"Y parece tan tímida...", "Soy totalmente incapaz de saber qué es lo que se le está pasando por la cabeza cuando le hablo", "Esa chica del fondo del aula, la que está siempre calladita y semioculta por el pelo", "Y es que te clava los ojos, y no sé como explicarlo... te petrifica, es como si te atravesara, como si fuera capaz de ver a través de ti", "Cuando hablas con ella, suele escucharte con atención, pero llegado el momento, te preguntas si no te estará analizando más bien", "Y a pesar de que parece buena chica, intimida, tiene como un muro que la rodea y que nadie puede traspasar, a menos que te dé permiso", "Tan silenciosa, parece un fantasma..."
Esos son algunos de los comentarios que me han acompañado a lo largo de mi vida. Los he escuchado en boca de personas conocidas y desconocidas, en distintas situaciones, con voces diferentes, dichos con objetividad, con curiosidad, cariño o malicia.
Que soy una persona introvertida nunca ha sido un secreto. Hasta el menos inteligente se da cuenta que no soy una persona de fácil trato. No me abro a una persona sin una buena razón, sin tener la certeza de encontrar cierta seguridad por la otra parte, sin saber si cumple unos requisitos mínimos para que yo pueda considerar que "merece" conocerme.
Que, en parte, mi conducta reposa sobre un cierto orgullo es innegable. Me valgo del silencio para probar a los demás, para saber si tienen la paciencia y el deseo suficientes como para perseverar en su investigación sobre mí, para llegar al fondo de la cuestión a pesar de los obstáculos que interpongo entre mi persona y el otro. Y es que el silencio tiene un curiosísimo efecto sobre los seres humanos, sobretodo en la cultura occidental. No sé si se trata de la asociación silencio-soledad que muchos establecen lo que hace que, para ellos, el silencio sea algo indeseable y digno de evitar a toda costa. Porque no hay nada que aterre más a las personas que quedarse o sentirse solas. Pero no quiero desviarme en exceso del tema. El hecho es que el silencio incomoda. Les resulta tan insoportable que intentan matarlo de todas las formas posibles, llegando hasta el extremo de hilvanar estúpidas conversaciones con poco o ningún sentido por el mero hecho de llenar el vacío acústico. Hay quienes se toman mi silencio como una afrenta personal y se apuntan miles de temas de conversación disponibles en una hoja, física o mental, con tal de tener algo de que hablar en cada momento y que yo no tenga tiempo de envolverlos en mi tela de sonidos muertos.
Por otro lado, hay quienes se sienten intimidados o aterrados ante la idea de quedarse a solas conmigo y que yo siga mostrando obstinación en permanecer con la boca cerrada.
No les culpo. Parece ser que tengo una mirada analítica que provoca inquietud y supongo que saberse examinados no termina de agradarles. Porque ciertamente estos individuos no se desvían de la realidad: mientras estoy en silencio, estoy esquematizando sus formas de ser, procesando la información que me ofrecen y haciendo balanza de la compatibilidad que tienen conmigo. Y aunque todo el mundo lo hace de una forma más o menos consciente, tal vez yo muestre de una forma rayana en lo grosero que, efectivamente, los estoy analizando y no me molesto siquiera en disimular.
De este modo, hago una criba de la gente que me rodea y así solo me acompañan los que se han gando por derecho el estar a mi lado.
Por otra parte, nunca me ha gustado hablar sin necesidad, o si no tengo nada que decir que considere de interés o de cierta utilidad. Se puede decir que soy lingüísticamente pragmática.
Eso me ha dado la oportunidad de ser una excelente conversadora no-verbal, puesto que, por muy callada que sea, soy una persona extraordinariamente expresiva... característica de la que uno se da cuenta si se es lo suficientemente perceptivo. De hecho, mis mejores batallas "dialécticas" se han desarrollado en el más estricto silencio. Y siempre me han resultado las más emocionantes y las más satisfactorias, puesto que de las palabras puedo olvidarme con facilidad, pero borrar las sensaciones que te evoca un momento es mucho más difícil.
Sin embargo, sí reconozco que a veces llevo muy hasta el extremo mi voto de silencio y que ser una persona tendente a la soledad como añadidura, me otorga un modo de ser que, si bien no termina de ser antisocial, se acerca mucho a ello. Y de cierta forma me perjudica, pues me encierro excesivamente en mí en ocasiones y el muro que creo a mi alrededor ya no sólo me separa de "los desconocidos", sino que se interpone entre mis seres queridos y yo.
De esta forma lo que es la coraza que me protege de los demás, es también la espada que me hiere.
No es que me esconda del mundo... Es simplemente que me desencanta y eso me hace no querer perder tiempo con él y desear mostrar quien soy solo a aquellas personas que yo elija... pero de ese modo, ¿acaso no me vuelvo un poco hipócrita? ¿El tiempo que me ahorro en las conversaciones con mis no-intervenciones, acaso no lo pierdo representando un doble papel, la persona que soy y la persona que me oculta a conciencia tras un velo de silencio y unos cabellos suficientemente largos para esconder mi rostro?
No pretendo cambiar de una forma radical, pero a veces me da la impresión de que no saboreo los instantes que me brinda la vida debido a una terquedad que no sé muy bien por qué la mantengo.
Si bien seguiré siendo una persona analítica, callada, introvertida y orgullosa, no querría que eso me determinara a una vida recortada y pobre, poco plena, y más teniendo en cuenta las posibilidades tan infinitas de las que dispongo y que con mis capacidades puedo llegar a conseguir.
De modo que...
¿me compráis mi silencio?
3 comentarios:
-¿No los odias?
- ¿El qué?
- Estos incómodos silencios. ¿Por qué creemos que es necesario decir gilipolleces para estar cómodos?
- No lo sé, es una buena pregunta.
- Entonces sabes que has dado con una persona especial. Puedes estar callado durante un puto minuto y compartir el silencio.
También me acordé de esa conversación mientras escribía todo esto. El silencio es maravilloso... y el hecho de compartirlo, sublime. Lástima que haya tan pocas personas dispuestas a apreciarlo.
Yo te vendo el mio... a mi me sobra
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