Duermes, pequeña,
y tus rojos ojos verdes
son las estrellas que muestran
el camino hacia la esperanza
de una nueva vida.
Quién iba a decirte,
pequeña repudiada,
que iban a encontrarte entre los coches
un músico golfo sin guitarra,
una escritora loca ensimismada
y un ángel-gato que maúlla a los mismos coches
donde te encontramos asustada.
Duermes, mi rubia.
No sé si sabes lo cerca que estuviste de la muerte,
de la furia de algún perro rabioso,
de la idiotez de un niño impertinente.
No sé si sabes, dulce mía,
que eres pequeña y vulnerable
y que nuestras manos amigas
no pretenden lastimarte
a pesar de que bufes y te rebeles
contra un mundo que no ha querido tenerte
entre sus filas.
Y ahora duermes, pequeña mía, con tu ángel-gato
sin sospechar que de camino viene una hermanita,
y que nosotros al tenerte estamos desesperados
ya que eres tú, la desconocida y tu hermano...
¡Y que nos quedan animales para rato!
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