26 abril, 2011

Las mañanas, las tardes, las noches


No puede evitar enfadarse

cuando los dieciséis grados no le hacen justicia,

cuando huye de su clase de alemán a mediodía,

porque prefiere hablar con las manos.

Adora jugar como una niña a que le acierten la edad

y frunce el ceño cuando la obligan a restar,

como cuando resta palabras a sus argumentos

para que la entiendan.

Regresa, volver atrás, a sus quince años.

Desaparecer por el pasillo con una corbata negra

y un vestido rojo, como Caperucita y el lobo.

No dejar a Wendy sin final, descifrar los atascos,

ver su propia amargura y odio en otros ojos reflejados.

En los bares las prefiere rubias a morenas y con dos dedos de espuma;

también correr bajo la lluvia y resguardarse en coches ajenos.

Vista fija en el futuro, le hacen eco en los oídos las historias de infancia de otros.

Ha roto siete guitarras y ha hecho llorar al teclado, pero su sonrisa permanece

inmutable como los impuestos del Estado.

Y deshoja una margarita y pide volver a encontrar el amor, volver a montar en barco

o en hipocampo, poder follar en la playa o volcar en las vías del tren.

Porque no pudo ser tan perfecta; porque no pudo ser tan cruel.

Y ahora regresa a casa, perdida en el metro

con los ojos hundidos,

con Ismael Serrano susurrándole al oído:

Eres pequeña como una estrella fugaz,

como el universo antes de estallar.


No hay comentarios: