24 abril, 2008

Autodestrucción



Ha ocurrido algo en tu vida que acaba de marcarla para siempre.
Tenías hechos tus esquemas de la vida, y ese suceso se los acaba de cargar por completo.
O puede que no.
Quizá sólo estás cansad@ de la rutina.
Quizá deseas ser una persona completamente diferente.
O tener un destino que nada tenga que ver con el que ahora parece que se encuentra ante ti.

Perfecto.
Acabas de dar los primeros pasos.

Bienvenido al mundo de la autodestrucción.


Es un mundo al que se llega por los dos hechos por los que se vive, por los que se mata, por los que uno se rebela y otras veces se calla, por lo que alguien es infiel o por lo que otro en cambio no es más que un perro sumiso...
Los dos problemas más grandes que tiene la humanidad y que siempre tendrá, no nos engañemos ilusionándonos con que son muy complejos, porque se resumen sencillamente en dos palabras: carencia y exceso.

¿Quién no ha sufrido por falta de amor? ¿Y por exceso de confianza? ¿Por exceso de tristeza? ¿Exceso de rutina o carencia de una vida emocionante, que viene a ser lo mismo? ¿La muerte?¿Qué es la muerte sino la carencia de vida? ¿Qué es la vida a veces, si no la carencia de felicidad?

Dos problemas, sólo dos: Carencia y exceso.

El ser humano funciona por el principio de Le Chatelier:

"Si un sistema en equilibrio es perturbado, el sistema evoluciona para contrarrestar dicha perturbación, llegando a un nuevo estado de equilibrio "

Y eso es lo que buscamos en nuestra vida: equilibrio.


Sin miedo, no sabemos lo que es la seguridad.
Sin soledad, no sabemos valorar la compañía.
Y un largo etc.

Un exceso de compañía, incluso por grata que sea, puede llevarnos a volvernos antisociales.
Estar siempre solo conlleva un empobrecimiento de espíritu al no tener a otras personas gracias a las cuales poder enriquecernos. Por no mencionar que los solitarios empedernidos terminan perdiendo la cabeza.
Si tuviéramos miedo siempre, acabaríamos volviéndonos locos, porque no se puede estar las 24 horas del día en alerta permanente. De ser así, es que ni siquiera podríamos dormir, lo que conllevaría alteraciones del sistema nervioso y finalmente, la muerte. En cambio, si siempre nos sintiéramos seguros, nos volveríamos incautos hasta tal punto, que podríamos cruzar la calle con los ojos cerrados.
Y todo esto explicado aquí con ejemplos sencillos es al fin y al cabo a pequeña escala lo que nos ocurre.
Necesitamos el equilibrio casi tanto como respirar, porque si se da lugar a que exista carencia o exceso de algo, es cuando comienzan los problemas y la infelicidad para nosotros.
Según el principio de Le Chatelier anteriormente citado, cuando aparece la carencia o el exceso de algo, tenemos la imperiosa necesidad de hacer algo para cambiar eso, es decir, para reestablecer el equilibrio.
A menudo, tratamos de ocupar el vacío que algo deja con otra cosa, de modo que la balanza no se vea desequilibrada. Otras veces, el exceso de algo nos lleva a prohibir que esa situación siga ocurriendo en nuestra vida para compensar que se haya mantenido hasta entonces de forma permanente.
Pero claro, no todo es fácilmente sustituíble en la vida.
No puedes, por poner un ejemplo, cortarte un dedo y tratar de reemplazarlo con un tenedor.
No tendría sentido.
Es entonces ante esa imposibilidad de contrarrestar un exceso o una carencia, cuando nuestra vida se convierte en una vorágine de caos y malestar que nos termina conduciendo a la autodestrucción, motivo por el cual estoy escribiendo todo esto.

Llegado un momento en que no podemos soportar ese vacío o esa acumulación excesiva, es cuando llegamos a una solución extrema: ya que no podemos terminar con ese problema, habrá que aniquilar al afectado por ese problema, es decir, uno mismo. De este modo, todo desaparece del mapa. Dos pájaros de un tiro.

Este razonamiento llevado a un punto extremo desemboca en el suicidio, pero en general, esa no suele ser una solución muy común.
No he venido a hablar de suicidio, que ahora que recapacito, el título tan ambiguo que he puesto podría ser malentendido por aquellos que lo lean sin más, porque al fin y al cabo, no hay autodestrucción más completa que acabar con nuestra propia vida.
Sin embargo, los que toman esa decisión desgraciadamente ya no toman ninguna más en su vida. Y realmente, yo no puedo hacer recapacitar a los muertos o a los que ya han tomado la decisión de matarse, sino a aquellos que, aún dolidos, siguen aferrándose a la vida.
He aquí a los verdaderos héroes a los que me dirijo.

La autodestrucción puede llevarse a cabo de muchas formas, pero todas encauzadas hacia el mismo fin: dejar de ser lo que somos, para así poder terminar con nuestros problemas.

Hay a quien le da por hacer cosas que le perjudiquen directamente: se refugian en sustancias nocivas para el organismo, tales como el alcohol y demás drogas para evadirse de la realidad y poder ignorar sus problemas por un rato y ya de paso, destruir neuronas de su cerebro. Esta práctica efectivamente llevada a cierto punto, termina ocasionando modificaciones en la conducta y en la personalidad, convirtiendo a la persona en otra diferente.

También encontramos a aquellos que, de pronto, cambian bruscamente de forma de ser por autoimposición. Esta decisión acarrea la supresión de la propia personalidad con la consiguiente infelicidad que esto acarrea, siendo una solución que empeora el problema, más que lo soluciona.

Otra posibilidad es desligarse de los ambientes y personas que causan al sujeto malestar. De esta forma, el individuo se ve más libre a la hora de tomar decisiones y modificar ciertos aspectos de su realidad. Dentro de las posibles soluciones al desequilibrio vital, pienso que ésta es la menos nociva, ya que invita a la reflexión y si al final descubrimos que no es el remedio que buscábamos, siempre se pueden volver a retomar personas y ambientes. Hay quien (y este es el inconveniente de tomar esta decisión) pensará que no debimos actuar de tal forma, porque eso va en detrimento de las relaciones humanas. Creo que si hemos avisado a esa persona de la decisión tomada y al volver nosotros a reemprender la relación que teníamos con ella, entonces la persona nos rechaza, no merecía tanto la pena como pensábamos, así que nos hemos librado de un lastre, lo que al final nos beneficia.

La última probabilidad de elección que observo es justamente de la cual escribí el otro día: el autoengaño. El autoengaño es la opción menos dolorosa a corto plazo, debido que nos permite gozar de felicidad unos cuantos momentos más. Sin embargo, también se trata de una forma de autodestrucción porque con el autoengaño bloqueamos nuestra capacidad de respuesta ante el problema al evadirnos de él, de modo que evitamos ser nosotros mismos al adjudicarnos una realidad que no es la nuestra. Esa situación termina también por perjudicarnos en mayor proporción que al principio, ya que tarde o temprano tendremos que enfrentarnos a la realidad y es más duro volver al mundo real después de una fantasía.

La autodestrucción no es deseable por el sufrimiento que conlleva, sin embargo, a lo largo de nuestra vida será una tentación a superar.
A menos claro, que el proceso de autodestrucción salga bien y consigamos convertirnos en aquello que deseamos ser... sin embargo, pienso que es muy posible que tengamos que pagar un precio demasiado alto por ello.
Quizá la solución no esté en autodestruirnos, sino en irnos modificando poco a poco y no de golpe, ir limando asperezas para conseguir descubrir nuestro verdadero yo y potenciarlo al máximo en beneficio propio y colectivo.

De todos modos, debemos ser cautos. No siempre somos conscientes de que nos estamos autodestruyendo. La autodestrucción de nosotros mismos, la mayoría de las veces comienza sin que nos demos cuenta de ello.
Y todo lo que sea destrucción acarrea importantes cambios que si no son abarcados de una forma racional, terminarán consumiéndonos.




Habló una adicta a la autodestrucción.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Nah nah nah.
La solución es el retroestima.
Necesitamos algo o alguien con el que mantener un equilibrio de alguna forma. Aunque bueno, todavía tengo que universalizar el concepto xP

No sé, no veo bien la autodestrucción aunque una de las vías que has narrado ha sido un puro calco de algo que he hecho en mi vida. Lo que menos me gusta es la necesidad de ir amoldandote que he entendido.

No sé, no creo que tengamos que amoldarnos a las personas. Debemos apreciar a las personas tal y como son, simplemente.

Todos somos iguales, después de todo, no ligemos las pequeñas diferencias, pues.

Tengo demasiados pajaritos en la cabeza, creo yo.