El otro día mientras bajaba a Sevilla en Metro, tuve la oportunidad de escuchar a un amigo mío hablando con otro que acababa de encontrarse en el tren. Este chico se sienta y comenta que quiere estudiar Psicología, por lo que mi amigo le informa que yo estudio esa carrera. Total, que de pronto este chaval, al que llamaremos X, me suelta que a él lo que le interesa es la hipnosis. Yo me quedo con cara de póquer unos segundos y le comento que en la carrera no se da nada de hipnosis (faltaría más), que lo que sí damos a mansalva son toneladas de estadística e informática, así como biología y fisiología a saco. Medio en broma, mi amigo le dice a X que se vaya a Argentina, que probablemente allí habrá rollos de hipnosis (mientras yo pienso: perfecto, vete a Argentina con tus ideas new age mientras la comunidad científica te da la espalda). Luego, X comenta que lo que él quiere es analizar a las personas, saber qué piensan según su forma de hablar, conocerlas con tan sólo mirarlas.
No es el primer caso que me encuentro de este palo. Quiero decir, que estoy acostumbrada a que las personas asocien Psicología con Psicoanálisis directamente o que, con toda la ignorancia del mundo asocien Psicología con una especie de ciencia mágica, que de pronto te permite mirar a una persona a la cara y saber de ella hasta la marca de su pasta de dientes.
Del Psicoanálisis hablaré en el próximo post. En este me dedicaré a desentrañar a esa gran desconocida, la Psicología.
Hollywood y lo que no es Hollywood, el cine en general, ha hecho bastante daño a la imagen de la Psicología. No es raro que a un personaje le digan que vaya a consultar a un “especialista” y en la toma siguiente, el personaje está tumbado en un diván delante de un anciano con gafas que le dice que le comente lo que él quiera, o delante de un psicólogo muy pomposo, que con solo mirarlo ya sabe el nombre del perro del personaje, que calza un 43 y que su comida favorita es el helado de menta.
Vamos a ver. De siempre ha habido una cosa llamada “intuición”. Intuición es el arte de, partiendo de unos hechos, ser capaz de realizar una interpretación acertada acerca de esos hechos y por lo tanto elaborar una hipótesis. Por ejemplo, si una persona te viene con la cabeza baja y la mirada triste, en seguida sabes que le ocurre algo. Si es una persona cercana que lo último que te comentó era que iba a hablar con sus padres de algo, probablemente al verla asociarás su estado de ánimo a que ha tenido una discusión con sus padres. No es magia lo que te hace saberlo, simplemente tienes delante una realidad y o la interpretas bien o no la interpretas bien. El hecho de que una persona interprete bien ciertos signos depende en parte de una base genética: tener una mente con predisposición analítica, pero también sintética, empatía, capacidad para darse cuenta de las relaciones causa-efecto, así como de correlaciones y hacer esto con rapidez. Por supuesto, todas las personas aprendemos qué significan ciertos signos en cualquier ser humano, tanto a través de la experiencia como a través de libros: por ejemplo, que una persona cuando frunce el entrecejo está enfadada o le preocupa algo. Sin embargo, una persona intuitiva siempre sabrá interpretar mejor una situación y con mayor rapidez que otra que no lo sea, por muchos libros que esta última lea. Es como ser un genio en matemáticas: cualquier persona (que no tenga una lesión o el deterioro encefálico pertinente que le impida hacerlo) puede coger los libros y aprender a sumar, pero no todas somos capaces de hacer sumas de dos números de cuatro cifras en menos de tres segundos.
Volvamos al ejemplo de fruncir el entrecejo. Generalmente significa que una persona está enfadada, pero no siempre. Puede estar haciéndose la enfadada y estar de broma. O puede, simplemente, que le esté dando el sol en los ojos. Dependiendo del caso, un mismo gesto puede tener unos significados u otros (cosa que también ocurre con las palabras, recordemos de la frase “Pásame la pasta”, que dependiendo de la situación significa dinero, pasta de dientes o pasta alimenticia). Ahí ya influye el contexto y la personalidad de quien realiza el acto de comunicación, ya que no es lo mismo que nos frunza el entrecejo nuestro amigo bromista de toda la vida que utiliza esa tontería para hacerse el indignado, que otra persona que sea hipersensible y que se moleste por la más mínima cosa. Ahí entra la persona intuitiva.
Escena típica: Una persona comenta muy seria algo, como dándole importancia, pero resulta que se trata de un comentario irónico. Muchas personas (muchas) son impermeables a la ironía y son incapaces de comprenderla a menos que se la expliques, y así, de primeras, no la pillan. Una persona intuitiva, aunque no conozca la personalidad de quien ha hecho un comentario, se dará cuenta de que no está hablando en serio, pero aún lo hará con mayor facilidad si sabe además que esa persona suele utilizar el sarcasmo. Sin embargo, hay otros que, aun conociendo de puta madre al comentarista, siguen sin pillar las ironías por mucho que éste las haga. ¿Qué diferencia a unas de otras? La intuición.
Hay personas intuitivas que quieren dedicar ese y otros dones al servicio de los demás y por eso se meten en Psicología. Desean canalizar de forma científica sus acertadas intuiciones, es decir, hipótesis, para que tras el paso del filtro científico, se conozca si su hipótesis era cierta o no.
Sin embargo, hay un puñado de flipados (no tienen otro nombre, lo siento) que tras tragarse mucho libro y mucha película, se creen que con estudiar Psicología podrán calar a una persona al vuelo. Curiosa y generalmente, las personas que están ávidas de “analizar” a los demás de esa forma son personas inseguras y poco intuitivas. Flipados del mundo: Las facultades de Psicología no son la escuela Hogwarts de magia, no vais a salir de allí con escáner de rayos X en los ojos para analizar la personalidad de los demás. Si eso es lo que queréis hacer, metéos a tarotistas, pero no a psicólogos. Al menos así no estorbaréis a los que sí queremos tener algo que ver con la ciencia.
Un psicólogo se vale del método científico. Por muy acertada que sea su hipótesis acerca de una persona, no puede lanzarla al vuelo sin más (especialmente cuando el paciente se está jugando ser diagnosticado de esquizofrenia, depresión o cualquier transtorno mental), necesita de unos tests psicológicos con una validez y fiabilidad suficientes que corroboren esa primera impresión. Si no, el psicólogo está haciendo tarotismo barato.
Si un psicólogo te dice que eres una persona introvertida y que eso es lo que te causa problemas en el área “Y” de tu vida, sin que haya un test de personalidad mediante, su opinión tiene casi la misma validez que la de un tarotista (salvo que el psicólogo reúna las condiciones de ser una persona experimentada en el diagnóstico y además intuitiva). Quizá el psicólogo pueda tomarse la confianza suficiente con su amigo en el bar para decirle que cree que le está pasando algo, pero eso en ningún caso puede llamarse diagnóstico. ¿Se ve por donde voy?
La evaluación psicológica está a caballo entre la ciencia y el arte. Se necesitan psicólogos intuitivos y bien formados para hacer diagnósticos correctos (nada de pseudopsicología barata, eso cualquiera con intuición sabe hacerla... y a veces con fatales consecuencias). En la facultad adquieres una formación, pero la intuición es innata y si no la tienes, no te la van a poder enseñar de los libros. Además, la intuición es eso, intuición y no siempre tiene por qué acertar. Una pena que no todo el mundo compruebe su nivel de aciertos y errores.
Ah, y por favor, dejad de decir esas gilipolleces de: Uh, ¿así que estudias psicología eh? ¡No me vayas a psicoanalizar! … Porque la respuesta es: No, claro que no, no me hace falta, descuida: tú mismo acabas de delatarte como imbécil.
1 comentario:
Buenas,
Me a gustado mucho tu análisis. Está claro que llevas razón.
Saludotes.
P.d. Una vez me comentaste que el mundo está lleno de tontos. Yo comente con sorna eso de... ¡el que era tonto se murio! Y ahora Pones un ejemplo de ello bastante claro, clarito...
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