Rebeldía desde la cama
Estoy en una habitación de piedra y tú, desnudo,
a un lado, duermes tan tranquilo,
como mecido por las olas del mar.
¿Qué estarás soñando?
Quizás en tus sueños veas los campos de algodón
tan blancos como las sábanas que te acogen.
Sigo siendo tan Lolita como entonces. Muy poco inocente.
Incluso tal vez ahora un poco más traviesa.
No soy una princesa,
odiaría ser perfecta.
Tengo el rostro quemado, la bondad polvorienta
y las botas llenas de barro.
Lo que piensen los demás me importa una mierda.
Ahora sonrío desde el cuarto que nos hemos apropiado.
Alargas una mano y la posas, suavemente, en mi cintura
tan desnuda como la tuya.
No se puede ser tan descarado,
o tan verdaderamente hija de puta.
Así me quieres, así te quiero.
Me acurruco a tu lado
apago la vela con un soplo
y desde las mantas, contigo,
desaparezco entre las sábanas.
Una hora y veinte minutos
-Descuide, es una hora y veinte.
Y la hora y veinte va creciendo,
las estupideces se acumulan en la estancia
donde el equipaje se reúne
frente a un avión que no llega.
Y es que lo peor de la espera es que mata el ingenio
y agudiza la risa torpe y floja sobre las losas del aeropuerto.
No sé si dormir y olvidar
o si volver a esta tierra de la que marcho triste
hacia una posible sonrisa que será mi hogar.
Y la hora y veinte sigue creciendo y se transforma en hora y media
y las conversaciones siguen cayendo pesadamente
unas sobre otras en terminal.
Y no sabes si es el tiempo o las greñas
que caen perezosamente por la espalda
mientras un escalofrío te recorre
y tú te dejas mirar.
La estabilidad se torna estrecha
y la tarde plomiza se desploma sobre un vuelo
que no asoma la cabeza entre las nubes
mientras la noche, en esta hora y media,
amenaza con estallar.
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