Hay personas que recuerdan sus sueños, mientras que otras no.
Yo casi siempre recuerdo por lo menos uno, aunque a veces soy capaz de describir uno por uno, bastantes de los sueños que he tenido a lo largo de la noche.
Mis sueños están plagados, para mí, de interrogantes. Tengo pocos sueños bonitos, algunas pesadillas y con bastante asiduidad tengo sueños delirantes y confusos que no sé qué significan y que para mí son peores que las pesadillas.
Porque una pesadilla tampoco es tan mala. Pasas un poco de miedo unos minutos y en seguida te despiertas.
Para mí, la verdaderas pesadillas son esa colección de sueños inconexos, absurdos y a veces hasta crueles que suelo tener.
He soñado que alguien me perseguía. He soñado que estaba al borde del precipicio. He soñado que viajaba en avión. He soñado que alguien quería destruirme. He soñado con asesinatos y manchas de sangre.
Suelen ser mis pesadillas comunes.
Otras que no lo son tanto... No hace mucho soñé que era una persona con la cara desfigurada. En otra, soñé que estaba atrapada en un tren. En otra, que me perseguía un jinete sin cabeza (exceso de cine, imagino, ésta última).
Delirios absolutos.
Sin embargo, la pesadilla que más miedo me ha dado ha sido una en la que me veía a mí misma entrar en una habitación que pertenecía a alguien que se había marchado en un viaje indefinido y a quien yo quería. Y la habitación estaba casi vacía, con unos cuántos cómics y libros desperdigados en dos estanterías destartaladas, y una cama con la sábana bajera puesta y la almohada, pero nada más. Un olor a pasado y a habitación vacía llena de polvo me taladraba la nariz. Comprendía entonces que esa persona se había marchado para siempre, que nunca volvería a verla, que daba igual cuánto me aferrara a aquella habitación porque el dueño no estaba y no iba a volver. Verme en aquel sueño, agarrada a la almohada de aquella cama, sabiendo que no podía hacer nada para traer al dueño de vuelta y sentir tan claramente la impotencia y la soledad es a día de hoy el sueño en el que peor lo he pasado. Y lo he tenido hace muy poco.
Quizá lo considero tan terrible porque se parece mucho a la vida real. Hay personas y relaciones que por mucho que quieras recuperar, no puedes. Y saber que esto es así me llena de rabia y frustración.
Sin embargo, hay situaciones que sí podemos cambiar. Y es en ellas donde tenemos que actuar. Rendirse no tiene nunca sentido. Por otro lado, hay que saber manejar y cuidar el presente, que tan pronto como se le nombra, se marcha.
Tan frágiles somos, tan frágil es la vida.
Y esta realidad es, ciertamente, mi peor pesadilla.
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