Ademaro entró en el despacho del profesor de Física. Nunca le había gustado aquel tipo. Alto, robusto, con un imponente bigote que se atusaba sin cesar mientras explicaba teoría vectoriana, siempre llevando unas pesadas gafas que utilizaba para apuntar acusadoramente a alguno de sus alumnos para indicarle que saliese a la pizarra.
El profesor estaba dormido en la silla del escritorio. Los pies en alto, sobre la mesa, dejando a la vista un par de calcetines grises apolillados. Roncaba ligeramente, con la boca entreabierta, dejando caer un hilillo de saliva desde las comisuras que arruinaba una de las hombreras de su chaqueta.
Ademaro caminaba despacio, sin encender la luz del despacho, controlando su respiración. El colegio estaba desierto. Los martes, el profesor de Física era el único que tenía tutoría y las chicas de la limpieza hacía un par de horas que se habían marchado.
Ademaro avanzaba haciendo resonar sus desgastadas deportivas en el suelo perfectamente pulido y encerado, mientras arrastraba un hacha que tintineaba graciosamente entre las patas metálicas de las sillas que había desperdigadas por toda la habitación.
No se escuchó más sonido que el de una hoja de acero inoxidable rasgando el aire. Y después, un golpe seco y salpicaduras.
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¡Flash! ¡Flash!
-¿Cómo se declara su hijo?
¡Flash! ¡Flash!
-¿Diría que el chico sufre algún tipo de transtorno psiquiátrico?
¡Flas! ¡Flash! ¡Flash!
-¿Es ésta la primera vez que comete un acto delictivo?
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Isabel, la madre de Ademaro, se deshacía en lágrimas en la comisaría.
-¿Y no notaron ningún cambio en él durante las últimas semanas? –preguntó el señor Martínez, comisario.
-No. Bueno… estaba un poco más callado de lo normal. Pero Ademaro siempre ha sido un muchacho tímido. Le gustaba pasar largas horas encerrado en su habitación, leyendo o jugando al ordenador. Como cualquier adolescente. ¿Usted sabe? Pero nada raro. No leía cosas violentas, al menos que sepamos. Demostraba interés por el deporte, aunque no tenía muchos amigos y no solía practicarlo a menudo –explicaba Domingo, el padre de Ademaro.
-Entiendo… -murmuraba el señor Martínez mientras apuntaba algo en un folio con un bolígrafo que apenas sí le quedaba tinta- ¿se quejaba a menudo de Manuel, el profesor de Física?
-No directamente. Siempre decía que la asignatura de Física era muy difícil, pero no manifestaba ninguna queja por el profesor. Se nos hace tan difícil, ¿sabe? Él no solía llevarse mal con sus maestros. Llevaba una vida normal. No entendemos qué ha pasado.
-¡Eso! –gritó Isabel- ¡eso! ¡Algo debió de hacerle el profesor para que Ademaro se comportara de esta forma! ¿No lo ve? ¡Don Manuel tuvo que hacerle algo! ¡A mi hijo! ¡Mi niño! ¡Mi Ademaro! –y estalló en un nuevo mar de lágrimas, más tumultuoso, escondiendo el rostro congestionado en un pañuelo de tela.
-¿Me está diciendo, señora, que el señor Don Manuel García es el culpable de su propia muerte?
-¡Claro que sí! ¿Por qué iba a matarlo mi niño? ¡Fue el profesor! ¡Estos profesores de hoy en día no sirven para nada! ¡Mejor así! ¡Mejor que ese hombre haya muerto! ¡Seguro que le tenía manía!
2 comentarios:
Buenas noches,
Oye, a mi Ademaro me parece zp. Y el señor manuel es el estado, jajaja.
El hombre se está cargando todos nuestros derechos, y lo que es peor los derechos futuros de los que vengan y de los que quedemos.
Joder!!!! Como se puede ser tan subnormal, tan mentiroso, tan prepotente y tan desastroso personaje.
Si es que es peor que Aznar!!!!
P.d Me gusta mucho como escribes, es más, me encanta.
Eres mejor escritora y ensallista que muchos famosos literatos creadores y que viven de ello.
Ojala te......!!!!
A no decir, que todo se sabe.
Saludetes
Acojona un poquito si, como yo, se lee mientras suena la BSO de Tron Legacy, le da un toque futurista y también siniestro.
Yo le desee la muerte a un par de profes de facultad, pero lo mío era apuntar con el boli, como si fuera el cañón de un rifle. Pam, pam! en toda la cabeza.
Suerte que no me asaltó ningún brote psicótico por entonces. Aun así, ya sé, tengo que mirármelo... :D
y sí, él se lo buscó, por dormir la siesta en horario laborable.
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