07 mayo, 2012

Mi pasión por las fieras

Decía Anatole France eso de "hasta que no hayas amado un animal, parte de tu alma permanece dormida".

A mí me costó despertar porque en casa de mis padres un animal tiene una consideración parecida a la de cualquier objeto y a pesar de mi curiosidad innata hacia los animales y, en general, hacia todo tipo de forma de vida, siempre se me puso límites a la hora de incorporar cualquier compañero a mi casa. Tanto es así, que la mayor frustración de mi infancia fue no tener jamás un animal longevo como un gato o un perro, ya que a mis padres eso les parecía una carga. Tuve muchos pequeños animalitos, de los que recuerdo todo: sus nombres, sus peculiaridades, lo que me hacían sentir... y lo mucho que me fueron entristeciendo, una a una, cada una de sus muertes. Hasta la de mis peces, que tienen fama de no hacernos llorar cuando se van.

Yo desperté cuando me fui de casa de mis padres, gracias a un gato que a día de hoy sigue conmigo. Creo que llegar a comprender a un animal tan sensible como un gato me ha llevado a mí también a sensibilizarme. No puedo mirar a un gato callejero sin tener el impulso irrefrenable de detenerme a ver cómo está, si puedo hacer algo por él, porque comprendo mucho mejor su sufrimiento. Pero no me ocurre sólo con los gatos, sino también con otros animales -personas incluídas-.

Eso me ha llevado a tener un total de cuatro gatos, un agapornis y ahora también, una coneja enana. Todos ellos, salvo el agapornis, con historias de abandono detrás -sí, incluso la coneja, a la gente le da igual la especie a la hora de dejarlos en la calle-. Como los tengo, en mi familia soy una especie de excéntrica -que ya lo era, sólo que parece que esto lo ha acentuado más si cabe-. A algunos les divierte, a otros les escandaliza y otros opinan que sencillamente se me ha ido la cabeza. La etiqueta típica de loca de los gatos ya la tengo puesta. Mis padres confían en que un día de estos me dé un ataque de "sentido común" y les busque a todos una casa, como debe ser, y yo me dedique a algo más convencional como hacer un máster en el extranjero, conseguir un trabajo bien remunerado y aceptado socialmente, y terminar con un par de críos que crezcan lejos de la influencia de los animales. El horror.

Pero yo no puedo abandonarlos, ni buscarles otra casa. Han crecido juntos y el día que tengan que morir, lo harán en mi casa. Y sí, yo me pondré muy triste porque habremos compartido muchos años y muchas cosas, ¿pero acaso no habrá valido la pena? ¿Qué pensarían de mí ellos si cuando los encontré hubiera pasado de largo, como todo el mundo? ¿O si de repente los dejara en una casa extraña y no volviera nunca más? Para ellos yo marqué la diferencia un día, ellos marcan la diferencia conmigo todos los días. El quid pro quo me parece justo, aunque tenga que llorar su muerte y enterrarlos cuando llegue el momento. Vivir con fieras hace que no pase ni un solo día sin que sonría con sus ocurrencias. Y sí, me dan trabajo, pero dicen que sarna con gusto no pica. No los cambiaría por nada.

Ojalá todas las personas tuvieran la oportunidad de crecer junto a un gato o un perro. Son los mejores maestros, te ayudan a entender todo lo demás. Probablemente las personas nos entenderíamos mucho mejor entre nosotras porque habríamos aprendido de ellos.

Tal vez un día un gato o un perro perdido os llame en la calle y será vuestra oportunidad para deteneros, ayudarle y tal vez incluso darle un hogar que otro le ha negado. Ese día cambiaréis irremediablemente y no volveréis a ver las cosas del mismo modo. Seréis necesariamente más sabios, más despiertos. Las protectoras de animales están llenas de pequeños ángeles con pelo esperando una oportunidad... y deseando de daros la vuestra.

Es un compromiso para toda la vida, años de esfuerzo y dedicación, de entendimiento mutuo. Nadie sabe a ciencia cierta qué significa todo esto hasta que convive con un animal y entonces, sucede.

Mi pasión por las fieras está aquí para quedarse, le pese a quien le pese. Tal vez algún día mi excentricidad se vuelva normalidad porque la sociedad española por fin habrá abierto los ojos, pero para ello tendremos que haber avanzado mucho. A día de hoy todavía mueren en nuestras carreteras miles de animales y tenemos una ley ridícula para castigar los casos de maltrato animal. Sólo hay que ver la fiesta "nacional". Y sin querer detenerme más en esto, porque me toca la fibra sensible, veo bien terminar con otra cita:

La grandeza de una nación y su progreso moral pueden ser juzgados por el modo en el que se trata a sus animales.
Gandhi.

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