27 enero, 2011

Rebelde... ¿sin causa?

Cuando era pequeña en mi familia me llamaban “el espíritu de la contradicción” porque siempre que no estaba de acuerdo con algo, lo discutía –y eso ocurría con cierta asiduidad-. Como siempre mis opiniones han sido muy personales, llegando con bastante frecuencia a ser atípicas, me gané la fama de querer discutir por discutir. Sin embargo, eso nunca ha sido cierto. No suelo discutir por discutir, de verdad que no –salvo en muy contadas ocasiones que discuto por diversión… pero discutir por diversión no es discutir por discutir, que quede claro-.

Puede parecer chocante que, ante algo que no me gusta, salte. Y salto de forma violenta, airada, pasional y mordaz. Siempre intento llevar a la razón de mi mano, pero independientemente de eso, mis discursos suelen ser enérgicos. El hecho de que lo sean, no sé por qué, hace que las personas lo interpreten como que me dejo llevar por una furia divina, desatada e incontrolable y que no hay argumentos detrás de esos arranques. Y si se me lee o se me escucha con atención, cualquiera se da cuenta de que toda mi opinión se fundamenta en argumentos bien razonados –a veces con más o con menos acierto, eso lo reconozco-.

Odio con todas mis ganas a quienes identifican la pasión con la ingenuidad juvenil. Esas frases de: “ya cambiarás… la vida le acaba dando la vuelta a uno”, “ yo antes pensaba A, pero fíjate cómo es la vida, que ahora me he ido al extremo y pienso Z”, “ahora tienes mucha fuerza, pero cuando tengas mi edad verás las cosas de forma distinta” o la peor, la que empieza: “yo pensaba igual que tú a tu edad, pero…”.

Ante ésta última me entran ganas de responder varias cosas:

1. 1. Lo siento, señor, pero lo dudo mucho.

2. 2. Que tuviéramos en su momento opiniones similares no significa que las motivaciones que nos llevaran a pensar así sean iguales. Que usted se hiciera el “progre” en su momento para destacar en su pandilla de amigotes pseudorrojeras no significa que yo tenga su misma determinación, y si he llegado a pensar de una forma concreta no ha sido sin una profunda reflexión previa.

3. 3. Eso es una gran prueba de una de estas dos cosas, e incluso de ambas dos: O que usted en su juventud tenía la capacidad reflexiva de un babuino, probablemente embebido en una gran ensalada de hormonas que le impedían pensar con objetividad; y esa capacidad no ha mejorado a pesar del tiempo, por lo que usted no ha recapacitado con seriedad qué es lo que realmente apoya; o quizá es que usted es un chaquetero pseudointelectual que se raja a la primera de cambio, cuando sus ideas no se corresponden con la realidad que usted imaginaba. O tal vez es usted simplemente un capullo inseguro, adicto a las relaciones disfuncionales, que apuesta al mejor postor, aunque ni siquiera sepa qué es lo que significa tener una ideal y en qué consiste éste.

No soy una persona que hable por hablar. Yo no grito para hacerme oír, me basta con un susurro certero. Puedo tener muy mala idea a veces en la forma en la que digo las cosas, pero detrás de todo eso siempre se encuentra una motivación apoyada en fuertes argumentos. No me da la gana de dejarme llevar por el pensamiento de la mayoría si considero que ésta se equivoca, como por otro lado no dejo de participar en esa mayoría si creo que lo que opina es correcto, pues no tengo ningún ánimo de llevar la contraria por llamar la atención.

No confundan pasional con irreflexivo, por favor. Yo no voy quemando contenedores en un arranque de valentía infundada o fundada en la moda o en cualquier otro movimiento pasajero.

Así que si alguien me dice: “Yo, a tu edad…” probablemente le responda: Pues si es así, lo más probable es que si yo me convierto en lo que usted es en la actualidad, me pegue un tiro, porque significa que habrá muerto todo lo que soy. Como probablemente no me ocurrirá lo que usted dice, a pesar de lo que usted haya hecho con su vida y de sus ganas de hacerme partícipe de su frustración vital, sólo puedo desearle que eche un polvo, así quizá le vuelvan a entrar ganas de vivir y de no conformarse con la primera mierda que le den en la vida”.

Unas preguntas...

Mira que es un prejuicio -o postjuicio más bien- que he intentado quitarme de todas todas, pero a juzgar por los comentarios de los albañiles que ahora se encuentran arreglando noséqué dos plantas más arriba, no puedo evitar preguntarme...


¿Todos los idiotas se meten a albañiles
o es que la albañilería precisa necesariamente de la estupidez de sus trabajadores
y por eso entre sus filas rara vez se encuentra a alguien inteligente?

¿Alguien sabe de una pandilla de sicarios albañiles que se dediquen
a matar a sus compañeros de gremio por tener un CI superior a la media?
-A la media de albañiles, claro, no a la media de la población en general-.


Ya me gustaría trabajar a mí con esa alegría, coño.



25 enero, 2011

Gatos. Mis gatos.

Los gatos son animales que te dejan sin respiración. Ágiles, inteligentes, cariñosos, simpáticos, orgullosos y humanos. Os aseguro que no es lo mismo tenerlos que no tenerlos en casa.

Yo tengo tres y en teoría no debería tener ninguno. Pero un día llegó el primero, luego el segundo… y después el tercero. Llegaron sin más. Como hijos traídos por la cigüeña. De verdad, yo no lo planeé. Si me hubieran dicho que iba a tener tres gatos, hubiera pensado en mí como en una persona rodeada de animales que destrozan la casa y que son absolutamente ingobernables. Pero no es así, o más bien, no es exactamente así. De modo que espero que se me perdone mi pequeño… bueno, mis tres pequeños deslices zoofílicos, concretamente gatunos.

Y para hablaros de la grandeza de estos animales, me basaré en mi experiencia propia.


Edgar Vladimir London,

(Edgar para los amigos)


Él sí que sabe.


Iba caminando por la calle en dirección a mi facultad, escuchando música, pensando en mis cosas, cuando me pareció ver por el rabillo del ojo una pequeña figura que sobresalía de unos arbustos. Me paré en seco y volví sobre mis pasos.

“Miau”, me dijo un gato negro de ojos verdes desde los arbustos.

Le miré fijamente. “Miau”, me volvió a decir.

No sin cierto temor, alargué una mano hacia su hocico y dejé que me olisqueara. El gato parecía que iba de buenas. Me aventuré a acariciarle la cabeza. No se opuso.

Me agaché y empecé a llamarlo. El gato salió de los arbustos y se puso sobre la acera, a mi lado. Me levanté y empecé a caminar en dirección a mi casa, llamándolo. El gato se venía conmigo. Así que en una de estas lo cogí en brazos y me lo llevé a casa. Tal cual.

Edgar es un gato al que abandonaron con seis meses una familia cuya gata había tenido unas cuantas crías. Lo sé porque al poco de encontrar a Edgar, vi algunos gatos negros más de su edad correteando por las calles, aunque no tan simpáticos como él, a los que intenté acercarme sin éxito.

Edgar me enamoró como ningún otro animal ha conseguido hacerlo jamás. Noble de corazón, atento, muy orgulloso e inteligente, cariñoso, distinguido y calculador. Edgar y yo nos hemos adorado desde el principio. Es un sentimental. Tiene alma de escritor. De ahí sus nombres. Curioso como nadie, es capaz de pasarse horas mirando por la ventana, melancólico, maullándoles a los pájaros. Es capaz de matar a una mosca en dos simples movimientos, bien calculados y medidos. Cazador desde siempre y gran amante de las siestas. De temperamento apacible, jamás me ha levantado una pata para arañarme.

Edgar observando a una mosca antes de saltar sobre ella.


Muchas veces me busca para que le dé mimos. Cuando estoy pensativa, triste o cansada, se sube al sofá de un salto y se pone a mi lado ronroneando. Ha acogido, ayudado a criar y educado a dos gatos, como él, recogidos de la calle. Duerme conmigo. Ahora mismo lo tengo delante de mí, durmiendo encima de la mesa con su collar rojo. Edgar sabe cuando estoy con el ánimo bajo y sabe ir a mí para animarme. Mantenemos largas conversaciones a través de la mirada. Creo que mi relación con él es lo más parecido a tener un romance con un gato. Porque lo tenemos. Y cualquiera que nos vea sabe lo mucho que nos queremos.


Darwin Cobain, (Darwin)


Darwin en la actualidad, recién despertado de la siesta.


A Darwin lo escuché maullar desesperado debajo de un coche una mañana en la que iba a la facultad a hacer un examen. Los maullidos me conmovieron de sobremanera, pero pensé que probablemente era una cría que se había perdido y pensé que su madre iría pronto a recogerla, por lo que seguí mi camino.

El problema fue que a la vuelta seguía maullando. Exactamente igual que la primera vez. De modo que fui a mi casa, recogí comida para gatos (con el permiso de Edgar) e hice lo imposible por tratar de sacarlo de debajo del coche.

Darwin era el típico gato naranja a rayas. Su particularidad era que tenía los ojos dorados, aunque eso lo descubrí más tarde. Su madre era una gata naranja a rayas que había visto semanas antes embarazada y que ahora había tenido seis crías. Darwin era el más pequeño de la camada y el más débil, así que la madre cuando se vio con tanta cría, decidió abandonar a Darwin para que el resto de su camada pudiera sobrevivir.


Así encontré a Darwin. Daba penita, ¿eh?


Y así estaba, sucio y famélico debajo de aquel coche. Terriblemente asustado. Me pasé dos horas, literalmente, al lado del coche intentando sacarlo. No quería, me tenía verdadero miedo. Se ve que lo habían asustado algunas personas y desconfiaba de mí terriblemente. Mientras estaba yo tirada en la acera, pensando en cómo meterme debajo del coche y sacar al gato, un vecino se me acercó y me dijo que ese gato se había pasado tres días debajo del coche maullando, que probablemente lo había abandonado la madre. ¡Tres días! Y eran días nublados, había hecho frío.


Darwin, el día que nos conocimos.


Pasé al plan B: dejar que Edgar se ocupara. Subí a casa, metí a Edgar en su gatera y lo bajé, esperando a que, con sus maullidos, atrajera al pequeñín. Y vaya si lo consiguió. Darwin estaba desesperado, se sentía solo y abandonado y al escuchar a Edgar no dudó en aproximarse a su gatera a pesar de que se lo estaba vigilando desde no muy lejos. Tardó varios minutos en colarse en la gatera por una puertecilla superior más pequeña que la principal, por donde Edgar sacaba la cabeza. Era tan pequeño que consiguió meterse por ahí. ¡Ya lo teníamos!

Al principio pensé que era una hembra (de hecho le tengo dedicado en este mismo blog un poema). Tenía unos tres meses y no dejaba de bufar y de intentar arañar.

Hizo falta mucha paciencia, mucho cuidado, mucho cariño hasta que dejó de bufar, se dejó mínimamente acariciar y dejó de esconderse cada vez que entrabas en la habitación donde él estaba.

Buscaba la compañía de Edgar. Edgar ha sido como un padre para él (le enseñó a usar la cajita de arena entre otras cosas) y se nota que lo quiere mucho por cómo se acerca a él y empieza a darle lametones –que Edgar corresponde-.


Edgar ejerció de padre desde el primer momento.


Darwin intentando seguir los pasos de su papi adoptivo.


Nunca ha sido un gato cariñoso, es cierto, pero sabe darte a entender que te quiere a su manera. Es un gato que vive con miedo, al que los primeros meses de su vida le han dejado una huella imborrable en la mente. Sin embargo, su evolución desde entonces ha sido abismal. No le gusta que lo agobies con cariño, pero acepta que lo cojas en brazos y le acaricies la cabeza. No bufa (solo a las personas extrañas que no conoce y que tratan de acercarse a él), no se esconde y pocas veces se resiste a que lo cojas en brazos o lo acaricies (eso sí, no te pases, que si no te da con la pata –sin uñas- en la mano o se va). Le gusta dormir en la hamaca de su rascador y a veces hasta tolera acercarse un poco a mí mientras duermo.


Darwin en su rascador compartido.


Al principio no maullaba (se quedó mudo y traumado de la experiencia del coche) y ahora lo hace algunas veces. No puede decirse que sea un gato inteligente como Edgar (que averiguó poco después de llegar el mecanismo para abrir una puerta, entre otras cosas), pero sí que es bastante avispado.

Le encanta comer (siempre se acerca a la cocina cuando estoy cocinando, se sienta y me mira con curiosidad… por eso siempre le he dicho que es un gato con inquietudes gastronómicas), pero es tan nervioso que no engorda. Tardó mucho en crecer, ¡pero menudo estirón pegó cuando lo hizo! Sus costumbres callejeras hacen que a veces lo tengas que regañar por acercarse con demasiado interés al cubo de la basura, pero no puede decirse que se porte mal. Nervioso y juguetón, le sobran las energías. Tiene el récord de recorrer mi pasillo en sólo unos segundos. Y hace Matrix. De verdad. Pega grandes saltos, llega a la pared y se impulsa con las patas hacia el suelo del pasillo. Tiene una mirada profunda y penetrante, como la de los niños que han crecido demasiado rápido. Es un gato observador. Si estás haciendo cualquier cosa que le llame la atención, se acerca a ti y se sienta –eso sí, a una distancia que él considere prudencial- y te mira. Se puede pasar horas mirando lo que haces.


Aquí está crecidito ya y ensimismado.


Tiene una personalidad particular e independiente y por eso le quiero. Es un vivo ejemplo de la superación de un gato.


Fiodor Kafka Maquiavelo

(también conocido como Fiodor o Señor Fifi)


Está llamado a dominar el mundo.

Aquí lo vemos sentado en su silla.


A Fiodor lo conocí a través de un compañero de clase. Por lo visto, eran tres gatitos cuya madre los abandonó en un jardín. Les cayó una lluvia enorme y sólo sobrevivieron dos. Fiodor y su hermanita, que murió poco después de haberla recogido. Mi compañero no se podía ocupar del gatito, así que me lo dio a mí.

Fiodor me cabía en la mano cuando lo vi por primera vez. Tenía unas tres semanas y parecía un gato transparente entre el frío y el hambre que había pasado. Fiodor es un gato albino. Blanco y con ojos azules. Afortunadamente no padece sordera como sí tienen otros gatos albinos. A Fiodor le llamamos Señor Fifi porque es tan pequeño que el nombre le viene grande todavía (actualmente tiene cuatro meses). Siempre está buscando fuentes de calor, porque parece ser que los albinos son más sensibles a los cambios de temperatura que el resto de los gatos, así que siempre está al lado de la estufa o encima de mis piernas para estar calentito. De hecho, se viene a dormir a mi cama porque por la noche pasa frío. Precisamente porque no se viene a la cama todas las noches, anda siempre resfriado y se suele saber dónde está gracias a que de vez en cuando se oye un “Achís” por el pasillo. Es un gato de armas tomar a pesar de su tamaño y edad. Tiene un gran corazón, pero no le toques su comida. A Darwin al principio no le cayó demasiado bien y le estuvo bufando durante un par de días. Sorprendentemente, Fiodor no se amedrentó y le plantó cara a un gato que era cuatro veces más grande que él. Nunca han llegado a las manos, aunque a veces se dan una colleja de hermanos. Darwin y él se lo pasan pipa correteando por el pasillo, y es que Edgar a pesar de ser un gran padre no le gustan los juegos demasiado (aunque a veces se anima también). Darwin y Fiodor tienen disputas en la comida, porque Fiodor trata de robarle el pienso a Darwin y Darwin le pega con la pata para defender lo suyo.


Darwin y Fiodor siguen los pasos de su madre.

Muy republicanos ellos.


Fiodor es un poco maleducado en cuanto a costumbres de etiqueta. Intenta siempre coger algo de tu comida y es una manía que está costando corregirle. Gran gourmet, es también un gran ronroneador. Cazador de nacimiento, salta sobre ti mientras duermes y empieza a intentar cogerte los pies. En épocas de frío no se aparta de tu lado. Eso sí, como decía, es orgulloso, y si a él no le da la gana de que lo cojas, pues no lo coges. Así de fácil.


Ésto es amor y lo demás tonterías.


Es un gato que AMA EL AGUA. Es el único de los tres al que le gusta que lo bañen. Pero con agua calentita, ¿eh? Le gusta experimentar con el agua, especialmente el fenómeno de la refracción. Fiodor no entiende cómo al meter la pata en el agua parece que está torcida. Así que él, gran pensador, mete la pata en el bebedero y la mira fijamente varios minutos. Luego la saca y lame el agua que recoge con la pata –además es pragmático, como podéis ver-. También le ha dado por la inmersión de servilletas. Al parecer el otro día cogió una servilleta rosa y la llevó al bebedero para ver lo que pasaba. Así es normal que ande siempre resfriado…

Le gusta sentarse y dormirse en el router del ordenador… porque está calentito. Ahora mismo lo tengo encima de mí, hecho una bola.

Maúlla desde pequeño y sabe decir “esta boquita es mía” cuando tiene hambre. Y cuando quiere que le eches más agua en el bebedero –sobre todo porque el agua que le pusiste en un principio está tirada por el suelo debido a sus experimentos- también. Es muy inteligente ahora, y cuando crezca lo será todavía más.

Así que ya veis, estos son mis tres pequeñines. Cada uno con su personalidad, como si fueran personas. Los mayores destrozos que hacen son jugar con las servilletas y esparcirlas por el suelo (Darwin y Fiodor), jugar con el sofá (arreglable si compras un rascador para el gato y una funda para el sofá) y darte pequeños sustos por la casa porque aparecen donde menos te lo esperas (les gusta entre otras cosas meterse en mi armario). No me siento mal al haberlos recogido porque sé que los he salvado de la dura vida de la calle e, incluso, de la muerte. Me dan mucha compañía, mucho cariño, muchas risas y muchos sustos (el último, Fifi al haber tirado una jarra de agua sobre el sofá… intentando meter las patas dentro de ella). Son muy inteligentes (responden a su nombre, saben perfectamente cuando les estás diciendo que no, te responden a tus preguntas mediante gestos, te llevan al plato de comida mientras maúllan si tienen hambre, se las ingenian para abrir las ventanas con las patas... y los armarios y un laaargo etc.) y grandes compañeros.

Si queréis un buen amigo, tenéis tiempo y paciencia y estáis dispuestos a educar a una pseudopersonita, adoptad a un gato. Nunca lo compréis. Y no los hagáis criar, por favor. Antes de regalar un gatito de una camada piensa en los cientos de gatos estupendos que esperan en las perreras o en las calles a que alguien los salve.


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¿Y tú qué miras?



¡Ensalada de gatos!


19 enero, 2011

El Diario de Autismo de la Bruja Novata (I)

(Nota: todo lo que leeréis a continuación es absolutamente personal y verídico).

Una institución de la cual no voy a hablar para no hacer publicidad, se dedica a subvencionar a grupos de trabajadores y voluntarios que están dispuestos a dedicar parte de su tiempo a personas que padecen autismo. Me he unido a él hace poco en calidad de voluntaria.

El autismo es un transtorno del desarrollo que afecta a la reciprocidad afectiva, a la comunicación, a la imaginación y a la planificación. Muchas películas nos han acercado al espectro del autismo: Rain Man, Adam...
Si bien la mayoría de las personas no acertamos a comprenderlos del todo. Me imagino que a ellos les ocurrirá lo mismo, pero a la inversa: no nos entienden demasiado a nosotros.

Voy a dedicar parte del tiempo de mis tardes a cuidar de F., un chico de 15 años que padece autismo. Sufre algunas estereotipias, como mover las manos rápidamente y sin control aparente, y ecolalia (repetir frases que ha oído previamente -sin entenderlas necesariamente-, lo que puede llevarlo a decir algunas cosas que no son del todo correctas en ciertas situaciones). No mira fijamente a los ojos y a veces se pone a hablar solo y no siempre se le entiende bien lo que dice. Me asusté un poco cuando, estando yo charlando con los padres en la planta baja (la casa tiene dos plantas), F., que se encontraba en su cuarto (el cual se ubica en la segunda) empezó a gritar y se escucharon ruidos de varias cosas cayéndose. Sin embargo a los padres esto no les pareció extraño y siguieron hablando con toda normalidad. (No pude evitar imaginarme estar yo con F. en su cuarto, él gritando y tirando cosas y yo en un rinconcito de la habitación sin saber qué hacer).

De todas formas he comprobado que se trata de un chico muy cariñoso. Lo primero que hizo al verme fue darme un gran abrazo -lo cual tuvo su parte cómica, ya que me saca una cabeza y eso que soy unos cuantos años mayor que él- y luego se retiró a su cuarto diciendo que le daba vergüenza estar conmigo. Le gusta la rutina, la organización y que se planifique su tiempo. Éste es uno de los rasgos característicos de estas personas: amor por el orden, la costumbre y la tranquilidad.

Los padres dicen que no tiene problemas de conducta y la verdad es que el chico habla bastante más de lo que pensaba en un primer momento. Le gusta mucho el ordenador y por lo visto se pasa las tardes muertas en Youtube.

Esta parte me gustó. No me resulta difícil ponerme con él y enseñarle música clásica, entre otras muchas cosas. Enseñarle a Mozart, a Saint-Saëns, a Bach, a Chopin, a Wagner, a Tchaikovsky... se me hace la boca agua.

También me he enterado de que sabe leer. Ya tengo algo más en común con este chico. Le enseñaré libros, montones de libros, llenos de ilustraciones preciosas, de cuentos, de... TODO. De pronto me he sentido como una niña en una tienda de golosinas. Tengo una mente compleja a mi disposición a la que puedo ayudar a desarrollarse (Sí, ya sé que puede ser un gusto un poco peregrino, pero me imagino que por cosas como ésta estudio Psicología).

Y bueno, he quedado con la familia el jueves que viene, así que os iré contando mis peripecias con este chico.

Creo que va a resultar una experiencia muy gratificante.


18 enero, 2011

Los vulnerables. Parte primera.

Soy enfermera en el hospital general Sadocén desde hace casi cuatro años. Me llamo Inda. A pesar de permanecer en este hospital tan largo tiempo, aún no he conseguido afianzarme en ningún lugar. Me ocupo un poco de todo. Tengo un auxiliar de clínica a mi cargo. Se llama Iván. Tiene veinticuatro años. Tenemos conocimiento el uno del otro desde hace dos meses, pero a mí me parece casi una vida. Para mí es como un hermano pequeño. Discutimos a menudo, pero eso no es lo importante. Lo importante es que es la única persona que consigue que el infierno que estamos viviendo no me incite a quitarme la vida. Puede sonar duro, pero es que así es. Empezaré la historia desde el principio:


Hace tres meses comenzó una epidemia parecida a una gripe. Tos recurrente, fiebre, malestar general, dolor de cabeza, dolor de garganta, dolor muscular, apatía, cansancio. Un maremágnum de sensaciones que llevó a más de la mitad de la población a recurrir a los servicios sanitarios. Gran parte del trabajo se centró en un primer momento en los ambulatorios. He de decir que no sé si eso fue un alivio o no. Las personas que asistían a los centros de salud por otras razones ajenas a la epidemia general, comenzaron también a padecer los síntomas. Al hospital llegaban sólo los casos más graves. Y aún así, estábamos desbordados.


En un primer momento recetamos los medicamentos pertinentes para tratar la sintomatología de forma general: paracetamol, ibuprofeno, carbocisteína, codeína…


Durante un par de semanas parecía que la enfermedad se replegaba y la población experimentó una mejoría general. Nos confiamos. En los periódicos locales se hablaba de una gripe más. La ola de frío que había entrado por el norte era seguramente la causante del descenso de linfocitos que había afectado a toda la ciudad, ya que ésta se ubicaba en la parte más fría del país.


El balance de muertos en esta primera embestida fue ciertamente esperanzador. Era más bajo que en los cincuenta años anteriores. Ahora sólo había que esperar a que remitiera.


Sólo que no remitió. Empeoró.


Y cómo empeoró.



09 enero, 2011

Ebook, 3D y el panorama tecnológico actual y futuro. Una visión personal.

Uno de los regalos que los Reyes me han traído este año es un libro electrónico, Papyre 6.2 de Grammata.

El avance de la tecnología es algo que no puedo evitar mirar con cierta suspicacia. Sobretodo si tenemos en cuenta cómo marcha el mundo. Eso de fabricar aparatitos tecnológicamente avanzados que se estropean a los dos meses después de haberte gastado un pastón en ellos, para que luego saquen uno al mercado que tiene una tontería más que lo encarece un 30% y que te inciten a comprarlo, me parece el colmo de lo absurdo y del mal gusto. Esto me pasa mucho con los teléfonos móviles, por ejemplo. A mí me interesa un aparato que llame y que mande mensajes. Nada más. La cámara, el bluetooth, la conexión Wifi, la pantalla táctil, las quinientas canciones, el GPS, la videollamada, el poder de bilocación, cantar ópera y hacer los deberes de matemáticas son aplicaciones que verdaderamente me sobran. De verdad. El hecho de que las pantallas táctiles estén invadiendo el mundo de la telefonía es algo que me horroriza. ¡Con lo que me gustan a mí los teclados! Y la tecnología 3D en cines, que ahora nos la quieren meter en casa. ¿Pero de veras somos tan imbéciles? La pantalla 3D es algo que lleva años inventado y que ahora se utiliza para encarecer las entradas de cine –como si no estuvieran ya suficientemente caras-, y que, a mi parecer, va en contra de la creación de películas con un buen argumento. Porque, ¿para qué darse el trabajo de componer un buen guión y crear una buena historia, si con un bodrio y 4 efectos especiales la gente te lo compra y, encima, lo paga más caro? Además, la visión 3D me produce dolor de cabeza y no me da la gana de ponerme unas gafas cada vez que quiera ver una película. Y, definitivamente, no quiero una televisión así en casa. Es más, ya no quiero para nada la televisión. Si antes la desdeñaba con sus anuncios idiotizantes y sus programas cada vez más estúpidos… ahora que cierran CNN+ y ponen Gran Hermano 24 horas al día es para tirarla a un contenedor. Porque si ponía de vez en cuando la televisión, a horas casi siempre indecentes, en la que la parrilla televisiva ya estaba inundada de series de dudosa calidad, de fútbol, programas del corazón, Gran Hermano, películas repetidas hasta lo indecible, concursos de ineptitud… lo que yo sintonizaba era CNN+. O un canal de noticias 24H. Y eso me lo han quitado también. Luego, para colmo, quieren meter mano en Internet con la Ley Sinde. ¿Dónde me voy a poder refugiar, si esto sigue así?

…pues esa pregunta tiene respuesta. En los libros. No en los más comercializados. No en Crepúsculo, A tres metros sobre el cielo y tres pelotazos más que tienen de literatura lo que yo de católica. Sino en los de verdad. En los clásicos. En nuestra amplia biblioteca mundial llena de libros de calidad, que no envejecen, que no pierden su valor. El buen whisky de la humanidad.

Retomando el inicio de todo esto, comentaba que me han regalado un Ebook. Un libro electrónico.

Nunca me había llamado la atención, la verdad. El tacto del papel, el olor de la tinta, el sentir que tienes entre manos a los personajes y al delicado hilo argumental es algo que es irreemplazable para mí. Sin embargo, no quiero cerrarme tampoco. Así que he decidido darle una oportunidad. Es cierto que el Ebook ha resuelto temas a los que tenía pavor, como el cansancio visual. No se parece en nada leer el Ebook a leer en el ordenador. No pesa nada, aunque es cierto que el procesador del mío tarda un poco a veces en, por ejemplo, pasar la página. Eso no me parece un avance. Además, después de haberme pasado dieciséis años de mi vida leyendo, el pasar la página no es ningún obstáculo para mí. Hasta me gusta. Este gesto queda reducido en el Ebook a darle a un simple botón. Más cómodo, sí, pero menos romántico. Otra ventaja que si le veo es que te permite tener muchísimos libros almacenados en un espacio reducido. Eso sí que es importante, al menos para mí, que tengo la costumbre de leerme varios libros a la vez. Así que para los obsesivos y mentes inquietas como yo, que sepan que al comprar un Ebook ya no tienes que levantarte a coger otro libro cuando te cansas de uno, ni tratar de recordar dónde lo dejaste –para los que, también como yo, suelen ser despistados y corretean por la casa con el libro en la mano-.

También te permite establecer conexión Wifi, incluir música, fotos y demás, a lo cual yo no le encuentro mucha utilidad por ahora -¿ponerle banda sonora al libro que te estás leyendo?-.

Pero me imagino que habrá quien sí.

Pero realmente, lo peor que le veo al Ebook es tener que descargarte los libros. Soy una perezosa para descargar cualquier cosa desde siempre. Por otro lado, quién te garantiza que los libros que te descargas están bien traducidos y transcritos. Tienes que hacer un acto de fe y confiar en otros usuarios y, como bien sabéis, la fe no es algo que se me dé nada bien. Porque cuando es una película o música, pase. Te lo descargas otra vez si la primera te salió rana –lo cual suele tardar relativamente poco- y listo. Pero descubrir de pronto en la página 344 que a partir de ahí el usuario X se cansó de traducir y tienes el resto del texto en ruso, o que se lo pasó a otro usuario que comete más faltas de ortografía que un estudiante de Magisterio pues no tiene ni puta gracia. Pero ni puta gracia.

La página web de Gramatta, en este caso, tiene un montón de títulos que te asegura que estarán bien traducidos y escritos correctamente. Pero, por supuesto, tienen un precio. – y no siempre económico, por cierto-.

Es decir, que no te salva al final de comprarte un libro o de sacarlo más barato. Y para pagar lo mismo, pues la verdad es que prefiero comprarme el libro en papel. Llamadme antigua.

Pero ya que tengo el Ebook, me descargaré lo que sea con el Ares, Taringa y demás colegas, qué remedio.

Lo bueno de que la mayoría de libros que leo sean textos clásicos es que me dejan la conciencia tranquila, ya que como la mayoría de sus autores están muertos, no me duele no pagarles el precio de su obra.

Habrá que ir adaptándose a lo que considere que puedo… y si la cosa se pone fea, que se va a poner, podréis encontrarme viviendo en una montaña, en una casa de madera con búnker, con una gran biblioteca, tres gatos, varios pájaros, lagartos, algún perro… localizada a unos cien kilómetros por lo menos de la civilización más cercana.