27 enero, 2010

Día absurdo, tratado con humor



La mañana se ha desvelado radiante al abrir la persiana. Los rayos de luz que entran por la ventana consiguen hasta que mi gato negro se acerque corriendo hacia ella para tomar el sol, comportamiento que no se sabe de qué lagartija ha sacado, pero que mantiene a pesar de todo.


Tengo examen de Psicología Evolutiva, que como ella misma se define: es la psicología que estudia los procesos del desarrollo humano y está relacionada con la edad.
Perfecto.


Llego quince minutos antes de la hora del examen, que comienza a las 17.30. Hay 3 clases habilitadas para que los estudiantes de la asignatura nos examinemos, y ¡oh, sorpresa! todas están llenas. Nos hemos quedado fuera unos ciento y pico estudiantes. Llega la hora del examen y todavía seguimos esperando que nos asignen una clase. Esta situación no es específica de hoy. La Universidad de Sevilla, conocida por sus gracias, (sobretodo por la última de hace unas semanas, que ha sido bastante sonada (pinche aquí)), y en concreto, la facultad de Psicología, tiene una muy mala organización de los espacios habilitados para que sus alumnos puedan examinarse. Parece que no se tiene en cuenta el número de alumnos que se presentan a las pruebas, de modo que siempre hay que retrasar el inicio del examen para que todos los alumnos comiencen al mismo tiempo, ya que hay que abrir nuevas clases donde los alumnos se puedan sentar; o si no, cada grupo de alumnos, depende de la clase que haya ocupado, comienza con su examen a una hora u otra. Eso ya es criterio del profesor (qué vergüenza).


Total, que son las 17.40 y todavía, señoras y señores, no tenemos clase. A las 17.45 aparece una señorita que nos indica que parte del grupo de los ciento y pico puede irse al aula 7, también llamado El Palomar debido a que se encuentra en la parte más alta del edificio. Los que sobran... supongo que se les habrá asignado otra clase. Yo me he quedado con el grupo de El Palomar, una clase triste y pequeña que parece una reconstrucción de una cámara de gas de un campo de concentración.
A las 17.50 aparece el profesor con los exámenes. La señorita que antes nos atendió y nos indicó que ocupáramos El Palomar va a supervisarlo. Nos da una parca explicación sobre el tiempo del que disponemos y a continuación nos reparte el examen.


Cuando he terminado de contestar a las 40 preguntas tipo test de cuatro opciones, de las que si he respondido bien 28 estoy aprobada (sí, ésta es otra gracia: tienes que superar el 75% del examen para que se considere apto), tengo que contestar a una pregunta abierta sobre una situación concreta. Se supone que contestar a esta última pregunta solo sirve si tienes 26 ó 27 bien contestadas en el tipo test para poder aprobarte, en caso de que esté bien.
Empiezo a leer y el caso más o menos es el siguiente:


Ramón, un niño que ha empezado a ir a la guardería tiene serios problemas. Cuando la madre lo deja en el centro, el niño se echa a llorar y no para hasta que la madre no regresa de nuevo a por él. Ramón no se relaciona con ningún niño y no participa en las actividades organizadas. Cuando la profesora intenta consolarlo, la rechaza. Cuesta mucho que Ramón suelte a su madre cuando ésta tiene que dejarlo allí, y solo por la fuerza la madre consigue desengancharse e irse, mientras que Ramón llora y llora hasta que la ve de nuevo. La profesora está preocupada porque el niño no solo no deja de mostrar este comportamiento, sino que además, va a peor.


Pregunta: Analiza la situación e indica los antecedentes que han tenido que darse para que el niño muestre ese comportamiento y la influencia que pueden tener en su futuro.


Cascada de pensamientos que se me suceden en la cabeza una vez leído el caso:


1. ¡Hostia! Este caso seguro que lo comentó el profesor en alguna clase en la que no estuve. ¿Qué hago yo ahora?


2. Uhm... Ese niño seguro que sería un buen músico de instrumentos de viento. Si no para de llorar en todas esas horas, tiene que tener unos jodidos pulmones de acero.


3. Aquí lo que tenemos es el caso del niño-de-mamá. Me puedo imaginar perfectamente que procede de una familia acomodada en la que el padre le compra todos los juguetes que quiere y su madre es una pija repelente que lleva vestido rosa, perlas en las orejas y trabaja de secretaria en alguna parte. Llorar le sirve para conseguir lo que quiere.


4. ¡¡Y seguro que es hijo único!!


5. Cuando la profesora observa que el comportamiento del niño va a peor ¿a qué se refiere? ¿Empieza a tener comportamientos de automutilación? ¿Llora con una intensidad in crescendo, de forma que el llanto empieza con un leve gimoteo y finalmente alcanza unas cotas acústicas tan altas que ni los de Manowar (que tienen el récord de decibelios en sus conciertos) le hacen sombra? ¿Incita a otros niños a llorar con su actitud, de forma que la profesora acaba loca y los niños forman un coro satánico de alaridos? ¿Atrae Ramón con su llanto a los pederastas de la zona y la profesora tiene que poner barricadas a las puertas de la guardería para que no entren?


6. ¡Uy! Se me está yendo la hora.


7. Joder, ¿y ahora qué hago?


8. Ahora que lo pienso... ¿Podría tratarse de un caso de autismo? Aunque si el niño fuera autista no lloraría para que la madre fuera a por él. No existe, que yo sepa, el autismo exclusivo ¿no?.


9. Menuda gilipollez acabo de pensar.


10. A lo mejor el niño está enfermo y por eso llora. Quizá tenga un cáncer incurable abriéndose paso por alguna parte de su cuerpo.


11. O quizá la madre sea fumadora y ha hecho de su hijo un fumador pasivo, y lo que le pasa al puto Ramón es que tiene mono de nicotina y protesta contra el puritanismo reinante en la guardería.


12. Si esto fuera un examen de Psicoanálisis, podría decir que lo que le pasa al niño es que tiene una relación objetal inadecuada. Podría achacarle una relación fusional, propia de los esquizofrénicos, en la que el niño cree que la madre y él son uno, y cuando la madre se marcha, Ramón se queda muy, pero que muy rayado.


13. Imposible, esto no es Psicoanálisis. Además, la esquizofrenia no se manifiesta hasta la pubertad en caso de que la haya.


14. Bien, recurramos entonces a la técnica del pasado-trágico, que siempre funciona. El niño es muy dependiente de la madre, lo que significa que Ramón solo ha tenido una relación agradable con ella. Quizá el marido es un ludópata que nunca está en casa y los hermanitos de Ramón lo amenazan con cortarle los dedos si no les deja sus juguetes, por lo que la madre es la única que lo comprende. Cuando Ramón llega a la guardería, ve a toda esa gente extraña y tiene miedo, de forma que hasta que su madre no aparece no deja de llorar.


15. ¡Hostia! Va a ser eso. Voy a borrar la parte del padre ludópata, arreglar la redacción y añadirle unos cuantos tecnicismos. Voilà!




Termino el examen y nada más salir de la facultad... ¡¡llueve!! ¿Cómo coño va a llover si hacía un sol de cojones esta mañana y cuando entré para hacer el examen iba por la calle con las gafas de sol porque la situación se mantenía? ¿Por qué llueve ahora?
Pues sí, está lloviendo.


¿Me voy o me quedo? La facultad no es un buen lugar para quedarse, sobretodo rodeada de estudiantes histéricos que comparan sus respuestas al examen con frenesí -¿Es la A? ¡¡Joder, yo he puesto la C!!- pero no me apetece mojarme. Finalmente decido marcharme a casa aunque llueva.
Una compañera de clase me dice:


-Pero tía, ¿cómo te vas a ir a casa desde aquí con la que está cayendo?


Le respondo:


-Pues con dos ovarios.


Y salgo a la calle.




Me está cayendo la de Satán encima y me preocupo especialmente por el agua que me puede caer en los ojos, porque llevo puestas las lentillas y no es muy agradable que te entre agua cuando las llevas puestas.
Solución: No tengo paraguas, así que me pongo las gafas de sol.
Esto ha generado a mi vuelta a casa un montón de miradas curiosas. Eso si que ha sido una relación objetal inadecuada, señorita Melanie Klein, no sus patochadas.


Una vez en casa tengo que estudiar Psicología Sistemática de la Personalidad, y yo me indigno. ¿Cómo coño esperan que entienda la personalidad de otros si no entiendo la MÍA?


¿Conclusión? No hay que fiarse del sol, ni de la Universidad de Sevilla, ni de los estudiantes histéricos que comprueban respuestas, ni de los niños que lloran porque su mamá se va, ni de los psiquiatras porque son unos insensibles, ni de los psicólogos porque son unos charlatanes que no saben dónde va un caso de autismo o uno de adicción, ni de los psicoanalistas que atribuyen todo a relaciones objetales inadecuadas...




Y desde luego, qué hija de puta la madre, ponerle "Ramón" al niño, con la de cosas que rima...



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