20 septiembre, 2010

Un poco de magia

A veces se crea un grupo de moléculas en el ambiente que consiguen abrirse paso desde la calle, o desde un patio interior, o quizá desde una cañería vieja, y te rodean como una gran masa de humo invisible que inhalas y consigue conmocionarte durante varios minutos. La mirada fija en ninguna parte, la mente en blanco y tú, muy lejos. Y puedes preguntarte si es el destino lo que deseas y que, sin embargo, destino no te ha elegido a ti; o que te desea un destino del que rehúyes. O quizá sea el viento, que no deja de girar entre un montón de lluvia seca y griterío persistente de niños que pasean en bicicleta, y que ya no están.

Y sabes que te vas, que te marchas a París, o a Guatemala, al Golfo de México, o a Pekín, a Marruecos o a Finlandia. Que te lías la manta en la cabeza y eres una nómada más, como la Maga de Cortázar. Que destruyes todo lo que tocas, que creas barro desde las cenizas inmundas, que amas lo que tocas, que odias lo que creas, que destruyes lo que amas y que amas lo que odias. Y que te pones nerviosa con la fina capa de polvo que se crea en la alfombra, desafiante desde el suelo de Cerámica y Gres.

Y es que el café se enfría demasiado deprisa, que no se duerme lo suficiente, que quizá las nubes no son tan benévolas cuando te sonríen desde la ventana. Que el miedo te atenaza, y la aventura y la quietud, y el silencio más absoluto de una tumba egipcia. Hasta que se rompe un vaso, saltan las canicas y las monedas ruedan por el techo, mientras te aferras a tus rodillas desde una esquina, sin saber si debes coger la escoba o tal vez ahogarte bajo la almohada.

Caminar desnuda. ¿Por qué no puedo caminar desnuda? Pintar mi cuerpo con acuarelas, estrellar un vaso lleno de aguarrás, sumergir las manos bajo vinagre o quizá introducir el dedo en una tarta de chocolate.

Dejar a los gatos maullar y poder yo arañar las cortinas, señalar defectos y virtudes y luego, tal vez, estallar en risa o en llanto o en todo a la vez. Y dormir bajo la luna.

Y el vino se me hace muy dulce y la cerveza muy amarga, y el zumo de naranja baja muy lento por mi garganta y se hace pedazos contra una gran balsa de ácido clorhídrico. Bajar rodando en bicicleta por las calles, detenerme en un parque y subirme a un columpio, gritar a los pájaros y deshacerme del aire que me agarra desde el centro de la falda.

Y que solo me falte un Rocamadour bajo el brazo y un poco menos de sensatez, quizá un poco más de vino para dejarlo todo y marcharme de una vez.

Y poder ser como la Maga de Cortázar.


2 comentarios:

innuendo dijo...

y de brinco en brinco, hacer rodar a la Tierra al revés, darle la vuelta a la Viceversa, y hacerla Presiversa, o presa de su misma voltereta...
esto engancha, cisne :)

Argeseth dijo...

Y ahí va de nuevo, un espíritu jugando la rayuela de la vida, o por lo menos, soñándolo.
Un beso.