21 marzo, 2009


"Estoy viva, pensó Veronika.

Va a empezar todo otra vez. Tendré que pasar un tiempo aquí dentro, hasta que comprueben que estoy perfectamente normal. Después me darán de alta, y volveré a verlas calles de Ljubljana, su plaza redonda, los puentes, las personas que pasan por las calles yendo y volviendo del trabajo.

Como las personas siempre tienden a ayudar a las otras -sólo para sentirse mejores de lo que realmente son-, me volverán a emplear en la biblioteca. Con el tiempo, volveré a frecuentar los mismos bares y discotecas, conversaré con mis amigos sobre las injusticias y los problemas del mundo, iré al cine, pasearé por el lago.

Dado que elegí las pastillas, no he estropeado mi físico en absoluto: continúo siendo joven, bonita, inteligente, y no tendré -como nunca tuve- dificultades para conseguir novio. Haré el amor con él en su casa, o en el bosque, obtendré un cierto placer, pero después del orgasmo la sensación de vacío volverá. Ya no tendremos mucho sobre lo que conversar, y tanto él como yo lo sabemos: llega el momento de damos una disculpa mutua («es tarde» o «mañana tengo que levantarme temprano») y partiremos lo más rápidamente posible, evitando miramos a los ojos.

Yo vuelvo a mi cuarto alquilado en el convento. Intento leer un libro, enciendo el televisor para ver los mismos programas de siempre, coloco el despertador para despertarme exactamente a la misma hora que el día anterior, repito mecánicamente las tareas que me son confiadas en la biblioteca. Como el sándwich en el jardín frente al teatro sentada en el mismo banco, junto con otras personas que también escogen los mismos bancos para almorzar, que tienen la misma mirada vacía, pero fingen estar ocupadas con cosas importantísimas.

Después vuelvo al trabajo, escucho algunos comentarios sobre quién está saliendo con quién, quién está sufriendo tal cosa, cómo tal persona lloró por culpa del marido, y me quedo con la sensación de que soy bonita, tengo empleo y consigo el amante que quiero.

Después regreso a los bares hacia el fin del día y después todo vuelve a empezar. Mi madre (que debe de estar preocupadísima por mi intento de suicidio) se recuperará del susto y continuará preguntándome qué voy a hacer de mi vida, porque no soy igual a las otras personas, ya que, al fin y al cabo, las cosas no son tan complicadas como yo pienso que son. «Fíjate en mí, por ejemplo, que llevo años casada con tu padre y procuré darte la mejor educación
-y los mejores ejemplos posibles. »

Un día me canso de oírle repetir siempre lo mismo y, para contentarla, me caso con un hombre a quien yo misma me impongo amar. Ambos terminaremos encontrando una manera de soñar juntos con nuestro futuro, la casa de campo, los hijos, el futuro de nuestros hijos. Haremos mucho el amor el primer año, menos el segundo, a partir del tercero quizás pensaremos en el sexo una vez cada quince días y transformaremos ese pensamiento en acción apenas una vez al mes. Y, peor que eso, apenas hablaremos. Yo me esforzaré por aceptar la situación, y me preguntaré en qué he fallado, ya que no consigo interesarlo, no me presta la menor atención y vive hablando de sus amigos como si fuesen realmente su mundo.Cuando el matrimonio esté apenas sostenido por un hilo, me quedaré embarazada. Tendremos un hijo, pasaremos algún tiempo más próximos uno del otro y pronto la situación volverá a ser como antes.

Entonces empezaré a engordar como la tía de la enfermera de ayer, o de días atrás, no sé bien. Y empezaré a hacer régimen, sistemáticamente derrotada cada día, cada semana, por el peso que insiste en aumentar a pesar de todo el control. A estas alturas, tomaré algunas drogas mágicas para no caer en la depresión y tendré algunos hijos en noches de amor que pasan demasiado de prisa. Diré a todos que los hijos son la razón de mi vida, pero, en verdad, ellos exigen mi vida como razón. La gente nos considerará siempre una pareja feliz y nadie sabrá lo que existe de soledad, de amargura, de renuncia, detrás de toda esa apariencia de felicidad. Hasta que un día, cuando mi marido tenga su primera amante, yo tal vez protagonice un escándalo como la tía de la enfermera, o piense nuevamente en suicidarme.

Pero entonces ya seré vieja y cobarde, con dos o tres hijos que necesitan mi ayuda, y debo educarlos, colocarlos en el mundo, antes de ser capaz de abandonar todo. Yo no me suicidaré: haré un escándalo, amenazaré con irme con los niños. Él, como todos los hombres, retrocederá, dirá que me ama y que aquello no volverá a repetirse. Nunca se le pasará por la cabeza que, si yo resolviese realmente irme la única elección posible sería la casa de mis padres, y quedarme allí el resto de la vida teniendo que escuchar todos los días a mi madre lamentándose porque perdí una oportunidad única de ser feliz, que él era un excelente marido a pesar de sus pequeños defectos y que mis hijos sufrirán mucho por causa de la separación. Dos o tres años después, otra mujer aparecerá en su vida. Yo lo descubriré (porque lo veré o porque alguien me lo contará), pero esta vez fingiré ignorarlo. Gasté toda mi energía luchando contra la amante anterior, no sobró nada, es mejor aceptar la vida tal como es en realidad y no como yo la imaginaba. Mi madre tenía razón.

Él seguirá siendo amable conmigo, yo continuaré mi trabajo en la biblioteca, con mis sándwiches en la plaza del teatro, mis libros que nunca consigo terminar de leer, los programas de televisión que continuarán siendo los mismos de aquí a diez, veinte o cincuenta años. Sólo que comeré los sándwiches con sentimiento de culpa, porque estoy engordando; y ya no iré a bares, porque tengo un marido que me espera en casa para cuidar a los hijos. A partir de ahí, todo se reduce a esperar a que los chicos crezcan y pensar todos los días en el suicidio, sin valor para llevarlo a cabo. Un buen día, llego a la conclusión de que la vida es así , de que es inútil rebelarse, de que nada cambiará.

Y me conformo."


-Verónika decide morir-
Paulo Coelho
¿O no?



20 marzo, 2009

14 marzo, 2009














El corazón tiene las dimensiones de un puño
y su forma es semejante a la de una pera con la punta hacia abajo.
El corazón es el órgano que simboliza el amor,
sigue el ritmo de las emociones.
Normalmente, en una persona adulta,
el corazón se contrae entre sesenta y setenta veces por minuto.
En el de una persona enamorada muchas más,
a veces llega hasta cien sin que ni siquiera se dé cuenta.
El corazón es el último órgano en rendirse,
continúa latiendo incluso cuando está separado del organismo,
incluso cuando te abandona la persona amada,
incluso cuando ya no quieres sufrir más,
porque pierdes el control sobre él cuando está enamorado,
cuando tu corazón late fuerte por otra persona,
ya no eres tú quien manda, manda él.
El hombre no sabe por qué se enamora,
el hombre se trastorna y punto.
A veces se vuelve ridículo,
a veces confuso,
a veces llega a ser incluso peligroso...





-Manuale.D.Amore-

11 marzo, 2009

Calladita estás más guapa



"Y parece tan tímida...", "Soy totalmente incapaz de saber qué es lo que se le está pasando por la cabeza cuando le hablo", "Esa chica del fondo del aula, la que está siempre calladita y semioculta por el pelo", "Y es que te clava los ojos, y no sé como explicarlo... te petrifica, es como si te atravesara, como si fuera capaz de ver a través de ti", "Cuando hablas con ella, suele escucharte con atención, pero llegado el momento, te preguntas si no te estará analizando más bien", "Y a pesar de que parece buena chica, intimida, tiene como un muro que la rodea y que nadie puede traspasar, a menos que te dé permiso", "Tan silenciosa, parece un fantasma..."

Esos son algunos de los comentarios que me han acompañado a lo largo de mi vida. Los he escuchado en boca de personas conocidas y desconocidas, en distintas situaciones, con voces diferentes, dichos con objetividad, con curiosidad, cariño o malicia.

Que soy una persona introvertida nunca ha sido un secreto. Hasta el menos inteligente se da cuenta que no soy una persona de fácil trato. No me abro a una persona sin una buena razón, sin tener la certeza de encontrar cierta seguridad por la otra parte, sin saber si cumple unos requisitos mínimos para que yo pueda considerar que "merece" conocerme.

Que, en parte, mi conducta reposa sobre un cierto orgullo es innegable. Me valgo del silencio para probar a los demás, para saber si tienen la paciencia y el deseo suficientes como para perseverar en su investigación sobre mí, para llegar al fondo de la cuestión a pesar de los obstáculos que interpongo entre mi persona y el otro. Y es que el silencio tiene un curiosísimo efecto sobre los seres humanos, sobretodo en la cultura occidental. No sé si se trata de la asociación silencio-soledad que muchos establecen lo que hace que, para ellos, el silencio sea algo indeseable y digno de evitar a toda costa. Porque no hay nada que aterre más a las personas que quedarse o sentirse solas. Pero no quiero desviarme en exceso del tema. El hecho es que el silencio incomoda. Les resulta tan insoportable que intentan matarlo de todas las formas posibles, llegando hasta el extremo de hilvanar estúpidas conversaciones con poco o ningún sentido por el mero hecho de llenar el vacío acústico. Hay quienes se toman mi silencio como una afrenta personal y se apuntan miles de temas de conversación disponibles en una hoja, física o mental, con tal de tener algo de que hablar en cada momento y que yo no tenga tiempo de envolverlos en mi tela de sonidos muertos.
Por otro lado, hay quienes se sienten intimidados o aterrados ante la idea de quedarse a solas conmigo y que yo siga mostrando obstinación en permanecer con la boca cerrada.
No les culpo. Parece ser que tengo una mirada analítica que provoca inquietud y supongo que saberse examinados no termina de agradarles. Porque ciertamente estos individuos no se desvían de la realidad: mientras estoy en silencio, estoy esquematizando sus formas de ser, procesando la información que me ofrecen y haciendo balanza de la compatibilidad que tienen conmigo. Y aunque todo el mundo lo hace de una forma más o menos consciente, tal vez yo muestre de una forma rayana en lo grosero que, efectivamente, los estoy analizando y no me molesto siquiera en disimular.

De este modo, hago una criba de la gente que me rodea y así solo me acompañan los que se han gando por derecho el estar a mi lado.

Por otra parte, nunca me ha gustado hablar sin necesidad, o si no tengo nada que decir que considere de interés o de cierta utilidad. Se puede decir que soy lingüísticamente pragmática.

Eso me ha dado la oportunidad de ser una excelente conversadora no-verbal, puesto que, por muy callada que sea, soy una persona extraordinariamente expresiva... característica de la que uno se da cuenta si se es lo suficientemente perceptivo. De hecho, mis mejores batallas "dialécticas" se han desarrollado en el más estricto silencio. Y siempre me han resultado las más emocionantes y las más satisfactorias, puesto que de las palabras puedo olvidarme con facilidad, pero borrar las sensaciones que te evoca un momento es mucho más difícil.

Sin embargo, sí reconozco que a veces llevo muy hasta el extremo mi voto de silencio y que ser una persona tendente a la soledad como añadidura, me otorga un modo de ser que, si bien no termina de ser antisocial, se acerca mucho a ello. Y de cierta forma me perjudica, pues me encierro excesivamente en mí en ocasiones y el muro que creo a mi alrededor ya no sólo me separa de "los desconocidos", sino que se interpone entre mis seres queridos y yo.
De esta forma lo que es la coraza que me protege de los demás, es también la espada que me hiere.

No es que me esconda del mundo... Es simplemente que me desencanta y eso me hace no querer perder tiempo con él y desear mostrar quien soy solo a aquellas personas que yo elija... pero de ese modo, ¿acaso no me vuelvo un poco hipócrita? ¿El tiempo que me ahorro en las conversaciones con mis no-intervenciones, acaso no lo pierdo representando un doble papel, la persona que soy y la persona que me oculta a conciencia tras un velo de silencio y unos cabellos suficientemente largos para esconder mi rostro?

No pretendo cambiar de una forma radical, pero a veces me da la impresión de que no saboreo los instantes que me brinda la vida debido a una terquedad que no sé muy bien por qué la mantengo.

Si bien seguiré siendo una persona analítica, callada, introvertida y orgullosa, no querría que eso me determinara a una vida recortada y pobre, poco plena, y más teniendo en cuenta las posibilidades tan infinitas de las que dispongo y que con mis capacidades puedo llegar a conseguir.

De modo que...
¿me compráis mi silencio?


01 marzo, 2009

Llegará

Si bien no he dejado de mirar
hacia el futuro,
(futuro incierto)
ahora me refugio en el pasado.

La lluvia me acompaña,
esta noche.

La oscuridad queda rota
y se descascarilla lastimera
por la luz de algún
pobre, triste y frío
farolillo extinto.

Sé que parezco insensible,
pero los besos me delatan.
No sé si la pasión
me condena a los besos,
o acaso son los besos
los que me arrastran a la pasión.

Qué más da, estoy enferma.

Creo ver el mundo bajo una luz nueva,
como si todo cobrara ahora sentido,
en un instante.
Pero el rastro de lucidez que me resta
me cuchichea al oído que,
lo que me ocurre,
es que por momentos pierdo el norte.
(Y ya deshojé la rosa de los vientos)

Me pienso estable
y la más ligera brisa me quiebra.
Qué más dan las noches que pienso en ti
y cómo me hiela el pensarlas.

Déjame perder la noción del tiempo
en tu mirada.

Yo te soñaré suspiro libre,
rompiendo las cadenas de tus dudas,
de tu inseguridad.

Que el olor de tu almohada me ciega,
y el sabor del tabaco se me hace...
mortalmente dulce.

(Ya sólo veo nuestros reflejos
en la pantalla de tu ordenador).

Grábate en mi mente
por otros seis meses.
Aún no han dado las dos.

Esta es la ciudad que nunca cambia,
mas yo dejaré de ser tan niña,
tan distante o tan extraña.

Una sonrisa se prende en mi rostro,
jamás calculé mis palabras...

soy espontánea.