16 junio, 2011

Tras las cuencas


Nunca he sido de las que quiso entrar en batalla

y sin embargo siempre encuentro alguna guerra,

alguna causa para mostrar una bandera

de rebeldía o de yo qué sé.


Me altera el mundo como una sutil alergia

que, por más que intente ignorar,

soy consciente de su permanencia

y sólo espero el nuevo ataque de tos

o que me siga irritando la piel.


Grito ahora mucho más fuerte en mi silencio,

que ayer cuando se deshacía mi lengua en palabras

y apenas conseguía perturbar las ondas del agua.


Me levanto por la mañana y me ciego

ante la luz del ordenador,

sin radios ni televisores de por medio

ni prensa que altere mi ritmo cardíaco

o la irrigación de mi aparato locomotor.


No sé que es lo que sigo esperando,

o sólo lo sé a medias.

Quisiera enfundarme un vestido blanco

respirar el aire puro y decir que todo está bien,

que pueda pasear del brazo de un chico

bajo un sol que no supere los treinta grados.

Y montar en barco, perseguir la luna a través

del parabrisas de mi coche usado y sin encanto,

lleno de experiencias que jamás se sentaron

en el asiento de atrás.


Volver a visitar mi ciudad sin nombre

lejos del tedio, de los abrazos usados,

de una rutina que se aferra a mis brazos

con cada vez mayor fuerza.

Ahogarme en etanol y despertarme

con el rimmel en las mejillas

y el rouge en unos labios distintos a los míos.

Y seguir soñando con ser eternamente joven

e intocable por el paso de las estaciones.

Que me susurren los cantautores que

a pesar del tiempo, sigo siendo bella

y aún puedo cometer errores desde la inocencia.



1 comentario:

harazem dijo...

Que me susurren los cantautores que
a pesar del tiempo, sigo siendo bella
y aún puedo cometer errores desde la inocencia.


Ah, los cantautores... esos seres tanb comprensivos...