Érase una vez dos ranas. Dos ranas que eran hermanas y llevaban toda la vida juntas. Una de ellas, no se sabe si por su destino o simplemente por mala fortuna, tenía siempre muy mala suerte. La otra siempre intentaba contrarrestar aquella especie de maldición con la que había nacido su hermana. Esta rana de mala fortuna se llamaba Cloe y su hermana, Eva.
Eva era paciente y hacía todo lo posible por curar los arañazos que su hermana se hacía a veces en las ancas, o la cuidaba cuando estaba enferma, o la ayudaba a esconderse cuando se acercaba cualquier depredador. Sin embargo, a veces tenía la sensación de que su hermana no sabía apreciar aquellas cosas, o por lo menos, no sabía demostrar que le importaban.
Un día, ambas paseaban dando saltos por un terreno completamente lleno de fango. Aunque la travesía era difícil, el grosor del lodo no era lo suficientemente importante como para cubrir a las ranitas más allá de las membranas de sus patas.
De pronto, comenzó a llover y el fango del suelo comenzó a aumentar de manera considerable. A las ranitas se les hizo cada vez más difícil continuar su marcha, hasta que sin previo aviso, Eva cayó en una charca de lodo.
Entonces, la lluvia cesó y Cloe se percató de dónde estaba su hermana, pues con las gotas de agua su visión no era muy buena.
-¡Cloe! -gritó Eva, mientras sentía que se iba hundiendo más y más en el fango. - ¡Ayúdame a salir!
En ese momento, Cloe se percató de que había una pequeña capa de lodo a su alrededor que le cubría hasta la tripita.
-Eva, yo iría allí a sacarte, de verdad, pero ¿no ves acaso que a mí me llega el barro hasta la tripa? Me va a costar trabajo salir de aquí.
-Pero Cloe, si no eres capaz de liberarte de eso y ayudarme, me moriré sin remedio.
Cloe, pensando que al fin y al cabo, no quería que su hermana muriera, con esfuerzo, sacó una pata del fango. Estaba un poco cansada y había tardado unos minutos, pero finalmente lo había conseguido. Intentó hacer el mismo procedimiento con la otra patita, pero se dio cuenta de que ésta iba a costar un poco más de trabajo, por lo que decidió no moverse.
-Eva, no puedo salir de aquí, si intento salir puedo morir de cansancio porque supone mucho esfuerzo sacar mi otra pata de aquí, por no hablar de las ancas.
-Cloe... por favor, inténtalo -gimió débilmente Eva, pataleando angustiada para poder salir de ahí.
-No puedo, lo siento. Tendrás que salir de ese charco tú sola.
Y al cabo de unos minutos, el lodo se tragó a Eva para siempre.
3 comentarios:
Y a Cloe no tardó en cargársela la vida, con esa mala suerte. Creo que siempre hay gente así, me ha gustado mucho tu fábula (si me premitaes llamarla así).
Un beso.
(Desveló el sueño de Eva un trueno, que provenía de la tormenta que provocó la pesadilla. Al principio presenciaba los raudales de agua bajo su casa con quebraciza seguridad, mas siguióle un sentimiento de seguridad al su conciencia advertir que su fallecimiento no era real. Tras esto volvió a observar la riada y en ella una forma conocida, era Cloe, la cual acostumbraba a dormir allí, dado que le era imposible subir hasta una zona más elevada por la falta de las patas traseras. Aun así, conocía su capacidad(quizás era mera resignación) de sufrir, y soportaba el arreo del agua con tesón y practicamente con naturalidad, Estaba acostumbrada dadas las numerosas situaciones en las que hubose enfrentado a ello. Cloe tenía sus limitaciones, e intentaba menguar el listón de los impedimentos que prvocaba su deficiencia mediante entrenamieno, aunque siempre recalando en la imposibilidad de superar cierto límite, y en que iba a ser lento, le costaba, pero lo intentaba, y nunca desfallecía en intenciones, bueno, sólo cuando alguna de las patas que aun poseía tenía algún tipo de dolencia, sólo así...).
Lo peor de todo es que me agrada la metáfora...
De todas formas... Quizás la suerte no existe.
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