02 septiembre, 2010

Conversaciones con la muerte


¿Sabes, pequeño? Yo no soy como otros que te han sostenido entre sus dedos. No busco en ti reconocimiento. No busco identidad. Ni estética. No busco entretenimiento. No busco paz. Ni siquiera placer. Tampoco vicio. En ti, busco la muerte.

Darte caladas poco a poco, sin ansia ni gozo. Simplemente aspirar el humo y saber que estás matando a miles de células de muy diversas partes de mi cuerpo con enemigos que no puedo ver ni tocar. Tal vez por eso la gente teme al tabaco, pero yo no te tengo miedo. No porque no sea consciente de lo que me haces, pequeño. Casi puedo dibujar en mi mente con certeza televisiva lo que me estás haciendo en las arterias, en los alveolos de los pulmones, en las células de la dermis. O en la voz. O en el pelo.

Y no es que sea apática o que no me importe mi vida. Es que ya no puedo luchar más contra enemigos invisibles.

No puedo luchar, a veces, con los argumentos de un libro que me hablan de una realidad que no quiero conocer y que desearía que no existiese. No puedo encender la radio y que me dé un vuelco el corazón. O ver películas que me traen trozos de fotogramas que quemaría sin remordimiento alguno. Se me antoja insoportable.

Si hubiera algún ente que manejara los hilos, pensaría que todo se trata de una broma macabra. Pero estoy plenamente convencida de que no es así. De modo que la única alternativa que me queda es aceptar que el azar no me es favorable. Que el azar es en realidad una zorra estúpida y cruel que ansía que me vuelva loca y pierda de un plumazo toda mi credibilidad.

¿Sabes, pequeño, por qué deseo fumar? Porque, entre otras razones, sé que soy capaz de hacerlo. En cambio, no puedo llorar. Parece que estoy fabricada antinatura. Así que solo puedo intoxicarme y guardar miles de toxinas dentro de mi cuerpo, a la espera de que estalle todo por alguna parte.

Y mientras esperamos que te consuma y me consumas, solo puedo pedirte esta noche, como meta más próxima y segura, que me des luz en una noche tan oscura y siniestra, ahora que se ha agotado la última cerilla y mi amor por la vida se ha apagado.


3 comentarios:

innuendo dijo...

¿Qué puedo decirte? quizás podría decírtelo todo, y sabría de lo que hablo, aplastante como la muerte una verdad que ronda a los que se plantean que las cosas no debieran ir como van, que hay demasiado dolor, que pocos somos los conscientes de ello... demasiado conscientes como para sobrevivir a su inmensidad.
Yo tuve que hacerme abanderada de la Mediocridad para poder pasar de puntillas por tormentosos argumentos, y hacerme un kaleidoscopio de cartón para poder enfocar sólo lo bueno... sí, alterar la realidad que percibo, para poder seguir.
Y fumar... fumar sólo cuando tengo que quemar palabras de cariño no correspondidas. Bastante me intoxico con un amor que se concentra en altas dosis por no salir de mi propia sangre.
Me recordaste muchas cosas, Cisne.
Saludos.

Anónimo dijo...

La belleza de fumar es saber que te estás matando... ese humo que se arremolina y muere... es una pequeña parte de ti que se consume delante de tus ojos.

Te entiendo, te entiendo...

A.M.V. dijo...

No puedo saberlo con seguridad, pero paréceme el texto un modo romántico de edificar una barrera psicológica contra la carencia de sentido que al todo le corresponde, siempre que una representación ordinaria no que le otorgue unas reglas y un sentido arbitrario.
Por otra parte, el azar sólo es un concepto con el que intentamos agrupar los hechos acontecidos dándoles a estos una responsabilidad de modificación en nuestras vidas, cuando, en realidad, los hechos no pueden ser responsables de sí mismos, no nacen de la nada, son los anteriores hechos, causados por acciones, los que los provocan, todo viene de atrás.
Todos esos conceptos son como pequeños dioses instaurados en la mayoría de los intelectos humanos.
Todo sea por mantener la cordura...
(Me voy por las ramas consciente de ello)