04 enero, 2010

La noche cordobesa

Llueve, y yo solo tengo un paraguas rojo
para defenderme en la noche de los recuerdos
y del agua, que me ahoga hasta límites insospechados,
mientras me iluminan ráfagas de triángulos equiláteros.


Tengo los pantalones calados,
tal vez, el corazón, no tanto;
e impregnado en mis ropas el olor del tabaco.
Yo no fui,
me deshilachó la ilusión mi locura infantil.


Dame una copa de cerveza ahora,
quizá llegues a entenderme.


Mientras camino por las calles vacías
donde corría, y amaba y gritaba a las estrellas
que eran mías,
me asaltan viejos fantasmas y me comentan
con graznidos de estrepitoso silencio
que estoy sola, que siempre lo he estado
y que nunca lo he sabido.


¿Dónde están? ¡Todos han muerto!
Ni los locales de perversos polvorientos,
ni la saliva privada de tu boca,
ni las gotas de tristeza ya lloradas,
ni la luz de las farolas que se extinguen,
ni las horas consumidas y olvidadas
vienen a mi amparo esta noche.


Solo llueve y siento cómo se empapan mis sueños,
cómo soy una desconocida en calles ya muy usadas.
Y me guiña el ojo el neón con su luz rosada
y pienso en Marzo, en el pianista de Acedo,
en Espido Freire y su reflejo
en el folio de alguna clase olvidada.


Y los cafés de las épocas ya pasadas,
la biblioteca helada y su silencio,
los durmientes en el patio de guijarros,
los bancos de madera en la bóveda blanca
y las tardes en el sofá, anestesiada.


Salí de la ciudad esperando no encontrarla,
y ahora que la he perdido,
deseo reinventarla.


Y estando, como estoy, empapada
me senté en una esquina y me enfrié
bajo la sombra de los naranjos.


Los médicos no pudieron explicarlo
y cometieron un error gravísimo,
difícil de prever:
Se fue la mujer de las calles,
pero las calles se quedaron en la mujer.


1 comentario:

Argeseth dijo...

caray, ¿así como para comenzar el año?
Un beso.