Me muero de hambre. Y de sed.
Ocho horas al día
tengo que coser; con cuidado,
para que no se formen nudos
en el cayado de manecillas
que calientan mi reloj.
Vivir en mi cocina, azul,
donde la lavadora chirría
con lamento estrepitoso de cacharro viejo.
Y por la ventana entran palomas blancas
que giran y giran, y apagan la luz.
¿Qué hacer si el reino prohibido
existe entre sábanas?
¿Dónde poder cerrar los ojos
a la claridad?
El café se me enfría,
las cervezas deshielan
y no puedo a la boca llevarme
ni un pedazo de pan.
¿Para qué robarte un beso, ladrón?,
Si luego descubro entre llantos
mis ganancias perdidas,
que terminan mis días
y ya no hay solución.
Y luego, ¿qué hacer?
¿Morirme de hambre?
¿Morirme de sed?
2 comentarios:
¿Aún escribiendo por aquí?
Sí. Ya sé que este sitio nunca te gustó, pero no tengo previsto cerrarlo. Me gusta tener este rincón para mí.
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