13 septiembre, 2010

Ociosidad


Me muero de hambre. Y de sed.

Ocho horas al día

tengo que coser; con cuidado,

para que no se formen nudos

en el cayado de manecillas

que calientan mi reloj.


Vivir en mi cocina, azul,

donde la lavadora chirría

con lamento estrepitoso de cacharro viejo.

Y por la ventana entran palomas blancas

que giran y giran, y apagan la luz.


¿Qué hacer si el reino prohibido

existe entre sábanas?

¿Dónde poder cerrar los ojos

a la claridad?

El café se me enfría,

las cervezas deshielan

y no puedo a la boca llevarme

ni un pedazo de pan.


¿Para qué robarte un beso, ladrón?,

Si luego descubro entre llantos

mis ganancias perdidas,

que terminan mis días

y ya no hay solución.


Y luego, ¿qué hacer?

¿Morirme de hambre?

¿Morirme de sed?


2 comentarios:

Olid dijo...

¿Aún escribiendo por aquí?

Elvira dijo...

Sí. Ya sé que este sitio nunca te gustó, pero no tengo previsto cerrarlo. Me gusta tener este rincón para mí.