24 junio, 2010

A la rubia guerrera que vivía bajo un coche


Duermes, pequeña,

y tus rojos ojos verdes

son las estrellas que muestran

el camino hacia la esperanza

de una nueva vida.


Quién iba a decirte,

pequeña repudiada,

que iban a encontrarte entre los coches

un músico golfo sin guitarra,

una escritora loca ensimismada

y un ángel-gato que maúlla a los mismos coches

donde te encontramos asustada.


Duermes, mi rubia.

No sé si sabes lo cerca que estuviste de la muerte,

de la furia de algún perro rabioso,

de la idiotez de un niño impertinente.

No sé si sabes, dulce mía,

que eres pequeña y vulnerable

y que nuestras manos amigas

no pretenden lastimarte

a pesar de que bufes y te rebeles

contra un mundo que no ha querido tenerte

entre sus filas.


Y ahora duermes, pequeña mía, con tu ángel-gato

sin sospechar que de camino viene una hermanita,

y que nosotros al tenerte estamos desesperados

ya que eres tú, la desconocida y tu hermano...

¡Y que nos quedan animales para rato!


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