Qué no daría yo por no haber sido tan indecisa
y no haberme asustado cuando me llamaste sirena.
Si por la noche me voy con los cuarenta ladrones
por las calles vacías,
es que me refugié en la propia agonía
de quien se mira en el espejo y no se ve.
Y tengo cara de vieja
y los labios secos del desuso;
y el corazón muerto,
pero mira bien, ¿no lo ves?
que entre la espuma se me cura el alma
y me crece la fe.
Perdóname.
Perdóname si te vi en un sueño
y te quise retener.
Quizá tú seas lobo solitario
y yo, ignorante, te asfixié en mi tela de araña
con la que te quise envolver.
Mira al cielo, mírame.
No seas muy duro conmigo
si me encontraste con los ojos velados
y en mi cielo las nubes amenazaban llover.
Ahora que cierro los ojos y te veo en mi recuerdo
te llamaría cien mil veces por tu nombre.
O ni siquiera eso;
te diría tan sólo “ven”.
Mientras te imagino entre farolillos callejeros,
entre panales y avisperos
a los que nunca me acercaré
hago que reine el calor en tus días
y le prendo fuego a tu piel
para que recuerdes que tu mirada está grabada
en el corazón de una mujer.
“La paz, a fin de cuentas. O el amor.”
(Lucía Etxebarría)
1 comentario:
Casi, casi se me olvida la melancolía pues intento extraviarla entre las hojas de un libro, entre las olas del mar... Pero paso por aquí y me la encuentro, solo que me voy con una sonrisa.
Un beso.
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