30 junio, 2010

Salvados por la campana


Ser universitario es una de esas cosas de las que siempre se habla como si fuera lo más espectacular del mundo. Hay infinitos mitos respecto a ello y, por lo que he podido comprobar, la mayoría son falsos. Tal vez la difusión de grandes mentiras sea lo mejor que sabe hacer Norteamérica, a la cual culpo de casi todas mis expectativas fallidas. Por eso, por ejemplo, cuando ves series americanas en televisión observas cómo los actores que dicen tener dieciséis años, tienen en la vida real treinta y cuatro. Esto siempre me ha llevado a una gran confusión. Esperaba que a los dieciséis años ya pudiera conducir un coche, o tuviera el carisma suficiente para ligar con muchas chicas, o irme a un descampado con toda la gente de la clase y hacer una fiesta con alcohol, coches con la música muy alta y donde tal vez, solo tal vez, hubiera algo de droga –nada serio, claro, pero lo suficiente para decir: ¡Eh, chicos! ¿quién quiere una pastilla? Eso siempre le da “caché” a un evento así-. Ya se sabe, esos prototipos que realmente son absurdos y no tan divertidos como los pintan, pero al menos tener la seguridad de que están ahí y en los que, si te apetece, te puedes refugiar durante un par de días.

En cambio, cuando entré en la universidad, no había macroorgías celebrándose en cada rincón, ni profesores que te apasionaran en la enseñanza de sus asignaturas, ni una liga deportiva admirable, ni chicas que realmente merecieran la pena. Terminé yendo a clase casi por obligación y apenas tenía amigos.

Vivía con una chica que venía de Barcelona. He de decir que durante todos los cursos que compartimos juntos, traté de entenderla una y mil veces. Pero es que esta chica se me hacía imposible. No quiero decir con esto que no nos lleváramos bien o que, en algunas ocasiones, no nos comprendiéramos infinitamente mejor que con cualquier otro, pero, de verdad, que había veces en las que no sabía dónde meterme.

Era callada, demasiado callada para mi gusto. Se sentaba en el primer sitio que pillaba de la casa y se embelesaba con cualquier tontería, y así podía pasarse largas horas, encerrada en no sé qué tipo de estado mental. Una abstracción realmente admirable… si viviera sola, claro. Había veces en las que con todas mis fuerzas la hubiera arrancado de su asiento y la hubiera metido en la ducha para que espabilara y dejara de representar a la perfección el estatismo del David de Miguel Ángel. Otras veces se enfadaba por no sé qué motivo y me lanzaba unas miradas envenenadas que me dejaban clavado en el sitio. Cuando yo le preguntaba: ¿Se puede saber qué te pasa?, ella respondía sin inmutarse: Tú sabrás lo que has hecho. Y ahí quedaba todo. Después me quedaba una hora u hora y media pensando en qué podía haber hecho para haberla molestado. Hubo ocasiones en las que nunca supe cuál era el motivo de su reacción.

No sé si disfrutaba haciéndome cavilar por el placer de verme inseguro, meditando, o si era también una forma de mantenerme ocupado y así, dejarla tranquila. Aunque, después de años conviviendo con ella, resolví que lo que realmente pretendía era que, gracias a una ciencia infusa, yo comprendiera qué era lo que le pasaba y que actuara en consecuencia. Me figuré por esto su manera retorcida de quererme. Para ella, yo tenía las claves necesarias y suficientes y solo tenía que encajarlas. Me halagaba realmente que ella pensara así, porque por un lado significaba que sentía que la comprendía, y que estaba a la espera de que mi mente siguiera entendiéndola una vez más. Sin embargo, había veces que no sabía cómo decirle que, a lo mejor, yo no tenía todas las claves o que, quizá, lo que ocurría era que mi mente era retorcida en otros aspectos, pero no en los mismos en los que su mente lo era.

Vernos compartir piso realmente tenía que ser una experiencia curiosa. Nunca ha dejado de sorprenderme el modo que tenemos de asemejarnos y el modo que tenemos de ser diferentes. Y la conjunción de todo ello.

Sé que la unión que ella tenía conmigo no la había tenido con nadie más. Por eso me dolían esos momentos en los que no podía entenderla y por eso sabía cuánto le dolía a ella que yo no la entendiese. Porque, en el fondo, los dos éramos unos incomprendidos, unos bichos raros a los ojos de los demás que habían encajado y que se compartían en casi todo. Y en ocasiones, ese casi podía resultar ser el problema. Aunque en realidad, a ella muchas veces le bastaba que recorriera esos tres metros que había colocado a propósito entre nosotros y que la abrazara, y le dijera que estaba equivocada completamente, que era idiota por enfadarse y que se le había subido la falta de azúcar a la cabeza.

Otro tema por el que también nos hubiéramos matado era la música. Ella tenía la manía de poner música obsesiva y martilleante, que solo un esquizofrénico grave o una persona llena de crack hubiera soportado. En cambio, yo adoraba lo melodioso, lo armónico… o no necesariamente, pero maldita sea, ¡no soportaba su ruido estrepitoso por la mañana! Ponernos auriculares tampoco era solución, porque cuando al fin decidía colocármelos en las orejas, descubría que algo de su música se filtraba hasta mis oídos y entonces me ponía a cantar la canción que yo había elegido. Y eso le daba motivo suficiente para crisparse, me miraba con odio o me llamaba la atención como si fuera obvio que lo había hecho a propósito para molestarla.

Los dos teníamos una gran facilidad para obsesionarnos, y estas obsesiones no eran siempre compatibles. Por ejemplo, ella no soportaba tener la cama hecha y en cuanto entraba en su habitación, tiraba de las mantas hasta que caían al suelo. Si eso quedara ahí, no sería tan grave. El problema era que luego iba a mi habitación y también deshacía mi cama. Claro, yo cuando llegaba de la facultad y veía que había convertido no solo o suyo, sino también lo mío, en un completo caos, me desesperaba bastante. Sobretodo porque ella tenía la agudeza de hacer eso la misma semana en la que le había dicho que, por fin, mis padres se habían dignado a venir desde Pontevedra y ahora me tocaba a mí poner la casa en orden, porque ella se enfadaba y cogía la puerta y, si te he visto no me acuerdo. Después llegaba muy tarde a casa, sobre las una o las dos, la mayoría de ocasiones completamente borracha. Y entonces, me preguntaba que si tenía hambre y, respondiera lo que respondiese –o no respondiese muchas veces, porque a esas alturas de la noche, a mí también me cabreaba su comportamiento- ella se metía en la cocina y preparaba pato a la naranja o pastel de carne y luego me hacía pucheros para que cenara con ella, porque no quería comer sola. En ese momento a mí se me quebraba un poco el corazón de piedra y la acompañaba porque solía tardar una hora en hacer esa cena de madrugada.

Nos queríamos, nos odiábamos. Afortunadamente, la mayor parte del tiempo nos queríamos.

No puedo decir si alguna vez me enamoré de ella o acaso era una relación muy distinta. Lo cierto es que pasaron los años de universidad y, cuando me di cuenta, ella era lo mejor que había sacado de los tediosos pasillos de la facultad. No sé hasta qué punto esto era bueno o malo. Ella, que había hecho la carrera de Biología, consiguió trabajo en un laboratorio de Madrid y, cuando llegó el momento de que se fuera de nuestro piso compartido, le propuse irme con ella. Sibilina como era, trató de no mostrar alegría alguna, pero en el fondo sabía que me agradecía mucho que le dijera aquello, porque su orgullo no le hubiera permitido pedirme que me fuera con ella.

Finalmente no nos casamos, ni hicimos ninguna chorrada de esas. Continuamos viviendo juntos de una manera totalmente inexplicable para cualquier persona que no fuéramos ninguno de nosotros dos.

Y la verdad es que, cuando veo una maldita serie americana en televisión, la cambio sin pestañear ni un instante. Qué sabrá la televisión de las cosas buenas de la vida.


27 junio, 2010

¿Conformidad?


-Siempre quise lo mejor para mí, ¿sabes? Nunca me importó pasar por encima del cadáver de nadie para conseguirlo. Callaba, observaba, elegía. Si por un casual me equivocaba de opción, la descartaba sin más. Es una tarea realmente ardua.

-¿Y has conseguido tener lo mejor para ti?

-Lo único que sé es que estoy realmente sola...

...

-A lo mejor caíste en mal lugar.

-A lo mejor me equivoqué en mis opciones.

-A lo mejor tu criterio de selección no era el mejor.

-A lo mejor, lo mejor no existe…


24 junio, 2010

A la rubia guerrera que vivía bajo un coche


Duermes, pequeña,

y tus rojos ojos verdes

son las estrellas que muestran

el camino hacia la esperanza

de una nueva vida.


Quién iba a decirte,

pequeña repudiada,

que iban a encontrarte entre los coches

un músico golfo sin guitarra,

una escritora loca ensimismada

y un ángel-gato que maúlla a los mismos coches

donde te encontramos asustada.


Duermes, mi rubia.

No sé si sabes lo cerca que estuviste de la muerte,

de la furia de algún perro rabioso,

de la idiotez de un niño impertinente.

No sé si sabes, dulce mía,

que eres pequeña y vulnerable

y que nuestras manos amigas

no pretenden lastimarte

a pesar de que bufes y te rebeles

contra un mundo que no ha querido tenerte

entre sus filas.


Y ahora duermes, pequeña mía, con tu ángel-gato

sin sospechar que de camino viene una hermanita,

y que nosotros al tenerte estamos desesperados

ya que eres tú, la desconocida y tu hermano...

¡Y que nos quedan animales para rato!


23 junio, 2010

Sorpresas



Y te levantas un buen día...

y eres madre de tres hijos.


Oda a la Derecha Española (Va por ustedes)


Gracias a todos los retrógrados.
Hasta con vosotros se puede hacer arte, coño.


Yo no sé qué voy a hacer con la Derecha.

Me piden que sea justa, me piden que la quiera

pero por más que la miro,

siempre la encuentro fea.


El dinero lo mastican y degluten con fruición

esos señores sicarios, folklóricos

engominados, católicos y con corbata.

Siempre piden más pasta, –a veces, por favor-

y luego se la regalan a la Iglesia

por la gracia del Señor.

¿Dar a curas pederastas

el pan ganado con sudor?

¡¡Y se llaman moralistas!!

Menos hipocresía, por favor.


¿Me puede dar un argumento

y demostrarme que, de una vez por todas,

lleva razón? –pregunto a una de las reliquias

de la diestra del Señor.

-Cállese, por Dios. No me moleste

con sus impertinencias- dice,

casi dándome con el crucifijo

que lleva al cuello en la cabeza;

y sin darme una explicación

a modo de sacerdote,

se marcha con dinero a manos llenas

y un pobre niño entre las piernas.

¡¡Y luego yo soy la siniestra!!


¡¡Arriba España!! –gritan palabras vanas.

¡Pero si España está echada abajo

por sus mentes mentecatas!

Los políticos de la Derecha en España

tienen las manos manchadas de la sangre

de los que creyeron alguna vez

poder cambiar el mundo

y acabar con las desigualdades.

Se los llevaron a la cárcel a todos

o fueron aniquilados contra una pared.

¡Que los muertos de los rojos

se pudran en sus tumbas acumulando

olvido y polvo!

Y si el pueblo grita justicia,

lo silencian; y con demagogia indican

que trata de hurgar en viejas heridas

-que nunca llegaron a cicatrizar

por la enorme falta de justicia-.


La Derecha española es criminal,

y la pretendida Izquierda,

no sé lo que será

-además de una manada de inservibles manatís-

porque en este país

el sentido común brilla por su ausencia.


Sin embargo, la siniestra

sigue siendo una ideología válida,

aunque anticuada y olvidada,

con muchas cosas que cambiar.

Mas aún se la puede rescatar

de la estulticia y la ignorancia.


¿Pero amar a la Derecha?

¡¡Jamás!!

¿Cómo la he de querer,

si es vacua, ciega, sorda, inepta;

todo lo malo de este mundo a la vez?



22 junio, 2010

Escarcha


-Tengo frío –le dije, y me rodeé con los brazos para insuflarme algo de calor.

-¿Tienes frío? –preguntó él- ¿por qué?

-Debe ser la ventana, que está abierta y se cuelan ráfagas de viento heladas.

Él se levantó del sofá y acto seguido, cerró la ventana.

-¿Mejor? –me preguntó.

Yo negué con la cabeza.

-Me temo que no. Sigo teniendo frío.

Entonces él, voluntarioso como era, se acercó a la chimenea y prendió un cálido fuego.

-¿Ya no tienes frío? –preguntó, y su mirada me atravesó el alma.

Entonces lo comprendí todo y sentí un escalofrío recorriéndome por la espalda:

Eran sus ojos los que me helaban las entrañas.


17 junio, 2010

Deus ex machina


Sin corazón, seríamos máquinas


“El gobierno ha ratificado la nueva ley cibernética B-230, la cual obliga a implantar en todos los ciudadanos de Q. un corazón metálico que cumplirá las mismas funciones fisiológicas que el corazón humano, además de permitir a los individuos desarrollar una vida normal sin que los sentimientos puedan alterar, modificar o interrumpir una vida perfectamente lógica y racional. Esto no sería posible sin la enzima Fillk, sustancia que bloquea de forma irreversible los neurotransmisores que permiten la formación de sentimientos en el cerebro. “

Diario Oficial de la República de Q.

Ese fue el comienzo del fin.

Me llamo Lucius Gardner Laffay y soy una de las víctimas de tan atroz decisión. Tengo un corazón metálico como todas las personas que viven en Q. Aunque la ley B-230 fue acogida por la mayoría de ciudadanos con júbilo, muchos de nosotros sabíamos que tal medida estaba muy bien pagada por el gobierno de EE.UU. para utilizar a nuestro pequeño país como lugar de experimentación con fines militares. A pesar de que intentamos por todos los medios movilizar a la ciudadanía contra semejante atrocidad, la mayoría de las personas tenía una opinión a favor de la tecnología y el progreso cibernético, y deseaban ser pioneros en tal medida. Quizá eso fue lo más triste en cuanto a la implantación de la ley, que se acogió entre los habitantes de Q para iniciar una "nueva moda”.

A los pocos que nos opusimos, nos silenciaron y, finalmente, nos obligaron a pasar por el quirófano para extraernos nuestro corazón humano e implantarnos aquella cosa metálica.

¿Cómo puedo expresar lo que es carecer de sentimientos? No sentir alegría, ni ira, ni amor, ni envidia, ni tristeza, ni orgullo… Es como estar estancado en un tedio continuo, en una indiferencia inmutable y estática.

Por supuesto, ciertas emociones relacionadas con la supervivencia nos permitieron tener. El miedo lo seguíamos conservando, la excitación, el hambre, la sed, el sueño… Aunque realmente no los sentíamos. Sabías que tenías miedo, o que tenías hambre, pero no experimentabas esa sensación. La conducta se guiaba por meras intuiciones a nivel mental lo que, visto por un corazón humano, tendría que ser realmente árido.

La ley B-230 se nos vendió de forma oficial para “reducir las tasas de delincuencia del país”. La lógica era la siguiente: sin sentimientos, el ser humano se convertía en una máquina. Podía trabajar durante horas seguidas sin quejarse, lo que mejoraba la productividad. Además, al no sentir celos, ni envidia, ni rencor, ni amor, ni odio, se suponía que los llamados “crímenes pasionales” desaparecerían. También las violaciones dejarían de ser un problema, ya que la sexualidad y el placer quedaban relegados a una mera certeza racional, lo que no permitía que las personas experimentaran la motivación sexual asignada a esos casos.

Durante los primeros tres meses, los pronósticos se cumplieron. Los índices de delincuencia descendieron hasta los niveles más bajos conocidos en la historia del país.

Sin embargo, la vida se volvió algo tan monótono y mecánico, que pronto la situación comenzó a cambiar.

Es cierto que los ciudadanos de Q. no tenían motivación ninguna para consigo mismos. El gobierno había conseguido que el desinterés los hiciera entes perfectos para el trabajo. Pero la indiferencia que todos padecíamos no pudo derrotar un pequeño resquicio humano que todavía conservábamos: el recuerdo de lo que había sido nuestra vida como humanos completos. No podíamos sentir nostalgia, porque se nos había negado tal sentimiento, pero teníamos plena consciencia de que nos faltaba algo. Una sensación muy semejante a carecer de un brazo o una pierna. Una sensación de pérdida al fin y al cabo, y siento decir que eso es lo más humano que he sentido desde que no tengo corazón.

Siendo irreversible el hecho de que pudiéramos volver a sentir emociones, el país de Q. se rebeló. Con la misma frialdad de la máquina que éramos, los ciudadanos comenzaron a sembrar el terror en otros países robando, asesinando, violando o exaltando a todo aquel que se le pusiera delante. El objetivo era hacer sentir a los humanos, protestar ante el gobierno y ante EE.UU. por las atrocidades que habían hecho con Q. y tener el conocimiento de que, a pesar de todo, las emociones tenían algo que ver con nosotros. Por supuesto, el motivo de todo aquello se tapó de cara a los medios de comunicación. Se dijo algo sobre una banda terrorista sublevada por medidas de seguridad del país. Qué sé yo.

Sabiendo que con aquello no iban a volver a sentir de nuevo, los habitantes de Q. se esparcieron por todo el planeta, adoptando identidades distintas para que no los localizaran.

Yo nunca participé en ninguna masacre. Desde el principio me pareció un completo error el hecho de que nos despojaran de nosotros mismos. Y me parecía inhumanamente errado el hecho de atacar a aquellos que aún podían sentir, aquellos que no habían renunciado a lo que eran para la mejora de un país que, en su vida personal, nada les había regalado.

Me oculté del mundo y cambié de nombre desde el mismo momento en el que vi la barbarie que estaban cometiendo mis paisanos. Como podéis suponer, Lucius Gardner Laffay es solo un apodo. Intento afrontar mi vida como máquina, pues no sirvo para nada más. Soy incapaz de amar, incapaz de sentir compasión, incapaz de sentir algo. Solo espero pasar mis días de forma saludable. Solo espero que mi corazón metálico deje de funcionar, para ver si existe un fallo en la enzima Fillk y pueda morir desangrado, rabiosamente desgarrado de dolor y sufrimiento por haber vendido mi alma.


16 junio, 2010

Café vs Té. ¿Qué es mejor?


Durante años se viene escuchando la misma batalla respecto a dos bebidas muy conocidas y arraigadas en muchas culturas, entre ellas, la occidental. ¿Pero cuál es la mejor de las dos? Analicemos sus propiedades, sus riesgos y curiosidades.


CAFÉ

Originario de Etiopía.

A favor

-Existen muchas variedades y se puede combinar con bebidas alcohólicas, chocolate, nata… ¡es como un postre!

-Estimulante. (Empate)

-Previene enfermedades neurodegenerativas, tales como el Párkinson.

-Reduce el riesgo de padecer Alzheimer.

-Previene la diabetes tipo II.

-Disminuye el riesgo de padecer cáncer (Empate) y de la cirrosis.

-Ayuda en los transtornos depresivos.

-Evita coágulos sanguíneos.

-Diurético (Empate).

-Mejora el asma y las alergias.

-Mantiene en forma a la memoria.

-Los consumidores de café mantienen más relaciones sexuales que los no consumidores.

-Contiene antioxidantes que retrasan el envejecimiento y ayudan a mejorar el funcionamiento del organismo. (Empate)

-Dos tazas al día mejoran la agilidad mental y la concentración.

-A los que les gusta el café se los llama cafeteros… a los que le gusta el té ¿cómo se los llama? ¿Teteros? Qué horror…

-Ya sea solo, con leche, con azúcar, con un poco de licor, con nata… es una bebida deliciosa apta solo para algunos paladares, por lo que tiene cierto carácter exclusivista e individualista.

-El ritual para tomarlo, lejos de las solemnes ceremonias del té asiáticas, es un acontecimiento social sencillo y generalmente jovial. Por no hablar de que es la mejor excusa para quedar con alguien. En cuanto al té europeo, el de los ingleses… quién aguante esos salones sin tener profundas ganas de suicidarse entre todos esos estirados, que venga y me lo diga.

- El café se asocia con distinción, elegancia y un carácter fuerte.

-Es una excelente fuente de potasio, magnesio y floruro.

En contra

-El sabor amargo no gusta a todo el mundo (Aquello del carácter exclusivista). Aunque esto puede considerarse como algo bueno –así no tienes que compartir tu café con nadie-.

-Te puede dar verdaderas patadas en el estómago, sobretodo por la mañana.

-Causa problemas estomacales a algunas personas.

-No está indicado para personas demasiado nerviosas o que padezcan de hiperactividad.

-Produce dependencia (Como casi todo lo que mola).



Producto reconocidamente chino.

A favor

-Existen muchas variedades: rojo, verde, blanco, negro… (Empate con el café, solo que a este no le puedes poner nata, chocolate etc. al fin y al cabo, es solo agua con un toque de hierbas).

-Estimulante. (Empate)

-Diurético (Empate).

-Contiene antioxidantes (Empate).

-Previene el cáncer (Empate).

-Regula el intestino –sobretodo después de la taza de café, que no veas…-.

-Algunos, como el té rojo, eliminan la formación de grasa y mantiene el colesterol en unos niveles aceptables.

-El té blanco fortalece el cabello, tiene vitaminas C y E, estimula las defensas, elimina azúcar de la sangre, bueno para la menopausia y combate los radicales libres.

En contra

-No apto para personas que padecen hiperactividad o son nerviosas.

-No te lo puedes tomar por la mañana, porque al ser agua, te dan ganas de vomitar.

-La teína, al igual que su homóloga la cafeína, también es adictiva.

-No voy a hablar más de salones de té y de ceremonias, pero… ¿no queda fatal eso de “vamos a tomar un té”? Demasiado cursi y repipi, no tiene nada que ver con la fuerza del café.

Conclusión: Pensaba que iba a ser al revés, que el té iba a tener más propiedades que el café, pero al investigar un poco, me he quedado de piedra. Puede ser que el té tenga menos contraindicaciones, pero a la vez, no tiene los mismos beneficios del café, aunque algunos sí compartan. Así que, aunque para gustos, colores, queda claro que es mejor el café. Así que el té, para las abuelitas. Boggart bebía café =D


13 junio, 2010

El consejo del genio



Me sentí derrotada ante la estática realidad. Miraba a mis ideas desganadas, meciéndose perezosamente entre mis neuronas, mientras yo intentaba inútilmente ponerlas en orden para crear algo con un mínimo de calidad aceptable. Le pregunté al genio:

-¿Cómo voy a escribir, si solo siento vacío?

Y él no me miraba y sonreía, y seguí escribiendo como si estuviera poseído y mi pregunta fuera estúpida. Él llenaba el vacío con frases y párrafos, con giros de argumento, con historias tan cercanas como imposibles.

Entonces el genio levantó la vista y me dijo:

-¿No te das cuenta? Yo también estoy vacío. No siento pesar mientras escribo estas líneas, ni alegría, ni enfado, ni odio. Un mínimo de interés tal vez. Precisamente porque me rodea el vacío más absoluto, soy capaz de llenarlo de historias, de darle sentido a una simple taza de café. No hay que tener una vida excitante para poder escribir algo sorprendente. Una vida rutinaria y un poco deprimente es la mejor ayuda que tiene el artista para ponerse a la obra. Debes aprender a apreciar la belleza del vacío y, a partir de ahí, conmoverte.

El regreso


Cuando volví a Macondo, tras años de viajes ininterrumpidos por todo el mundo, encontré al pueblo muerto y vacío. No quedaba ni un solo manuscrito para narrar las hazañas de nadie. A mí no me interesaba de todos modos ningún manuscrito, ni ninguna historia ajena a mi desgracia. Quienes vuelven, a una ciudad, a una casa, a una persona, a una cama, siempre encuentran un lugar de vacío que no puede llenarse con nada. Es la tragedia del regreso, la maldición del tiempo que revuelve todo lo que conoces a su paso, dejándote sin nada conocido a lo que aferrarte, pero dándote a cambio algo que no es lo suficientemente desconocido como para poder despreciarlo sin sentir que, en parte, te rechazas a ti mismo y a lo que en alguna época remota, fuiste.

Entré en el que había sido mi hogar, ahora cubierto por enredaderas. Las tejas acumulaban musgo y una variedad amplísima de líquenes. La puerta estaba desencajada de los goznes, así que no me costó nada darle un breve empujón y que ésta cayera sobre el suelo de azulejos de lo que había sido el hall, levantando un hiriente polvo que terminaría por formar parte de las paredes.

Encontré el cadáver de mi hijo más adelante, boca abajo sobre la que había sido su cama. Supuse que habría muerto por desnutrición. Cuando abandoné a mi marido, y dejé a mi hijo con él, sabía que le iban mal los negocios, que el mundo se había renovado con aires nuevos, y que ningún residente de Macondo que se permitiera el lujo de quedarse terminaría bien. Me impactó ver el cadáver sobre las sábanas y que ésto no me produjera ningún estremecimiento. Mi hijo había muerto y saber esto me dejaba indiferente. Segundos después, mientras inspeccionaba el resto de la casa, me dije que no estaba más afectada porque estaba convencida de que mi hijo iba a terminar así, antes o después, siendo víctima de la negligencia de su padre. Y tener la certeza de que, independientemente de lo que hubiera hecho yo, mi hijo iba a morir así, me había colmado de una extraña paz. Era como ser un detective y comprobar que, tal y como suponías, las huellas en el lugar del crimen pertenecen al sospechoso. Y saberlo así te llena de alivio, porque la realidad es de esa forma concreta y no de otra muy diferente, que haría tambalear los cimientos de tu seguridad.

En el que fue mi dormitorio y compartí, además de con mi marido, con diversos amantes, encontré un sobre con mi nombre escrito encima de la mesilla de noche. Me senté en la cama, cuyos muelles chirriaron ruidosamente debido al óxido que se había acumulado en ellos. Abrí con cuidado el sobre que en algún tiempo había sido blanco y ahora era amarillo, y saqué una nota que también tenía mi nombre en el encabezamiento. La letra era indudablemente de mi marido. Al final de la nota estaba su firma, pero no había nada escrito en ella además de nuestros dos nombres. Sin previo aviso, una lágrima rozó mis labios, y fue cuando me percaté de que estaba llorando. Mi marido, preso de la soledad, de un inmenso dolor, de mi abandono, no tenía palabras para expresarme todo aquello. Se había ido de la casa, dejando solo a nuestro hijo, dejando una nota como disculpa que nunca había llegado a redactar debido a la amargura que le desbordaba el corazón.

Me deslicé dentro de la cama y cerré los ojos esperando la muerte. El tiempo me lo había arrebatado todo y yo se lo había permitido. Ahora, madre de un hijo muerto y esposa de un hombre destrozado, mi único epitafio eran palabras ausentes, jamás escritas en papel, de un sobre que había esperado años para entregarme la nada absoluta y a la que yo correspondía ofreciéndole mi cuerpo, hasta que esa nada se apoderara de mí, como lo había hecho del pueblo y de todos los que alguna vez allí, habían vivido.

09 junio, 2010

Javier Krahe, cantautor maldito


Debido a lo injusto del caso, me veo en la obligación moral de pronunciarme en este espacio.

He de decir que me encanta escuchar a Javier Krahe, cantautor español nacido en Madrid, conocido tanto por su exquisito lirismo a la hora de componer canciones, como por la polémica que muchas de sus letras suscitan en ciertas esferas, tales como la política o la religión (Como pudo verse en el caso de la censura de la canción "Cuervo Ingenuo" en 1986 por obra y gracia de TVE, PSOE mediante). Esto tiene mucho mérito, sobretodo teniendo en cuenta que la actividad de Krahe empieza a hacerse visible en plena transición española, poco después de la muerte de Franco, cuando aún había mucho nacionalcatolicismo pululando por el país y abrir la boca todavía resultaba peligroso. (Ahora por lo que se ve, los católicos no van a matarte a tu casa, pero te meten un puazo de 192.000 euros por la cara; el nacionalcatolicismo sigue siendo una realidad a día de hoy en España, señoras y señores).

El problema estriba en que hace unos días salió la siguiente noticia (¡¡haced click y leed, malditos!!). A raíz de esto he hecho un grupo en Facebook llamado “En contra de que a Javier Krahe lo lleven a juicio por “cocinar un cristo”. Ahí está colgada la noticia y las declaraciones de Krahe al respecto, y tengo intención de ir actualizándolo en cuanto se sepa más sobre ello. Si hay alguna novedad, lo iré poniendo también por aquí si os interesa –si es así, escribidme algún comentario o enviadme un correo, que tenéis la dirección en mi perfil; de lo contrario, u os lo buscáis vosotros solitos o espero que tengáis Facebook-.

Ante esta noticia solo puedo decir:

1)Me parece atroz que lleven a Krahe a juicio por un vídeo que:

a) Es de 1978. Flipante, ¿verdad? Han transcurrido tan solo la friolera de 32 años. (Y esto se lleva a juicio y sin embargo, no interesa hacer lo mismo con los que siguieron y se involucraron en el Régimen franquista, y tampoco interesa desenterrar a aquellos que sufrieron y murieron en sus manos para devolver los cadáveres a sus familias y que se haga justicia, en lugar de correr un tupido velo sobre todo eso. Pero ¿por un video de 1978 que “ofende” a los católicos? ¡¡Se mueve Roma con Santiago –guiño, guiño-!! Al autor que se lo lleve a la hoguera –que él prefiere la hoguera ;)- y que sus pecados los arregle con Dios, si se apiada de él).

b) Como el mismo autor dice, no ha difundido él.

c) Aunque lo hubiera difundido, está en su derecho de hacer lo que le salga de las narices con ese material.

d) ¡¡No ofende!! Solo hay que tener sentido del humor.

2)Por el derecho de libertad de expresión, ese juicio no debería haberse celebrado. Me parece muy injusto que nadie pueda siquiera cuestionar ningún tipo de religión en España, y que en cambio te vayas al canal 2 (RTV 2, o La2 para más señas), perteneciente a la televisión pública y haya misa los domingos por la mañana, cuando se supone que nuestro estado es aconfesional y que la televisión pública debería ofrecer una programación que se ajustara a la población española, heterogénea en su credo; sobretodo porque todos lo pagamos con nuestro dinero. Pero este es un ínfimo detalle. Entre otras medidas, tendría que abolirse la enseñanza de religión católica en las escuelas públicas, apartar las celebraciones folclore-religiosas de las ciudades y se lleven a lugares concretos donde no molesten a nadie (Como la Semana Santa al Arenal de Córdoba, por ejemplo), que las visitas del Papa a España la subvencionen los católicos y no el Estado -no es lo mismo, por mucho que se empeñen en decir que sí-, que se quitara la opción de “la casilla de la Iglesia” en la declaración de Hacienda –y por supuesto, que si marcas la casilla de “ayuda social”, no se destinen parte de los beneficios a la Iglesia Católica, que manda huevos- y que, en fin, cada uno crea en lo que le dé la gana, como si es en unicornios rosas, pero que no nos lo restrieguen a los demás por la cara con sus eucaristías y rocíos, y romerías, y corpus christi y su puta madre. En España, los mahometanos son mucho más respetuosos en estos aspectos que los propios católicos ejpañoles a mucha honra. Así que ¡¡separación Iglesia-Estado ya!! ¡¡Basta de que nos jodan alegando "razones históricas"!! Ni que la Historia fuese un fósil catatónico inmutable, coño.

3)La suma que le piden a Javier Krahe es realmente excesiva. Miento; es una auténtica BARBARIDAD. Y la que le han pedido a la productora Montserrat Fernández Villa, también. Como muy bien dice Krahe en sus declaraciones:

Para los que entienden la religión asi, se ve que su Dios necesita dinero. En su caso, las ofensas se lavan pagando”.

¡¡De vuelta a la Edad Media!! ¡¡Condena colectiva a La Hoguera!! ... (porque la hoguera tiene... qué sé yo, que solo lo tiene la hoguera...)

Es una pena, de verdad, que Javier Krahe no sea más conocido y por lo tanto, más defendido ahora que bajo el falso estandarte de la “Justicia” se le castiga de una forma tan desproporcionada por un “delito” que no es tal .

Por último os dejo con la letra de la canción censurada de “Cuervo Ingenuo”, no sin añadir que teniendo en cuenta la actuación del PSOE en España, no ha pasado de moda.


Tú decir que si te votan,

tú sacarnos de la OTAN,

tú convencer mucha gente.

Tú ganar gran elección,

ahora tú mandar nación,

ahora tú ser presidente.


Y hoy decir que esa alianza

ser de toda confianza,

incluso muy conveniente.

Lo que antes ser muy mal

permanecer todo igual

y hoy resultar excelente:


Hombre blanco hablar con lengua de serpiente

Cuervo Ingenuo no fumar La pipa de la paz con tú,

¡por Manitú!


Tú no tener nada claro

cómo acabar con el paro,

tú ser en eso paciente,

pero hacer reconversión

y aunque haber grave tensión

ahí actuar radicalmente.


Tú detener por diez días

en negras comisarías

donde mal trato es frecuente:

ahí tú no ser radical,

no poner punto final,

ahí tú también muy paciente:


Hombre blanco hablar con lengua de serpiente

Cuervo Ingenuo no fumar La pipa de la paz con tú,

¡por Manitú!


Tú tirar muchos millones

en comprar tontos aviones

al otro gran presidente,

en lugar de recortar

loco gasto militar.

Tú ser su mejor cliente.


Tú mucho partido, pero

¿es socialista, es obrero,

o es español solamente?

Pues tampoco cien por cien

si americano también.

Gringo ser muy absorbente.


Dulces mentiras


Me devuelve la mirada una mujer triste en el espejo. Las ojeras ya no pueden disfrazarse con más maquillaje, y la desilusión sigue brillando en mis ojos, incólume, impertérrita ante el telón policromado de unas gafas de sol.

-Eres como todas las demás –la acuso. Y ella me responde lo mismo, con la misma arruga ácida y altanera que se me dibuja cerca de las comisuras.

Ella, mi reflejo, tiene razón. Soy como todas las demás.

He terminado en un matrimonio fortuito, sin pena ni gloria. Me he casado con el tipo de hombre del que siempre quise huir. Sé que es mi culpa. De pequeña leí y me leyeron cosas maravillosas, historias asombrosas, hazañas memorables. Pensé que el mundo estaba lleno de cosas así. Pero no lo está. Los libros han terminado por ser mi peor enemigo y mi mayor vicio. Les acuso, cuando puedo, de engaños perpetrados con toda la maldad de la que es capaz el ser humano; les acuso del encanto que ejercen sobre mí cuando, inmersa en una realidad que desprecio y que odiaré hasta que muera, quiero dejarlo todo atrás y evadirme en unas páginas.

Vivo más dentro de mí que fuera. No lo puedo evitar. Por otro lado, soy feliz así. Si algo me duele, me engaño. Me invento una historia. El mundo no va a darme lo que quiero, así que lo consigo de todas formas, a mi manera. Esto me hace feliz, pero increíblemente desgraciada.

Me hace soñar con todo aquello que quiero hacer y que sé que nunca podré.

Mi último amante me propuso que me fugara con él. Yo me negué en rotundo.

¿Por qué te empeñas en encerrarte junto a alguien que, por su mera forma de ser, te hace daño? – me preguntó –fúgate conmigo. Yo soy todo aquello que ansías. Ven conmigo y vive tu sueño de verdad. Deja de soñar.

A lo que yo contesté:

Pero… ¿y qué pasa si me decepcionas? Ya no podría volver a soñar contigo. Serías como él. Uno más, igual de gris. Enrarecido por la costumbre, con un encanto desgastado por los días.

Así que, cansado, un buen día se marchó. No podía culparle. Al fin y al cabo él quería una vida de verdad. Y quién sabe, yo disfrutaba torturándome tal vez y por eso me empeñaba en dorar un caramelo que realmente era un alacrán envuelto en azúcar.

Nadie es perfecto, me solía recordar. Yo tampoco. Pero tener una serie de normas claras me ayudaba a discernir qué estaba bien y qué estaba mal. Tal vez a mi manera, pero ¿acaso tan especial era esta escala de valores, que hacía imposible encontrar a alguien con quien compartirla?

A veces me sentía una víctima. Otras veces, me sentía tan llena de veneno, que me creí en varias ocasiones capaz de emponzoñar a alguien con una sola mirada.

¿Cómo puede terminar una vida de esta índole?

El suicidio siempre me pareció una opción, aunque aún estaba bastante lejana.

El problema de la experiencia es que la tienes cuando ya no la necesitas. Mi problema será que, sin tener experiencia, he cometido tan pocos errores en mi vida, que algún día estallaré y cometeré tantas faltas que me ahogaré en mi propia miseria.

Y como pronosticó un vidente en las estrellas: “Recuerda, princesa, un día caminarás sola”.

07 junio, 2010

Decrepitud


Tú, patético guiñapo acorralado en el sofá. Yo te miro, Eleonora, desde la silla donde estudiabas tus exámenes de la facultad de veterinaria, y me siento henchido con un aire nuevo.

El halo de la mediocridad te envuelve; quién iba a decir que hace dos horas eras una diosa entre los mortales, ataviada con falda blanca de vuelo, escote azul celeste y labios de rojo escroto. Quién iba a decir que el camionero de la Mahou te estaba silbando lascivo desde la cabina, mientras tú te apartabas el pelo con fingida indiferencia, como si te diera igual que un hombre bebiera de tu atractivo, por repulsivo que éste fuera. Tú, Eleonora, que giraste en la esquina de la calle Golondrina y agitaste las azucenas moribundas que algún desaprensivo plantó en septiembre.

Y ahora fíjate cómo lloras, Eleonora. Ya no eres una incorruptible mariposa de acero. Eres pasto de la enfermedad y la fiebre; tienes el cuerpo y la mente consumidos. ¿Qué vas a hacer, Eleonora, ahora que tus ojos llaman a la muerte? ¿Vas a cantar una alegre melodía? Claro que no, Eleonora, no vas a componer tu propio réquiem. Tienes la falda marchita como las azucenas, y los labios tan rojos como las rosas que nunca plantaste.

Dime, Eleonora, ¿qué estás mirando? ¿Acaso distingues algo más que la niebla que envuelve tu pensamiento? ¿Consigues ver las luces del faro de Londres? Claro que no, Eleonora. El faro está en Alejandría. Muy lejos, muy lejos; tan lejos como la sombra está de tu cuerpo.

No te mezcas, Eleonora. ¿No ves que así puedo ver tus calcetines más allá de la rodilla? Eres una niña, Eleonora. Deja la minifalda y ponte este pijama que yo te tiendo. ¿No ves cómo todo es mejor así, luciérnaga altiva?

Y ahora duerme, Eleonora, que la belleza eterna no existe. Esta vez, cuando despiertes, serás un poquito más vieja y ya tu piel no será tierna, sino estéril y enfermiza. Y ajada como estarás, comprenderás que, hasta a las más hermosas muñecas de cristal, les llega su final.


03 junio, 2010

Parábola del pozo y la mina


-¿Cuál es la metáfora más dura y realista que has intuido en tu vida?

-Pues verás, se trata de la metáfora del pozo y la mina. Te cuento: a mí, desde siempre, me han dicho y he leído, que el corazón de los hombres es como una mina; duro al principio, como las piedras, te costará mucho tiempo, trabajo y esfuerzo horadarlo un poco, pero al final, tras mucho cavar encontrarás el oro que tanto ansías. Pero, si te digo la verdad, esas son historias de niños. El corazón de los hombres no es una mina, sino un pozo: da igual cuánto escarbes, porque la mierda que te encuentras al principio, es la misma mierda que te encuentras al final.

02 junio, 2010

Media hora


Son las once de la noche de un lunes. Una chica con el pelo largo y liso, castaño, espera a alguien apoyada en la parte trasera de un Volkswagen. Mis ojos no llegan a vislumbrar el modelo. De la chica solo aprecio su pelo, porque se encuentra de espaldas a mí. Se puede decir que la estoy espiando a través del balcón, aunque realmente no la espío, simplemente me he asomado y mis ojos han tropezado con ella accidentalmente. A decir verdad, yo también estoy esperando a alguien. De hecho, mi interés por ella se basa únicamente en que las dos estamos esperando a alguien que no llega.

De pronto, un chico que va en una moto azul se acerca a la esquina donde está aparcado el Volkswagen y se detiene frente a la chica. Por un momento pienso que es el chico que ella ha estado esperando y mi ánimo se viene abajo porque, de las dos, tengo la secreta esperanza de ser yo la primera que abandone su puesto de vigilancia. Sin embargo, el chico pasa de largo. Al parecer se ha detenido a recordar el camino que debe tomar o se ha perdido y ha tratado de orientarse. Qué sé yo.

La chica sigue allí, de pie, esperando a que venga su príncipe -o eso imagino yo, porque a las once y cuarto de la noche, hora que ahora marca el reloj, lo que se merece la pobre después de estar esperando apoyada en un Volkswagen es que venga un príncipe en moto a rescatarla, no puede ser de otra manera-.

Sigo mirando y veo que entonces aparece otro motero y se detiene en la esquina. Pero en vez de acercarse a la chica, gira a la izquierda. Es más, ese chico ya lleva una chica detrás agarrando su cintura. Siento por ellos sana envidia, y presiento que la chica que se apoya en el Volkswagen tiene una sensación parecida. Envidia, porque a las dos nos gustaría dejar de esperar y que la previsión de la noche fuera pasársela por la ciudad en una moto, agarrada a una cintura masculina. Soñar es gratis.

La chica sigue esperando, yo sigo esperando, son las once y media de la noche. Sin más, marco un número y me anuncian que mi espera dejará de serlo dentro de unos minutos. Confirmo, minutos más tarde, que así es. Pero antes de entrar en casa y abandonar el balcón, echo una última mirada a la chica del pelo castaño que se apoya en el Volkswagen y, aunque mi esperanza se ha visto satisfecha, me embarga un sentimiento de que el mundo no es justo, porque ella lleva esperando más tiempo que yo y sin embargo, soy yo la que abandona primero su puesto. Y lo peor de todo es que no tendré la seguridad de que esta noche a ella vaya a recogerla un príncipe en moto. Lo peor de todo es que puede estar en esa esquina mucho tiempo y que la dejen plantada. Lo peor de todo es que alguien la venga a recoger y no sea el príncipe que se merece después de su larga espera. Lo peor de todo es que me solidarizo con ella y pienso que, realmente, yo podría muy bien ser esa chica que espera la libertad, la vida, la felicidad, el amor, la muerte, apoyada en un Volkswagen.