Hay fobias para todos los gustos: A la sangre, a las arañas, a las alturas, a los espacios cerrados, a los gatos negros, a los sombreros de paja, a la oscuridad…
Aunque sinceramente, yo no estoy de acuerdo en llamar “fobia” a algunos miedos que tienen las personas.
Por ejemplo, yo le tengo pánico a los aviones. Llevo viajando en avión desde los 7 años y, aunque al principio no les tenía pavor, he ido cogiéndoles miedo con el tiempo. Tanto es así que hubo una época en la que dejaba mi testamento escrito antes de tomar un avión. Sonará a que yo era una niña paranoica, pero pensadlo ¿cuántas cosas pueden salir mal en un vuelo? Ahora es cuando me sacan las estadísticas y me dicen que es más seguro viajar en avión que en coche. Pues mira, sí, será más seguro pero si lo piensas: En el coche el que conduce eres tú o es un piloto al que estás viendo conducir en todo momento y eso da seguridad –aunque sea psicológicamente-. En el avión el piloto está en la cabina y pocas o ninguna vez puedes verlo. En el coche vas pegado al suelo y lo peor que te puede pasar es que te despegues de él. En un avión ya estás despegado de él. Si tienes un accidente de coche, con suerte puedes salir del coche por tu propio pie y ponerte a salvo. Si un avión se va directo al suelo, te quedan muy pocas opciones. Yo creo que lo que me preocupa es eso: la sensación de impotencia que te entra cuando sabes que te vas a estrellar contra el suelo y lo único que puedes hacer es colocarte con oxígeno y gritar. Además, a esa altura no hay cobertura en el móvil y ni siquiera puedes llamar a alguien para despedirte por última vez. Para colmo, desde los atentados del 11-S los demás pasajeros me dan mal rollo. Basta con que haya una mujer más callada de lo habitual, un tipo con pinta extravagante o una maleta muy abultada para que yo empiece a desconfiar como del fuego.
Y las turbulencias. Recuerdo uno de mis últimos vuelos en el que el avión dio varias sacudidas que a mí me pusieron los pelos de punta. Desde entonces hace más de un año que no cojo un avión. Lo peor es que, conociéndome, soy una persona que viaja y a la que le gusta viajar. Sin embargo no pocas veces me he planteado cancelar un viaje por el miedo a subirme en un avión. A pesar de la angustia que me entra simplemente estando en el aeropuerto y de la ansiedad que me invade una vez subida a él, creo que decir que “tengo fobia a volar” es excesivo. Y no por la intensidad de mi miedo, que intenso es, sino que simplemente es razonable tener miedo a volar. Caray, si no tenemos alas por algo será ¿no? Pues no, tenemos que ser tan guays como para hacer una máquina que vuela. El problema es cuando no lo hace. O cuando se estrella. O cuando lo revienta un terrorista. O que haya una ventisca, que se jodan los motores del avión, que se quede sin gasolina, que sufra un impacto… yo que sé. Además, no sé por qué, pero el viaje de Spanair que se estrelló hace unos años me llegó al alma. Mira que morirte de una forma tan estúpida… El avión es peligroso. Es peligroso y ya está. Y aunque es difícil que tenga cualquier tipo de siniestro, si lo tiene estás jodido. Siempre he dicho que me sentiría más segura si en el avión hubiera paracaídas en lugar de flotadores. Porque a ver, nadar sabe mucha gente, pero volar ninguna. Si el avión cae en picado, al menos que tengas una oportunidad de salvarte. O bueno, que haya las dos cosas, eso sí que estaría bien. Pero el paracaídas es imprescindible. Y que haya un trampilla bajo cada asiento, de modo que pulsando un botón éste se desprenda y se active un paracaídas… algo así. Estoy segura de que se podría hacer.
También he tenido episodios de agorafobia y claustrofobia. Ignoraba que se pudieran dar ambas en una misma persona, pero por lo visto es plausible. La agorafobia iba acompañada de cierta depresión y la claustrofobia de ansiedad. Esta es últimamente la que me afecta. Siento que entro en el metro y se me corta la respiración. Sobretodo si encima está puesta la calefacción, con el calor que está haciendo, y los desgraciados con el aire acondicionado puesto a 28º C. Y cuando va abarrotado por la mañana es una pesadilla. Tengo que tirar de ejercicios de respiración y relajación porque, si no, me da algo.
Lo que me sorprende de todo esto es que de pequeña nunca he tenido fobias y ahora, con el paso del tiempo las voy adquiriendo. ¿Eso tiene algún tipo de sentido?
En fin, que sinceramente, creo que hay fobias razonables. Como la de la oscuridad o la de los escorpiones o la del miedo a volar o a los tiburones o a los lugares cerrados… Otras no, como tener miedo al número 13 o a los gatos negros o a las arañas –siempre que no vivas en un país con arañas venenosas y mortíferas, que entonces sí que estaría más que justificada-.
Y un miedo razonable no debería ser llamado fobia, por muy irracional que sea tu respuesta ante ese elemento perturbador que te ocasiona pánico. Algo habrá hecho el desgraciado al fin y al cabo ¿no?
2 comentarios:
A mí no me da miedo que el coche se despegue del suelo, la verdad. Temo más que, una vez ha despegado, vuelva al suelo estrepitosamente :P
Es una pena que hables así de los aviones, son mi ejemplo favorito cuando tengo que pelearme contra cazurros que critican el modus operandi del saber científico. Es verdad que teníamos todas las papeletas de no conseguir que esa estructura enorme de acero volara, pero lo hace. Y es un logro maravilloso.
Y respondiendo a tu pregunta sobre si tiene sentido o no el que ahora tengas fobias que antes no tenías -y que incluso las tengas de forma "antagónica"- te diré que sí, que tiene sentido. Se llama histeria.
Pues yo me sé de uno que ahora tiene vértigo así, de pronto, y no quiero señalar... :)
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