Caminaba bajo la lluvia. Todos los demás estaban en sus casas, o corriendo despavoridos hacia un lugar donde guarecerse. Pero yo paseaba tranquila bajo la lluvia. Sin prisas. Con regocijo. Disfrutando el momento.
Al día siguiente supe que las torrenciales precipitaciones habían dejado tras de sí varios muertos y desaparecidos.
Y me resultó paradójico que alguien pudiera perecer, mientras yo admiraba los dibujos de los rayos en el cielo. Mientras yo gritaba con los truenos y bailaba bajo miles de gotas de agua.
Y lo que más me inquietaba era no saber si la muerte de esas personas embellecía o no mi momento, ese momento, fuera del mundo. Si debía sentir escalofríos al saber que mientras yo giraba y giraba, la muerte besaba los labios de alguien como a mí me besaban las miles de gotas de agua.
1 comentario:
Los alaridos sonarían igual para la Todopoderosa naturaleza, y gritar mata la angustia, y la angustia silencia palabras, las palabras asesinan el silencio...
La tormenta tiene su lado atractivo, y un filo mortífero. Como tantos elementos que juegan a la ambigüedad.
Yo también me sentí fuera de lo común cuando llovió. La fascinación por lo que no puede ser controlado me puede al miedo...
Saludines.
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