El primer pecado que cometí
fue nacer en minoría
sola en un hospital
sin amigos, ni familia.
Mi madre siempre me decía
“fíjate bien, tienes que ser
como las demás niñas:
mirar únicamente hacia el suelo
vestir de rosa,
peinarte todos los días".
Completé todo el programa,
saqué las mejores notas
iba camino de convertirme
en una cáscara vacía.
Perfectamente normal.
Un día el camino se truncó
no sé cuándo ni dónde,
sólo escuchaba una voz en mi interior
que me decía algo no va bien en ti,
no eres como las demás.
Fingí ser una señorita,
tomaba el té con una sonrisa
y miraba a los demás con simpatía.
Mientras, dentro de mí,
sólo escuchaba a la voz
pidiéndome a gritos
que escapara de allí.
Las losas de la costumbre
caían sobre mí.
Decidí no sonreír,
vestir camiseta corta y pantalón,
buscar en los mapas mi lugar
dar lumbre a mis sueños,
pensar que no había nada malo
en que algo fuera imperfecto.
Mamá, le dije,
lo he intentado todo,
pero no puedo ser normal.
Ella me miró con decepción
y nada dijo.
Algo se encendió dentro de mí,
ya no volví a ser la misma.
A base de romper mis alas contra una pared
descubrí que las tenía.
No sé cuánto vagué
en busca de una respuesta.
Todos esos años
siempre equivoqué la pregunta.
Los arañazos, las piedras,
la sangre manchando
mis ya de por sí rojos labios.
Viajé montada en una estrella
con destino de cometa,
que perdía su cola helada por momentos.
Aterricé en mil planetas.
Comí, bebí, me asusté.
Navegué por el cielo
y tropecé con Ulises,
pero él me confundió con una sirena.
Me encerré en un palacio,
en lo más alto de la torre
a la espera de que nada pudiera hacerme daño.
Me sentí protegida.
Dentro de mí, la voz gritaba
corre, te has refugiado
en el laberinto equivocado.
Me levanté una vez más,
desnuda y ahíta,
sacudiéndome los escombros,
llena de frío, de hambre, de sed.
La libertad ondeaba ante mí.
Sólo tenía que alargar la mano y cogerla.
Al volver a casa
victoriosamente fracasada
me miré al espejo
y me reconocí.
Mamá, le dije a mi reflejo,
ya no quiero intentar nada.
Mi voluntad se expresa firme
ante quién soy, y ahora te digo
que no quiero ser normal.
La mujer del espejo me miró largamente
y, sabia como era, me dijo:
Hacer siempre lo incorrecto
es una forma de acertar.
1 comentario:
Hermoso y tan cierto, me identifico mucho. A veces, por el miedo a las miradas de burlas y extrañeza uno oculta su verdadero yo.
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