Ya no escribo. No ya aquí, en el blog -que tampoco lo hago, cosa que no me preocupa porque a pesar del cariño que le tengo a este espacio y que resume en grandes matices mi forma de entender la vida, no lo considero importante- sino que no escribo ni siquiera para mí. En principio, me dije lo de siempre: Descuida, es algo pasajero, ya te ha pasado otras veces... Y con eso me consolaba.
Hasta ahora.
Me he dejado arrastrar en un paulatino proceso de desencanto, de pasividad, de hastío. Leo, claro que leo. No puedo comprender mi vida en la más absoluta ausencia de palabras, de historias, de vidas.
Yo, que aprendí a leer antes que a hablar, notaba mi voz interior callada. Pero no se trataba de eso. Era simplemente que no la escuchaba. He llegado a tales niveles de evasión que hago oídos sordos a aquello que más sentido tiene para mí en esta vida. Y no puedo consentir que esto siga así.
Estoy llena de pasión. ¡De pasión! ¿Acaso el mundo llega a comprender lo que eso significa alguna vez, en su corta existencia?
Claro que tengo cosas que escribir. Estoy llena de ensayos mordaces, de guiones ingeniosos, de relatos dramáticos, de poemas... sí, sí. Estoy llena de poemas.
Así que no puedo permitir que este mutismo que ataca al núcleo de lo que soy por encima de todo, me destruya.
Y aquí finaliza mi tregua de silencio.
Prometo escritos llenos de pasión.
1 comentario:
firmo, y no sé hasta qué punto, tus palabras de autocrítica.
Aunque yo aún me resguardo en pensar que esto sólo durará lo que yo quiera, y querré a partir de febrero. No sé si entonces, mi pluma se habrá envuelto de forraje y enredaderas del silencio baldío, y si me ha perdido el mínimo respeto que me tenía.
Quien sabe.
Un saludo de lo más comprensivo, cisne.
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