noche, atardece.

Duerme en el jardín, nubes naranjas,

un duende hasta bien pasadas las doce.


El ángel le sonríe.

Sus cabellos han secado ya las aguas

que venían desde lejos;

Y en un beso deja el sello

de un vaivén de espuma blanca.

“Yo velaré tus sueños”.


Y la imagen se diluye entre sal y alcohol etéreo.



"Ya nos las apañaremos"



20 abril, 2010

El gaitero


Siempre odié a los guitarristas. O más bien, los guitarristas siempre hicieron que les odiase. A la mayoría de ellos por lo menos, supongo. Yo odiaba a los guitarristas, a los guitarristas de todo tipo: acústicos, eléctricos, clásicos… y de cualquier guitarra que estuviera por inventar. Yo odiaba a todos los guitarristas y sin embargo, siempre me veía rodeada de ellos. Esto solo se explica porque gran parte de las personas que quieren tocar algún instrumento optan por la guitarra. La probabilidad de encontrarte a un guitarrista es mucho mayor que la de encontrar a cualquier otro músico. Eso sí, guitarristas seguidos por pianistas, violinistas y celistas, por este orden. Un hatajo de idiotas la mayoría, se lo puedo asegurar. Pero yo, a quien odiaba profundamente era a los guitarristas.

Era fácil hacerlo, como cualquier otro pasatiempo. Venían con su cara de imbéciles, guitarra en mano o al hombro, con funda o sin funda y te soltaban sin saludar siquiera aquello de: ¿qué quieres que toque?. No sé qué problema tenían. Quizá tenía que ver con eso de tocar seis cuerdas a la vez, que los vuelve tontos o faltos de atención, o ambas cosas. El hecho era que a lo mejor a ti no te apetecía que tocaran nada, que se estuvieran quietos para así poder disfrutar del silencio en lugar de tener que soportar un aire cargado con síes y lases y res, que terminaban por hacerlo demasiado pesado. Así que cuando un guitarrista se me acercaba, como haciéndome un favor, y sacaba la guitarra con una sonrisa de “hoy mojo” y me preguntaba: ¿qué quieres que toque?, yo pensaba: “la puerta, gilipollas. Tócala, ábrela y sal por ella de una vez”. Lo más sorprendente era que, a pesar de no decir el nombre de ninguna canción, el chico de turno debía de pensar “pobrecita, que no se sabe el título de ninguna” y sin mediar palabra empezaba a tocar aquella que mejor le pareciera. Siempre se me venía la desagradable imagen del chico en una cama, en la oscuridad, sin saber qué hacer con su cara de tonto y conmigo, pobre de mí, desnuda en la cama, y mientras, el joven mirando mi cuerpo vulnerable entre unas sábanas demasiado blancas, formulando aquella terrible pregunta: “¿qué quieres que toque?”

Sea como fuere, nunca me planteé nunca tener nada con un guitarrista. Por eso me sorprendió terminar con uno de ellos. Se llamaba Garcilaso, como el poeta, y me imagino que le di un pase, porque lo primero que me preguntó fue mi nombre y no el de una maldita canción. Aún así, no duramos ni un mes. La idea de que tocaba la guitarra me obsesionaba. Cuando me acariciaba con más entusiasmo de lo habitual, pedía que parase: “soy una mujer, no una maldita guitarra”. Así que lo dejé con sus partituras en clave de sol, con sus púas, con sus uñas demasiado largas y los dedos ásperos y duros de tanto ensayar con el maldito instrumento.

Fue entonces cuando conocí a un gaitero y todo a lo que yo llamaba “sabiduría musical” se desvaneció. Aprendí que los músicos de instrumentos de viento eran diferentes. Tal vez porque no sólo tocaban con las manos, sino también con el aire procedente de sus pulmones, con su alma. Además, la gaita tenía una ventaja que no tenía ningún otro instrumento, ya fuera de cuerda o de viento, y era que sabía electrizar cada una de mis células con tan solo resonar en mis oídos… y me hechizaba y me llevaba muy lejos, al norte, más al norte, a las verdes praderas de Escocia donde siempre llueve y el cielo nunca pierde su color gris. Y fue entonces cuando me perdí. Me enamoré del instrumento en lugar de hacerlo del hombre. Quedé recluida entre sus cañas. Su fuelle tenía el poder de hacer que mis latidos se pronunciaran, acompasados con su vaivén. Si la música se detenía, yo me iba muriendo poco a poco. Así que explotaba a un gaitero tras otro, sedienta de música, de electricidad, de vida.

Curiosamente, logré serenarme escuchando a Schumann. Quién iba a decir que iba a ser el piano el que me curase. Sin embargo, aún hoy, cuando escucho sonar una gaita, mi corazón se acelera y mis sentidos se agudizan. Hasta mi sexo se humedece, como si esperara hacer el amor con ella en algún lugar recóndito de Edimburgo. Y entonces, reconozco ante mí misma que amo tanto la gaita no sólo porque hace vibrar a un ser humano en su interior y a mí misma con él, sino porque regala a mi alma, por unos instantes, el profundo sabor de la libertad… que solo se percibe en un lugar donde la lluvia imprime su huella, bajo un cielo gris infinito.




19 abril, 2010

FURIA DE TITANES


... o la tragicomedia de un marine norteamericano dándoselas de héroe clásico.


Título: Furia de Titanes
Título original: Clash of the Titans
País: USA
Estreno en España: 31/03/2010
Director: Louis Leterrier
Guión: Lawrence Kasdan & Travis Beacham
Reparto: Sam Worthington, Liam Neeson, Ralph Fiennes, Danny Huston, Gemma Arterton, Mads Mikkelsen, Jason Flemyng, Alexa Davalos, Izabella Miko, Nicholas Hoult, Pete Postlethwaite


Calificación: No recomendada para menores de 12 años…. (Realmente apta para subnormales profundos, la censura es para que parezca interesante)

ADVERTENCIA: Éste artículo de opinión tiene el único y sano objetivo de DESTROZAR la película. Así que si tenéis intención de verla (sin hacerle una crítica seria, claro está) o simplemente os gusta la mierda hollywoodiense y tenéis amor propio, por favor, no seguid leyendo. Contiene SPOILERS X 1OOO.

Bien, bien. La película empieza y estamos en un barco, surcando los siete mares –no son los siete mares, pero tendrían que haberlo añadido para hacerlo más… épico-. Perseo y su familia viajan dentro de él para ir a ver la “*adjetivo supermegaultra exagerado para definir la mierda a la que se refiere* estatua de Zeus” (en palabras del padre, mientras efectivamente, aparece una estatua de Zeus en la cima de un peñasco, que debe de haber sido construida por el personal de Ikea a juzgar por lo poco verosímil que parece). Y, ¡oh, sorpresa!, los soldados de Argos están dinamitándola, en sentido figurado, y consiguen echarla abajo, donde solo hay agua, haciendo que en el mar se cree un microtsunami que no consigue voltear el barco donde van nuestros personajes (tirada de salvación, mediante). En la montaña solo quedan los pies de Zeus cortados por encima del tobillo, que bien nos recuerdan al famoso Pie de la Isla de Lost. Entonces aparecen un montón de símil de arpías (que parecen orcos alados) y empiezan a atacar a los soldados. Y… ¡tachán! Aparece Hades y se lanza contra el barco de la familia y lo hunde. Por supuesto, solo se salva Perseo, el prota (Gracias, Master).

De pronto, nos trasladamos al Olimpo, donde Zeus – que no sabemos si usa limpiacristales o utiliza un encerador de suelos para limpiarse la armadura- se cabrea porque los humanos se les están subiendo a la cabeza (o a los pies). Entonces aparece Hades envuelto en una humareda negra (Locke??) y lo convence para que le deje soltar al Kraken © (de Bandai) para joder a los pobres mortales. Zeus, que parece más un dios cristiano que griego, le da su beneplácito y Hades marcha a avisar a los humanos de que los dioses les van a hacer morder el polvo.

Observamos que Perseo es capturado por los soldados de Argos que lo llevan ante los reyes del lugar, Casiopea y C-Feo, y su hija Andrómeda. Tras un largo bla, aparece Hades y dice que o se cargan a Andrómeda o Zeus sacará todos sus celos de Padre Celeste Celoso (¡¡Jehová, Jehová!!) y les echará al pulpito Kraken© encima.

Más bla. Aparece Ío, una semidiosa (que va de guapa de la peli pero no lo es tanto) y convence a Perseo para que luche contra el Kraken ©,porque el pobre héroe está hecho un lío y tiene personalidad múltiple, además de grandes complejos. Peeeero tiene que ir ante las “Tres Brujas” –las Moiras, vamos- para que le digan cómo matar al Kraken©. Cuando uno de los soldados que acompañarán a Perseo en su difícil empresa le pregunta: ¿Y qué harás si las brujas no quieren decirte cómo matar al Kraken©?, Perseo contesta sin dudar: “Las mataré”. (Pitido permanente que señala que el personaje tiene encefalograma plano y que desvela una seria incapacidad para construir argumentos lógicos bien fundamentados, lo que le lleva a recurrir a la fuerza). Y fijándome y fijándome en Perseo, observo que actúa como un marine de los Estados Unidos. ¿Y sabéis lo más cómico? QUE LO ES. Porque al actor, Sam Worthington, protagonista de Avatar, todavía no se le ha olvidado su anterior papel de pitufo ecologista, y la actitud, tampoco. Así que tenemos un Perseo nada clásico que rebosa patriotismo americano por los cuatro costados, y la misma prepotencia que la de los habitantes de la Gran Nación.

Seguimos. Los soldados de Argos y Perseo inician el viaje para visitar a las Moiras, junto con Ío, que no sabemos por qué extraña razón, parece empeñada en follarse a Perseo. Total, que Perseo que ha trabajado de pescador toda su vida, en cinco minutos aprende todas las técnicas de un perfecto espadachín de Argos –la magia del cine-, justo a tiempo para que un compinche de Hades aparezca e intente matarlo sin éxito. Perseo empieza a perseguir a este personaje junto con el resto de soldados y terminan en el desierto. Y de pronto… ¡¡¡ESCORPIONES!!! ¡ESCORPIONES GIGANTES Y ASESINOS SALEN DE LA ARENA! que por supuesto, intentan matarlos a todos. Pero ahora viene lo mejor. Y es que aparece un grupo de MOMIAS DESÉRTICAS que espanta a los escorpiones. Pero no son momias normales y corrientes. Son momias que han reutilizado el maquillaje que lucía Imhotep en la película de 1999, LA MOMIA, a las que se les han añadido unas bonitas lucecitas azules que hacen de ojos, para que no se les acuse de plagio. Pero esto no es todo. Y es que estas simpáticas momias que hablan un lenguaje ininteligible quieren ayudar a Perseo, así que les dejan a él y a todos los soldados que monten con ellas sobre los ESCORPIONES GIGANTES-ASESINOS para atravesar antes el desierto. LO FLIPAS. Y para más inri, la Momia Desértica Jefe altruistamente decide acompañarlos en su viaje (Eso sí que es un Master, coño, reuniendo a los PJs).

Llegan hasta las Moiras, que usan también tecnología de Guillermo del Toro en EL LABERINTO DEL FAUNO, y le dicen que para derrotar al Kraken©, tiene primero que matar a Medusa y usar su cabeza para convertirlo en piedra. Entonces, Ío se emociona y le dice a Perseo que ella le entrenará para derrotar a Medusa (jajajajajajajajajaja). Total, que la historia termina con Ío en el suelo y Perseo encima, los dos gimiendo por el “esfuerzo” del entrenamiento. Y ahora viene LA FRASE DE LA PELÍCULA. Ío, que sigue jadeando y se ha puesto supercachonda por tener a Persy sudando encima de ella (menudos gustos los de algunas) le pone una mano en el pecho y le dice: ………….(Atención a la frase…) APLACA TU TORMENTA. (XDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDD)

Jajajajajajajajajajajajajajajajajajaja, xDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDD. Joder, que por poco no me caigo al suelo por un ataque de risa en mitad de la sala. Hostia, ¿quiénes eran los guionistas? Kasdan y Beacham. Tíos, os habéis lucido. Qué poético, coño. “Aplaca tu tormenta”. En lugar de “llénamelo de leche” o “sacia tu sed”, o “fóllame aquí mismo”, la tía le dice… Aplaca tu tormenta. Sí señor, Ío, que se vea que te sacaste el Cursillo de Escritor de CCC. Pero como la censura es para menores de 12 años, en lugar de hacer una escena de sexo explícito para calmar a la ninfómana de Ío – o a la tormenta de Perseo- , entra un tío y les corta el rollo.

En la guarida de Medusa, hasta la Momia Desértica muere. Me imagino que el director habría gastado tanto presupuesto ya en gilipolleces, que tuvo que quitar a unos cuantos actores de en medio. Solo se salvan Perseo e Ío (Gracias, Master). Pero entonces, el demonio compinche de Hades que los persiguió en el desierto aparece. Ío tira el dado y saca una pifia, por lo que el demonio le hace un agujero en el estómago. Así que Perseo tiene que matar al demonio y luego se tira al suelo con su amada Ío, donde yace moribunda. Aquí se desarrolla una escena realmente sosa y poco creíble. Ío muere, y entonces aparece Pegaso (¿qué coño hace Pegaso ahí? ¡¡Anacronismo!!) y Perseo monta en él y, con la cabeza de Medusa en la mano, se dirigen hacia Argos. Y Argos, mientras Ío y Perseo habían estado retozando, se ha transformado en un completo caos. Un charlatán que se las da de profeta ha convertido a gran parte de los ciudadanos de Argos en sus fanáticos seguidores y están empeñados en cargarse a Andrómeda para que el Kraken© los deje tranquilos. Aparece Perseo y convierte a Kraky en piedra. La princesa Andrómeda cae al agua mientras la estatua del Kraken© se desmorona y, sorprendentemente, la chica no muere a pesar de las miles de toneladas de piedra que han caído sobre su cabeza. Perseo envía a Hades –que tenía la mala costumbre de aparecer por la película de vez en cuando en plan mariposa negra humeante- al Inframundo y se reencuentra con Zeus, que se supone que es su padre. Esto también es muy gracioso, porque Zeus nos muestra en esta escena todos sus católicos sentimientos: se preocupa por sus hijos (¡¡!!) y por Perseo en particular (¿??????¿?¿??) o eso le dice al menos. Zeus le ofrece un lugar en el Olimpo, pero Perseo prefiere quedarse en la Tierra. Y por eso, Zeus, que quiere que su nene folle como un dios, envía a Ío (nueva hoja de personaje) con él. La escena final es que Perseo corre a lomos de Pegaso por la playa, como en las carreras de caballos de Sanlúcar de Barrameda. Fin.

Os vuelvo a dejar el tráiler para que comprobéis todo esto.

Así que os recomiendo que os descarguéis la puta película si queréis echaros unas risas, porque no vale un duro.

Y recordad, no se dice “¿quieres follar conmigo?”, se dice “aplaca tu tormenta”.


15 abril, 2010

Todo queda en casa



En aquella tarde leí

el libro que habías dejado

sobre los escalones del patio,

especialmente para mí.


Hubo otras mañanas,

otras tardes,

en las que tu libro y yo

caminábamos por las horas

asidos de la mano.

Yo buscaba entre sus páginas

la manera de seguirte,

pues tu ausencia manchaba mis manos

y mis manos manchaban tu libro,

rebosante del ansia que le había impregnado

con tal de encontrarte en él.

Pero no te hallé entre sus páginas,

y tu libro se perdió con los años,

lloroso porque no te había hecho volver,

y yo lo había abandonado

entre réplicas y lágrimas.


Y una tarde, alejado tú de mis ensueños,

de mi corazón, de mi alma y de mi aliento,

te descubro en las páginas del libro olvidado,

y ahora lo entiendo.


Tú te has marchado y te has llevado mis recuerdos,

pero has dejado a este libro entre mis manos.

Y aunque estés lejos, y solo seas una sombra del pasado,

descubro el secreto que se hallaba guardado

entre las hojas de papel:

Tú eres el libro, y aunque nunca nos volvamos a ver

podré sentir que te siento cerca, aunque no estés

conmigo y deje el libro en un rincón de mi cuarto,

junto a tu nombre, tu risa y tus abrazos.


14 abril, 2010

Lolita teen


Y jugando con tu chistera

me encuentras, enredada

entre tus sábanas una vez más.


Nunca te atreviste a pensar

que tenerme a tu lado

sería la empresa más peligrosa

a la que te tendrías que enfrentar.


¿Cómo ibas a vislumbrar

otra esencia que la de la bondad

en mis ojos perversos?

Soy la luz de tu vida,

el fuego de tus entrañas .

La única persona que, en este mundo,

te importaría perder.


Y ahora que le he ganado

la partida a Isabel,

pobre zorra… si quiere

encontrarte te encontrará

mirando fijamente mi imagen,

enamorado hasta la médula

de mí, como estás,

mi eterno ángel caído…


Y si Isabel me encuentra

me carcajearé de ella,

pues solo yo soy tu ninfa y tu dueña

y ella nada podrá hacer,

aunque vuelva de la tumba,

te llame por teléfono

o te escriba cien emails.


Y tú, viejo desdentado,

de traje perfectamente abotonado

y sonrisa de ensueño.

Tú languideces, mientras recuerdas

las mil amantes que me precedieron

y que no supieron sacar de tus labios

un “te quiero”. Y si lo dijiste, no era cierto.


Yo lo sé, pues soy del norte

y en el norte nos enseñan

la magia de las Encantades,

en bable, por supuesto.

Soy tu norte y, más al norte,

no hay nada. Y al sur de mi norte,

solo hay sur. Y no te cortes,

dímelo tú, ¿para qué

quieres al sur disfrazado de norte,

si yo te ofrezco el verdadero norte,

el que marca tu brújula y me señala a mí,

insistente, sin vacilar ni un instante,

pues soy tu destino, tu descanso,

tu consorte, tu fatalidad, tu mejor amante?


Ya he desdeñado al hijo

que crecía en mis entrañas.

¿Acaso no te basta?


Te gusta el whisky de Escocia

y no hay otra patria para mí

que esas tierras del norte.

Yo adoro el vodka,

pero lo cambio sin sentir

por vino dulce, tequila

o el elixir que tú elijas.

Tienes suerte de que,

como tú, sea una viciosa

antes que ninguna otra cosa,

que se entrega a la destrucción

sin esperar nada a cambio en esta vida.

No en vano, soy tu hija.


Y en este punto del camino

en el que nos encontramos los dos,

yo, una fugitiva y tú, un maldito,

olvida tu pasado y llévame contigo

en aquel coche tan bonito

en que solíamos viajar.

Y, por favor, no mires atrás.

Yo haré lo mismo.


13 abril, 2010

Asteroide


Voy a escribir

las cosas más desagradables

que nunca te hayan escrito,

decirte las palabras

más desagradables

que hayas oído,

de mí para ti.


Voy a poner de relieve

todas tus faltas, como

tus cuencas vacías,

tus manos de esparto,

tus minúsculos besos,

las brújulas frías,

los abrazos que se apagan,

las mañanas descalza,

los fantasmas que vuelven,

tu nombre que, en mi olvido

con el tiempo, se pierde.


Voy a vomitarte cada palabra,

a escupir en tu boca,

a llenarte de grietas la casa

y a quemarte la ropa

que descansa en el alféizar

de la ventana.


Luego me llamarás por teléfono

y me pedirás explicaciones.

Y cuando yazcas desesperado,

de rodillas, con mi voz sonando

por el auricular, y me pidas respuestas

y no te las dé, y en un alarde de valentía

me digas: "¿Nunca te preguntaste…?",

te cortaré desde lo más profundo

de mi lacerante línea con un maullido

que pondrá como escarpias

el vello de tus manos desnudas:

"Sí, mi amor,

pero nunca tuve derecho a las preguntas."


11 abril, 2010

Noches de Abril


Azahar. Blanco y naranja. Te abres a la noche cordobesa y desnudas tu alma, perfumando las calles negras y empedradas. La luna se agita a lo lejos. No llega a conocer tu hermosura, tu candor de flor blanca y azahara. Una mujer morena pasea por las avenidas descalza y yo me enamoro de ella. El silencio es mi escudo y mi espada. Córdoba es una fuente rodeada de naranjos, de piedras que callan; Córdoba es lo que fluye por las venas de nosotros, los apátridas, a la luz de las luciérnagas, rodeados de naranjas y flores blancas.



Leonard


Leonard. Un nombre casi lírico para un hombre tan poético. Un nombre delicado, elegante y contundente como el mismo hombre.

Yo admiro a Leonard.

Leonard es el único hombre valiente que conozco. He conocido a muchos cobardes en mi vida y, a veces, yo me he reconocido como una más entre sus filas. Pero Leonard es diferente. Sé apreciar la valentía cuando la veo, precisamente por haber estado entre tanto pusilánime. Aunque he de añadir que la mediocridad de los demás ha superado siempre y con creces mi propia cobardía. Hasta que no observé el mundo, me tenía a mí misma como una persona demasiado envilecida. Pero luego supe de la oscuridad de los hombres y fue cuando reconocí mi propia luz. Pero si yo soy luminosa, Leonard es brillante. Leonard me hace cuestionarme mi propia valentía y me hace afianzarla cada día más.

Yo admiro a Leonard.

Leonard sabe apreciar el alma femenina. Es hombre de una sola mujer, una mujer muy afortunada. Siempre admiré esta cualidad suya, de entender los gráciles movimientos de unos brazos delicados, de estar horas literales viendo a su mujer leyendo un libro o mirar por la ventana, de maravillarse sabiendo que solo ella es capaz de colmarlo tal y como lo hace. Leonard agradece cada día que pasa a su lado. Es lo que le enamora, lo que le excita, lo que le hace sentirse vivo: saberla a ella la única y merecedora testigo de su vida.

Yo admiro a Leonard.

Leonard canta para los pájaros, toca la flauta para sus plantas y alimenta a su gato con Brahms. Lee libros apoyado en el alféizar de la ventana y escucha la radio mientras bebe una copita de orujo. Sabe disfrutar de las pequeñas cosas de la vida y acumular tonterías lo considera una pérdida de tiempo, esfuerzo y dinero. Leonard, desde luego, no es como los demás.

Leonard, sexagenario de ojos azules y pelo plateado que fuma en pipa y siempre lleva sombrero. Leonard, poeta por afición y músico ocasional que habla con plantas y animales. Leonard, que está tan enamorado de la vida que solo puede compartirla con su mujer. Leonard, que duerme en un colchón en el suelo y hace cocina tailandesa.

Ya no quedan hombres así, por lo que me alegra haber conocido a Leonard. Él es la persona real que hace que el ideal sea tangible por unos instantes en el mundo sensible.


07 abril, 2010

Doppelgänger*




*Doppelgänger: vocablo alemán para el doble fantasmagórico de una persona viva.


Su habitación: paredes blancas, inmaculadas; cama de colcha azul y cojines naranjas; mesilla de noche estilo kitsch donde reposa un radio-despertador electrónico; el espejo junto a la puerta, ovalado y enmarcado en oro, cuidadosamente pulido.

Ella, milagrosamente viva tras un accidente de tráfico dentro de uno de los túneles de la nacional A-1. Un mes de convalecencia en el hospital. Una cicatriz en el hombro izquierdo, pérdida del 1% de visión en el ojo derecho: únicas secuelas de la tragedia. Sigue siendo joven, inteligente y hermosa. ¿Qué más se puede pedir?

Primer día en casa. El reloj ha sonado a las siete y dieciséis minutos de la mañana. Camisón blanco, pelo ligeramente desaliñado, ojos electrizados y brillantes: su imagen en el espejo. Sigue siendo la de siempre. Se rodea con los brazos y acaricia su piel unos instantes.

Escalofrío.

Visualmente todo parece hallarse en su lugar, pero su piel ha perdido suavidad. Tiene la aspereza de la arena del desierto. Su textura incide en el cuarzo, punzante hasta el dolor. Baja los brazos asustada y su respiración se acelera. Tal vez necesite una ducha, crema hidratante, sales de baño. No hay motivo para asustarse. Al fin y al cabo, su cuerpo ha estado muy descuidado en lo que a estética se refiere en el hospital. Solo tiene que recuperar su aura y desembarazarse del olor a anestesia, leche materna, desinfectante y enfermedad que la envuelve desde que le dieron el alta.

Tres días más tarde empieza a inquietarse de nuevo. El olor a hospital ha desaparecido, pero el suyo, su aroma personal, no está. Se ha esfumado. Quienes la conocen le dicen que le falta algo. Nadie se ha dado cuenta todavía. Nadie se ha acercado lo suficiente para descubrirlo, pero la realidad es que ha perdido una de sus señas de identidad. No gusta de usar perfume. Su cuerpo, el sudor resbalando por los ángulos de las articulaciones, la respiración pausada cargada de dióxido de carbono con la proporción de helio exacta, su aliento, mezcolanza de arándano y tabaco agrio, era capaz de excitar hasta la pituitaria más dormida. Eso ha desaparecido. Y su tacto no es el mismo. Da igual cómo trate su piel, porque el tacto inicial no está. ¿Será eso lo que ha favorecido la desaparición de su olor?

A la semana se atreve a coger su bici, una antigualla de 1979 de 20 kilos que había pertenecido a su tío. Baja al centro de la ciudad, recorre rápidamente cinco kilómetros sorteando parejas que pasean tranquilamente, familias que van al cine y niños que practican patinaje en el boulevard. El sol de la tarde incide sobre ella, y es cuando se da cuenta de un hecho que hace que frene la bici en seco y mire al suelo fijamente. ¿Dónde está su sombra? Parece que la bici la llevara un fantasma, un ente invisible. Empieza a gesticular despacio, para ver si logra proyectar alguna sombra en el adoquinado, pero no logra conseguirlo. Se queda inmóvil sobre el sillín, con los dos pies en el suelo mirando fijamente el lugar donde debería estar su figura recortada por los rayos solares. No es capaz de volver a casa hasta que ha anochecido, cuando la luna es demasiado discreta para desvelar la inmaterialidad de los átomos que la componen. Los gatos callejeros le maúllan enfurecidos a su paso y los búhos detienen su quedo ulular.

Al llegar a casa, deja la bicicleta junto al aparador y corre a su habitación a mirarse en el espejo. Su imagen le devuelve la mirada. ¿Por qué el espejo si recoge su figura y el sol la traspasa? Su vecino de pronto pone el tocadiscos y su cuarto se inunda de música. Qué ironía. Suena Strauss. Una ópera. Una ópera de tres actos que a partir de ahora no volverá a significar lo mismo para ella: La mujer sin sombra.

A la mañana siguiente tiene unas ojeras profundas que enmarcan sus ojos. No ha podido dormir en toda la noche. El sol sigue ignorando su figura cuando se detiene frente a la ventana. Y grita de frustración. O lo intenta. Porque de su garganta sale un sonido ronco, estertóreo, apagado. Se ha quedado sin voz. Corre junto al espejo y se examina la garganta, temblando de puro pánico. Pero su reflejo no imita sus movimientos. Su reflejo le sonríe de una forma inquietante, malévola. Ella empieza a tirarse de los pelos y se arranca varios mechones. Es entonces cuando coge el despertador de la mesilla de noche y lo estrella contra el espejo, que salta en mil pedazos. Varios cristales la golpean en la cara y le hacen cortes superficiales. Pero ella no sangra.

Entonces aparece su doppelgänger, liberado del espejo. Él tiene su aroma, su voz… seguramente su tacto y proyecta su sombra, la sombra que a ella le había pertenecido, sobre la cama. Él tiene su sangre, su cuerpo. Y por fin, ahora, su alma. Ella desaparece y el doppelgänger absorbe sus últimos vestigios de vida humana.

Muy lejos de allí, en el hospital, los médicos ceden las posesiones de la joven a una organización de caridad.

-Pobre chica –comenta una enfermera que la atendió de primera mano – lleva cuatro meses muerta y nadie ha sido para recoger sus pertenencias.


04 abril, 2010

Los miedos del escritor


El escritor que llevaba media vida escribiendo estaba decepcionado, ultrajado, humillado por su inspiración. Doce novelas inconclusas, siete antologías incompletas, cien ensayos edulcorados, seis relatos de pésima redacción y tres cartas tiradas al fuego. Se salvaban cinco poemas, uno de los relatos, dos ensayos y algunas ideas sueltas de las novelas. Ya está. Para qué nombrar las cartas.

¡Toda una vida escribiendo para eso! Pero lo peor de todo era que, aunque siempre había deseado ser novelista, se había encontrado con que tenía mucha más facilidad para hacer poemas. Así que había dejado un poco de lado las aspiraciones noveleras y se había decantado por la poesía. Es más, él se presentaba como poeta. Pero, qué terrible. Solo cinco poemas se salvaban para él de sus siete antologías, unos 2093 poemas en total. Inconclusas todas ellas, claro está. Él definía una meta, por ejemplo: Una antología de 350 poemas. Pero después, cuando había escrito 287, descubría errores garrafales en los anteriores y pensaba que se había molestado en escribir pura basura. Y empezaba otra que fracasaba estrepitosamente al cabo de las semanas. Por eso había comenzado con los relatos. Estadísticamente era lo que mejor se le estaba dando. Eso sí que era una tragedia. No solo no conseguía escribir una novela, sino que se había dedicado a la poesía la mayor parte de su vida y a los ensayos, para que ahora, lo que se le diera bien fueran los relatos. ¡Qué ultraje!

El escritor se desesperó cuando recontó y repasó su obra, y cayó en una crisis de identidad. ¿Qué clase de escritor era? Había intentado ser polifacético y solo le habían salido unas cuántas cosas bien. Pero ¿eso le daba derecho a proclamarse poeta? ¿Novelista? ¿Ensayista? ¡No! ¿Qué era un escritor, el que escribe o el que escribe bien; o el que escribe mucho, escribe bien y, además, le publican? ¿O el que aunque no escriba mucho, escriba bien? ¿Publicado o sin publicar? Porque no le cabía en la cabeza la noción de escritor que escribía mucho, mal y encima, era un desconocido.

Casi se echó a llorar cuando cayó en la cuenta de que, si llegaba otro más avispado, más inspirado o vaya usted a saber qué más qué, que escribiera en dos meses lo que él había conseguido en media vida y que lo hiciera mejor que él, era quien debía llamarse escritor. Él solo era un pelele, un personajucho con pretensiones de escritor que había escrito tres cosas bien porque, después de tanta práctica, algo bien le tenía que salir. ¡Qué tragedia! ¡Qué tragedia!

¿Dónde está el límite para un escritor de lo que está bien y lo que está mal? ¿Quién lo marca? ¿Cuáles son las pautas para escribir bien? ¿Es como un baile? ¿Aprendes los pasos y ya está? ¿Es cuestión de cuna? ¿Nace el escritor o se hace? ¿O las dos? ¿Cuál es el misterio de ambas?

Y entonces, el escritor… o el no-escritor, o el que escribía, o el que no escribía, o el escribiente que escribía cosas malas, o buenas, o el tonto que jugaba con el lápiz o vaya usted a saber quién, cayó en una espiral de interrogantes y se volvió completamente loco.


02 abril, 2010

Diario de una relación virtual


Día 1

Fíjate. Estás en mi pantalla, solo eres un montón de unos y ceros. Quién diría que tienes una correspondencia real con tu imagen virtual.

Día 2

Qué guapo estabas ayer. Cuando te acercaste a mí y decidiste compartir tu sangría conmigo casi no me lo creí. Y al guardar mi número en el bolsillo de tu pantalón, estuve segura de que lo nuestro había sido un gran inicio. No hay nada como comenzar una conversación con el que sabes que va a ser el amor de tu vida. Todo zumba a tu alrededor. Y eso que solo eran las 10:24 de la mañana. ¿Me estaré equivocando contigo? Iré a consultarlo con mi terapeuta, ese gigantón tan simpático y megaguay. Al pobre le sobran unos cuantos kilos, pero es una persona realmente “bital”.

Día 3

Mi terapeuta dice que contigo todo va viento en popa. Si no me cierro a nada, podré maximizar los resultados de nuestra primera cita.

Día 4

La noche de ayer fue fantástica. Quiero copiar y pegar tus besos por todo mi cuerpo y no desenchufarme nunca de ti.

Día 8

Nuestra relación es un interrogante constante. A veces quisiera poner en cursiva tus silencios y en negrita tus sonrisas.

Día 9

Quiero beber la sangría de tu boca, tintarme las manos con tus impresiones sobre aquello que te rodea. ¿Qué sientes al teclear mi cuerpo?

Día 13

Siento comer demasiado. No puedo con nuestras discusiones. Fuiste muy duro cuando me dijiste que estaba perdiendo la línea. Eso consigue agriar mi conexión contigo.

Día 14

¿Me perdonas? F5.

Día 16

¿Por qué has reiniciado tu contacto con tu vecina del quinto? ¡¡Si se pasa el día gritando por la Ventana!!

Día 20

Deja de justificar tus acciones. ¿No ves que yo ya te he alineado a la izquierda en mi vida? O te reciclas, o te elimino para siempre de mi agenda.

Día 23

¿Crees que no veo el tamaño de tus errores? Sé que te has cansado de beber de la misma fuente. No quiero volver a tener una sesión contigo. No tienes control. Siempre fuiste demasiado altivo. Quedas suprimido.

Día 24

Relación cancelada.


El Gato Negro *


*Dedicado a Edgar, gato
y a Edgar Allan Poe, escritor

Tengo un gato, un gato negro que espero encontrar en mi tumba algún día.

Mi gato gusta de tumbarse al sol, panza arriba o panza abajo, da igual. El caso es que le gusta tomar el sol, como las lagartijas verdes. Verdes como sus ojos, verdes. Verdes, como sus ojos verdes. Inquieto, mira por la ventana los pájaros pasar y les dedica débiles maullidos desde su cojín y yo me pregunto qué estará pensando.

Mi gato es ágil, silencioso como un gato, sí… y maúlla. Maúlla a todo. A la puerta, al sillón, a las palomas que pasan por el balcón. Me maúlla a mí para que me despierte, para que lo atienda o simplemente para hacerme saber que está ahí. Cuando entro por la puerta, yo también lo saludo para que sepa que estoy ahí. Es lo que hacen los amigos.

Mi gato tiene alma de poeta y a veces se sube a la silla del comedor, mira por la ventana y se pone melancólico. Quieto, parece una estatua, un monumento a la serenidad. Yo admiro a mi gato.

Mi gato quiere ser escritor. A veces se pasea por el teclado de mi ordenador, juguetea con su pantalla. Mi gato quiere comunicarse con el mundo y no sabe cómo hacerlo. Mi gato quiere entender el mundo y no puede hacerlo. Creo que también gusta de libros o simplemente le hará gracia verme concentrada en una cosa concreta mientras él se tumba a mi lado y posa su cola sobre mis piernas, para asegurarse de que estoy ahí. Utiliza sus uñas contra todo, menos contra mí. Tiene nobleza de caballero, aunque tenga personalidad de pícaro.

Mi gato entiende de soledad. A veces se siente solo y a veces me siente sola. Entonces viene y se acerca a mí, implorando que lo acaricie. Otras veces es, como yo, un solitario. Gusta de la gente, pero solo durante unas pocas horas al día. El resto del tiempo no quiere que le molesten. Si me levanto súbitamente del sofá que estamos compartiendo lo entiende y me espera hasta que vuelva.

Mi gato, cuando se sienta conmigo, me da la espalda y a mi espalda se dispone –siempre teniendo un punto de su cuerpo en contacto conmigo- y ronronea. Es como si me dijera: cúbreme las espaldas, que las tuyas ya están cubiertas.

Acerca su nariz a mi rostro y me olisquea. Yo cierro los ojos y lo dejo hacer. Soy consciente de que esos son los momentos más íntimos que compartimos, igual que cuando junta su nariz con la mía. Es su forma de demostrarme que, pese a todo, confía en mí. Y yo, pese a todo, confío en él.

Mi gato grita en silencio, me llama en silencio, llora en silencio, sonríe en silencio. Es asombroso cuánto nos parecemos en algunos aspectos. Ninguno de los dos hablamos en el idioma común de las personas. Quizá por eso nos entendemos.

Espero encontrarme a mi gato un día en mi tumba... O que me encuentre él a mí en la suya.