Amy Winehouse antes de vivir su propio infierno.
Una chica guapa, inteligente y normal. Como tú -bueno, a lo mejor como tú no- y como yo. Espontánea, genial, apasionada y una cantante y compositora fantástica. Su padre era gran admirador de Frank Sinatra y consiguió contagiarla del amor por la música desde pequeña. Cuando vio las dotes artísticas de su hija, la animó en todo momento para que desarrollara su talento musical y no tuviera reparos en subirse a los escenarios.
Amy tuvo mala suerte y se enamoró de un mal tipo. Su impulsividad innata fue el caldo de cultivo perfecto para que desarrollaran las adicciones que la llevaron por un sendero tumultuoso hasta la tumba.
He escuchado y leído críticas muy duras tras la muerte de Amy. "Esa es la lección para la gentuza que se droga", "Era una yonqui y se lo merecía", "No me parece mal el mensaje: si eliges mal, te ocurrirá lo que te mereces" etc. etc. Y yo me pregunto ¿de verdad se merece esas palabras, se merecía lo que le pasó?
En esta sociedad se trata muy mal a los drogadictos. Se los desprecia, se los rechaza y cuando preguntas el por qué te suelen responder que la droga es una elección y que es cosa tuya si te enganchas. Me pasma la celeridad con la que las personas opinan sobre situaciones que no han vivido en su puta vida.
No es por hacer de abogada del diablo, porque sienta que tenga que defender su honor o porque piense que toda persona tiene redención después de la muerte, independientemente de lo que haya hecho, pero parece que se nos olvida que nadie en este mundo desea ser drogadicto y que a veces se dan una serie de factores que nos hacen vulnerables ante determinadas situaciones. En el caso de Amy tenemos a una persona, como ya he dicho, impulsiva, enamorada hasta la médula de un drogadicto y con una fama creciente que le facilitaba en ciertos ambientes el acceso a las drogas. Una buena chica pierde la cabeza por un cabrón y éste le jode la vida ¿no os suena esta historia? ¿no se ha repetido miles de veces en todas las épocas? Y lo que es más importante, ¿no podría pasarle a cualquiera?
Hay por ahí unos cuantos que presumen de "rectitud de moral" sacada de no se sabe muy bien dónde, que se empeñan en criticar desde la posición de "no, yo nunca lo haría", "si se droga es porque es estúpida", "se enganchó porque quiso, nadie le puso la droga en la boca". Les deseo sinceramente que nadie de su familia tenga la desgracia de caer en el mundo de las drogas, aunque en ese caso probablemente dejarían de decir sandeces de tamaña índole.
Amy, antes de caer en todo eso, estaba en contra de las drogas duras, aunque siempre le gustó el alcohol y la marihuana. El peligro de las drogas es que empiezan como si fueran un juego y que las introduce en tu vida una persona que es, que parece, de confianza. Aún peor si esa persona es tu pareja, la persona por la que harías absolutamente de todo. Y al principio sólo es una raya, sólo un pellizquito con la aguja y fliparás en colores. Venga Amy, no seas tonta que no pasa nada, ¿es que no confías en mí? Empiezas a frecuentar ambientes donde además de tomarte unas copas con tus amigos y los amigos de él, pues te escapas al baño cinco minutos para pegarte un picotazo. Total, no pasa nada, además te hace sentir bien. Pero resulta que el tío del que te has enamorado no sólo se mete de todo con una velocidad alucinante, también te hace chantaje emocional y te hace sentir desvalida si no estás "en su misma onda". Y tragas, tragas con todo lo que te eche: Amy, no vuelvo a salir contigo si sigues siendo tan puritana. Joder, me haces sentir como un imbécil cada vez que mis amigos se chutan y tú pones cara de asco. Claro que te metes, te metes lo que haga falta. Así puedes estar con él, así os lo pasáis bien juntos... y cuando quieres acordar, tus únicas salidas se reducen a eso, a que te lleve a un hotel para que alucinéis juntos o a que salgáis de discotecas con sus amigotes que, por supuesto, están tan enganchados o más que él. Hagas lo que hagas, las drogas son una constante en tu vida.
"Nunca me enamoraría de una persona así". No lo sabes. Lo cierto es que no lo sabes. Podrías enamorarte del yonqui mayor del reino y cuando te dieras cuenta de eso, sería tarde.
Su fama la llevó al ojo del huracán mediático. Todos vimos esas fotos en las que tenía una apariencia lamentable. Y es que sus adicciones afectaron radicalmente su vida personal y profesional. Su familia, por supuesto, trató de hacer que fuera a rehabilitación además de la gente de su discográfica. Pero ya sabemos qué dice su canción más famosa -aunque no la mejor-: They try to make me go to rehab/I said no, no, no. Ir a rehabilitación era señal de que no podía controlar aquella situación por sí misma, situación en la que ni ella sabía cómo se había metido y además, era una forma de alejarse del que era ya su prometido. Claro que dijo que no. Creía que estaba por encima de todo eso. Su talento, su vida desenfrenada, sentirse amada por la persona a quien ella quería, su fama ascendente le dieron sensación de invulnerabilidad.
A pesar de todo finalmente se desenganchó y consiguió divorciarse de su marido, que por aquel entonces ya estaba en la cárcel -sí, es que el tío era un elemento bueno-. Y aunque consiguió tener una nueva relación y parecía que la vida empezaba a sonreírle, su nuevo amor fue otra fuente de decepción más que de apoyo. Seguía bebiendo para escapar del infierno en el que se había convertido su vida, su nuevo fracaso amoroso la reafirmó en la continua ingesta de alcohol y para colmo seguía enamorada de su ex marido. Una verdadera catástrofe emocional.
Y aún así Amy venció su adicción a las drogas, pero la tragedia la tenía bien enganchada y fue la adicción aparentemente más inofensiva, el alcohol, la que pudo con ella. Su autopsia reveló que tenía en sangre una cantidad de alcohol muy superior a la letal. No podría haberse salvado.
De hecho, de entre todas las drogas, no hay nada peor que engancharse al alcohol. Es peor ser adicto al alcohol que a la heroína o a la cocaína. Es peor porque activa múltiples mecanismos de recompensa en el cerebro, más que otras drogas; porque está socialmente aceptada y porque es más fácil engancharse a él antes que a otra cosa: la gente sabe que esnifar una raya tiene cierta probabilidad de engancharte, pero somos mucho más inconscientes a la hora de beber una copa porque pensamos que su poder es menor. Ella tenía además asociado el alcohol con la disminución de ansiedad y estaba viviendo uno de los momentos más estresantes de su vida. Una reacción en cadena perfectamente lógica.
Quien no entiende de adicciones ni de seres humanos, suele olvidar con frecuencia que los drogadictos también son personas. Personas que se han equivocado. Personas que en su día eligieron mal y que cayeron en la adicción, que sobrevaloraron erróneamente sus capacidades y pensaron que podían con ello, y en un momento de debilidad su adicción las llevó a la tumba.
¿Es comprensible que Amy muriera de esa forma? Perfectamente. ¿Se lo merecía? Claro que no. No se trata de ponerla ahora de pobrecita, se trata de darle el valor que realmente corresponde a cada cosa. Creer que se pueden dejar las drogas cuando uno quiera o que te enganchas porque eres un vicioso -cuando, transcurrido un tiempo, ya no te metes para flipar sino para no sufrir el jodidísimo síndrome de abstinencia- es ser directamente un imbécil. Así que no vengamos con superioridades morales ni intelectuales sin haber vivido como ella vivió y sin ser como ella era.
Su muerte no sólo es una pérdida humana, sino también artística. Su magnífica voz, su talento musical se han perdido para siempre. Y esto es una tragedia para todos nosotros. Independientemente de los gustos de cada uno, es de ser un ignorante el negar que Amy rebosara talento.
Este tipo de cosas seguirán ocurriendo mientras el ser humano siga siendo humano. No nos creamos mejores por no cometer los mismos errores que otros, probablemente los nuestros sean peores, aunque sea porque nuestros errores son nuestros. No tiene mérito no caer en la tentación de otro, tiene mérito no caer en la tuya propia.
Esta entrada pegaría el 23 de julio, primer aniversario de su muerte, y no hoy, pero es que es hoy cuando echo a Amy en falta. Y quién mejor que ella para poner un ejemplo de desacato a las convenciones sociales, aunque esta desviación mía de la norma sea ínfima en comparación.
1 comentario:
Yo también amo a Amy
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