Lo que nos separa a ateos
y agnósticos es simplemente un problema en la definición del
contexto muchas veces más que otra cosa.
No creo que ningún ateo
ni agnóstico tuviera problema en aceptar una evidencia clara y
absoluta de una existencia divina si algo que identificamos como
“dios” en nuestras respectivas culturas bajara o subiera o se
apareciera de alguna forma ante la humanidad.
Ahí entra lo peliagudo.
¿Qué es un dios? Por lo que vemos en la mayoría de las religiones,
un dios es un ente sobrenatural, mágico por así decirlo,
responsable de la creación de este universo y de las criaturas que
vivimos en él, algo “antropomorfoseable” con lo que los seres
humanos nos identificamos, un ente con sentimientos que vela por
nosotros de alguna forma, una especie de protector invisible.
No tenemos pruebas de que
algo así exista -lo más parecido que conozco en mi vocabulario se llama atmósfera-, más bien lo contrario. De hecho, tanto es así,
que un dios puede ser lo que nos venga en gana porque no es evidente que sea una sola cosa: un dios puede ser una persona, un
animal, la naturaleza abstracta etc. Es decir, que dios no es un
término absoluto y bien definido, es una palabra baúl con la que
cada uno hace lo que quiere. No es algo universal, no es algo
evidente por definición. Es un término que simplemente responde a las necesidades de protección de algunas personas, que se sienten muy solas en esta vida -¿y quién no?-.
De este término
adaptable para lo que a cada uno le sale de la punta, las religiones
han sabido cómo hacer caja y cada una te lo vende como puede para
conseguir adeptos e influir en las comunidades. A veces para bien, a
veces para mal, pero prácticamente todas tienen un objetivo común:
hacer proselitismo de su filosofía.
Puesto que la definición
de “dios” es algo social, yo me declaro atea dentro de la
sociedad en la que vivo. Es decir, que no me trago las definiciones
de dios que da ninguna religión. Si se demostrara que existe una
fuerza creadora de este universo, no la llamaría “dios”,
probablemente la ciencia -el único camino fiable que conocemos hasta
ahora para conocer la verdad- le diera una terminología apropiada.
Si a día de hoy esa fuerza no se ha manifestado de una forma clara
ante la humanidad, ni se ha preocupado de nosotros, no tengo que
llamarla “dios” puesto que la especie humana le otorga ciertas
cualidades protectoras a ese término y por ahora no me siento
protegida por ningún dios en absoluto. Si no tengo un dios al que
adorar ni que se preocupa por mí, puedo definirme de cara a la
sociedad como “atea” puesto que dios tal y como yo lo entiendo
y/o me lo hacen entender no existe.
¿Eso quita que si de
pronto una mano sale del cielo y nos saluda a todos y se presenta
como nuestro creador, niegue esta evidencia? Sería absurdo. Aunque
desde luego le pediría unas cuantas explicaciones a ese supuesto
dios, a parte de estar muy acojonada en los primeros momentos.
De hecho, normalmente
cuando te defines atea ante la sociedad, los religiosos te suelen
dejar más en paz porque te defines como incrédula ante las patrañas
que te quieren vender. Un agnóstico que parece que está ahí, pichí
pichá, esperando a que alguien le demuestre algo, suele ser más la
comidilla de las sectas que deambulan por el mundo. Y un agnóstico
en el fondo comparte la misma visión del mundo que un ateo, lo que
pasa es que al ser tan generalista en su definición y no contemplar
la parte social de la religión parece que está de acuerdo con ella
en que algo así debe existir y que antes o después se mostrará. Y es tan escéptico como el ateo en
que sin evidencias no puede haber aceptación.
En definitiva, si hay una
fuerza creadora del universo no tiene las propiedades necesarias para
ser llamada “dios” a mi entender. No debe ser venerada ni tenida
en cuenta puesto que a día de hoy no tenemos evidencias de la misma.
Como cada uno se quiera definir esa cosa suya, pero desde luego los
ateos no dejamos la puerta abierta a cuentos para adultos como sí
parecen hacer -de cara a los religiosos- los agnósticos.
A los ateos ya nos dan
por condenados, a los agnósticos esperan convencerlos aportando
supuestas pruebas de la existencia divina que no son tal ni para
ellos, ni para nosotros.
Así que lo que nos
diferencia a ateos y agnósticos es que los ateos nos definimos
escépticos de cara a la sociedad -que es lo que nos afecta en
nuestro día a día, digamos que es una visión más pragmática de
la vida- mientras el agnóstico se define escéptico de cara al
universo -aunque quien le va a dar por saco para que se convierta a
una religión no va a ser el universo, sino el creyente próximo-.
Pero con pruebas suficientes, ateos y agnósticos no tendríamos
problemas en admitir la existencia de una fuerza creadora sólo que a
lo mejor a los agnósticos les da por llamarla “dios”, ya sea un
alienígena con antenas lo que se manifieste así o un torrente
vital, y los ateos como que no vamos a caer en esa trampa , por
definición.
4 comentarios:
Yo me quedé con una frase que Fiódor Dostoyevski pone en boca de su personaje -el príncipe Michkin- en la novela "El Idiota": Mas que ateos, lo que hay en Rusia son muchos apóstoles del ateísmo (o algo así).
Apóstoles del ateísmo he conocido unos cuantos. su comportamiento no es muy distinto al de los que tratan de atraer a los demás hacia su religión o secta. Otos ateos y agnósticos no lo hacen porque no suelen hablar de lo que no creen o no tienen la constancia de que existe.
Saludos.
Cierto. Tampoco es cuestión de estar tooodo el santo día criticando a unos y a otros por tal y cual. Mientras nos dejen en paz, allá ellos. Sin embargo es cierto que muchas veces somos los ateos los que ponemos el punto crítico a ciertas cuestiones. Que siga habiendo sinsentidos como el Concordato en nuestro país es simplemente de locos, ahí hay trabajo por hacer para que no tengamos que subvencionar que den misa por la cadena pública o que la religión esté metida en la escuela.
Ahora, reunirse un grupo de ateos para gritar a los cuatro vientos su supuesta superioridad moral, cansa.
Y tan "supuesta" superioridad moral. Yo soy ateo y no considero que ese hecho me de cierta supremacía moral sobre los creyentes (de entre los que cuento con algunos amigos/as). Las creencias y descreencias las llevamos todos/as en nuestras mochilas y junto al resto del equipaje (genética, cultura, experiencias...) es con lo que nos relacionamos con los demás y con el mundo.
Otra cosa es la jerarquía eclesiástica y el uso de las religiones como poderes fácticos opresores. Contra esos sí peleo, aunque solo sea en defensa propia.
Yo comencé siendo agnóstico y poco a poco la parte lógica fue haciendo más pequeña la duda inicial. Ahora me considero ateo. Siempre nos quedará una pequeña duda, no podemos asegurar al 100% que dios no existe (ni ninguna otra cosa en realidad) pero en este tema llega un momento en el que la duda deja de ser "útil", sigue ahí, pero deja de ser una parte importante de esa filosofía. Tienes suficientes motivos para no dudar constantemente.
Un abrazo!
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