02 agosto, 2010

Planetario


Hubo una vez en la que existieron estrellas fugaces surcando nuestros cielos. Tú sonreías, con una sonrisa cargada de amarga soledad, y me observabas con tus ojos negros, profundos y abisales, compartiendo un poco de tu dolor; pidiéndome, a tu vez, prestado, un poco del mío.

Llovieron satélites y asteroides. Las galaxias se desordenaron. Luego, solo quedó el silencio cósmico.

No hubo una caída de meteoritos cuando te fuiste. El cinturón se quedó donde pertenecía; donde siempre había pertenecido. De vez en cuando, pasaba un cometa congelado que me recordaba tu existencia. `Pude abrasarme, sin necesidad de ti, en oscuras llamaradas solares.

Los planetas continuaron girando en torno a su astro. Yo me perdí en el vacío. Te enviaba ondas de distinta frecuencia, y tú me respondías como quien envía la luz de una estrella muerta.

Te encontré, mucho más tarde, lleno de cráteres. Se había desgarrado tu superficie lunar. No pudiste perdonarme una ligera brisa, alegando que carecía de agua para albergar la vida.

Entonces se precipitó el universo desde lo alto de la inmensidad hacia la nada más absoluta.

Y quedamos atrapados dentro de un agujero negro, cuya gravedad no fue tan fuerte como hacia mí, tu olvido. Solo pude pagarte en respuesta con hielo y vacío. Con la luz muerta de tu estrella, convertida en oscuridad y tinieblas.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Has leído Las Cosmicómicas?

Un maravilloso libro de Italo Calvino.
Te encantará
;)

Me gusta mucho tu firmamento.
Un abrazo

innuendo dijo...

Ya ves... nunca te dejes la atmósfera olvidada por ahí, nos conserva, nos mantiene, y nos protege. Tú apareciste impecable, a pesar del tiempo, apenas se te notaría lo helado de los sentimientos. Préstale un poco de luz fría, desde la lejanía, que intuya cuántos años luz distan del Todo al Nada.
Saludos