Hola
¿Cómo estás?
El vacío te espera, mi mirada te espera.
Parpadeo, parpadeo, parpadeo.
Y al fin, te manifiestas.
¿Pero por qué tu voz no es audible, por qué se manifiesta en letras, frías e insensibles y no tienes rostro, ni ropa, ni mano a la que asirme en mis momentos de desesperación?
¿Por qué tu voz es roja, o azul, o negra o rosa, si sé perfectamente que su belleza radica en que es inasible, que solo entra, me toca el alma y se va, y no hay nada que hacer para poder retenerla? ¿Por qué la veo? ¿Por qué la veo y copio, y pego, si tu voz es la percusión de tu alma?
Prefiero que se materialice en una mirada y no en volubles fotones, la Física los entienda.
Apareces, pero no te encuentro por más que busco en esas líneas que se tejen de forma clara y precisa, hasta hacerte impersonal.
Eres una máscara, una máscara. Nada más.
¿Y por qué se mantiene tu nombre y se repite y se repite si tú eres tan cambiante, si a cada segundo ya no eres el mismo, si tu nombre es lo último que recuerdo cuando te toco y te miro y te pienso?
La ausencia trae el recuerdo y la nostalgia, pero cometemos el delito de la ausencia falseada, y nos convertimos en ceros y unos. Solo ceros y unos. Y yo no puedo tejerte unos versos.
Y, por favor, no enciendas la cámara. No te conviertas en píxeles y rememores con ello el hecho de no poder saber si has amanecido con piel de seda, cómo han quedado enredados esta mañana tus cabellos al despertar, si ahora son amargos tus labios o solo así me lo parecen al no poderlos besar.
Nos traiciona el tiempo. Es hora de desconectar.
Y tú cortas, y eres vacío; yo me convierto en viuda de un adiós.
Apago, y ya estoy muerta.
Y así el amor se convierte en una modalidad de suicidio tecnológico.
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