07 agosto, 2010

Dicotomía proyectiva


Encontré, por casualidad, su diario. También un puñado de cartas antiguas. Lo leí todo, quedando horrorizada con el hombre que había sido.
Él llegó de trabajar, me besó y me dio las buenas tardes. Yo no pude ni mirarlo.
De pronto, el pasado incidía sobre él. el ser que amaba, para presentarlo como aquel hombre al que de haberlo conocido despreciaría, y ahora, despreciaba. ¿Cuánto quedaba de la bestia en el hombre al que amaba? Ahora sabía que, por mucho que siguiéramos compartiéndolo todo, una parte de mí le odiaría eternamente.

Mi vida se había convertido en un macabro juego de sombras y luces.

1 comentario:

Argeseth dijo...

Los diarios están hechos, sin duda, para ser leídos, aunque el autor no tenga claro quién y cuándo lo hará además de él mismo. Y entonces, ¿qué tan sincero se debería ser al escribir esas cosas? Y las cartas, las benditas cartas... Hay días que me horrorizo de las palabras y de su poder. Decido guardar silencio, como hacían los egipcios, que tan conscientes estaban de tal poder: dibujaban cuchillos a las serpientes y otros animales peligrosos que en el más allá pudieran dañar el alma del faraón muerto. Otros días decido que la bestia en el hombre solo horroriza cuando se le ignora, y vuelvo a escribir...
La maldita dialéctica existencial de siempre.
Un beso.