29 julio, 2010

Pensamientos a la hora del desayuno


-Me parece que has acabado con mi paciencia –le espeté.

Llevaba una hora, una hora bien contada, por mi maldito reloj, durante la cual mi padre había estado decidiendo sobre si ponerse una corbata azul o una roja.

-Pero hija –decía mi padre- no tengo la culpa de ser tan indeciso. Me parece que ambas corbatas son igualmente válidas para el día de hoy. Tengo una entrevista de trabajo y no sé cuál escoger. Si elijo la azul, lo que entenderá la persona que esté en Recursos Humanos es que soy asertivo, pacífico, tranquilo, que apuesto por el diálogo, comunicativo, moderador… Pero, ¿y si eso no es lo que buscan? En cambio, con la corbata roja, lo que le estaré diciendo es que soy decidido, enérgico, dominante, que siempre me salgo con la mía, que tengo un espíritu…

-Sí, sí, ya lo he entendido –le interrumpí bruscamente- Llevas mucho tiempo repitiendo las mismas palabras. ¿Quieres saber mi opinión? Creo que, ya que mientes en tu currículum, deberías mentir también en la entrevista. Elige la maldita corbata roja y cállate de una vez.

-¿Tú crees? –dijo abriendo mucho los ojos, ignorando mi tono y mis palabras impertinentes porque le había dado una respuesta clara.

-Sí, papá. Elije la roja y date prisa o llegarás tarde.

Mi padre caviló unos segundos, mirando las dos corbatas, antes de decir:

-¿Sabes qué? Elegiré la azul. Seguro que le da más confianza.

Maldita mi decisión de comprarle un libro sobre cromoterapia, pensé.

Mi padre se puso la corbata azul finalmente, y se llevó la roja, solo por si acaso, como él mismo dijo antes de cerrar la puerta.

¿Por qué a las personas les cuesta tanto decidirse?, me preguntaba delante de mi taza de café. ¿Y por qué, una vez hemos hecho una elección que es claramente exclusivista, tenemos miedo de no haber acertado y necesitamos firmemente saber que no nos hemos cerrado ninguna puerta, que tenemos oportunidad de rectificar?

¿Para qué nos sirve el intelecto entonces, si estamos condenados a una inseguridad permanente, donde la posibilidad de tener una certeza es prácticamente nula?

Saber que mi padre no era así solamente con las corbatas, sino que mostraba el mismo tipo de comportamiento ante elegir vino o cerveza, o ante ver una u otra película en el cine, no me consolaba.

Es más, saber que no era una excepción a esta norma de la Eterna Duda, sino que un gran número de personas se comporta de esa misma forma, incluso ante una decisión completamente trivial, me ponía de los nervios.

¿Tan difícil es manejar las opciones y elegir, sin volver sobre tus propios pasos minutos más tarde para escoger otra cosa? ¿Tan pobre fue tu primer razonamiento que necesitas malgastar el tiempo en rehacerlo de tal forma que tengas que elegir otra cosa para tranquilizarte de que esta, solo por ser distinta a la primera que elegiste, es mejor?

La estupidez humana, a la par que su inteligencia, nunca dejarían de sorprenderme.


6 comentarios:

Anónimo dijo...

Me has recordado a un pasaje que leí de una de mis autoras favoritas, Yourcenar.
No tiene mucho que ver en realidad, pero creo que te gustará. Voy a buscarlo esta noche y te lo enseñaré.

De todos modos no me parece pobreza de pensamiento si no más bien miedo, poca seguridad.
Las cosas son mucho más simples...

Elvira dijo...

No sabría qué decirte. Hay de todo en la viña del Señor :D

Unknown dijo...

Me he permitido dividir el texto en dos.

El relato es magnífico, está llevado de puta madre, así de claro.

Y la reflexión posterior muy acertada también.

El conjunto te ha quedado estupendo ;)

Argeseth dijo...

Creomoterapia? XD Las cosas que nos trae el New Age! Pero hay que reconocer que como animales que somos respondemos a estímulos visuales.
Me quedé pensando sobre la indecisión y de porqué hacemos cosas parecidas a lo de la corbata. Podría decir que la raíz de ese tipo de inseguridad es una sociedad materialista, pero creo q me quedaría muy corto. Quizá es parte de la naturaleza humana, lidiar eternamente ante la elección de dos caminos. Algunos sobrellevamos mejor las decisiones que otros.

Elvira dijo...

¡Menos mal!

El problema se acentúa además cuando no solo hay dos caminos, sino tres o cuatro, o doce, o seiscientos mil.

No me pone tan nerviosa la indecisión como el cambiar de opción una vez has elegido ya.

Prefiero un indeciso que sea coherente con lo que escoge que alguien que tome muy rápido las decisiones y cambie cien veces de parecer.

Anónimo dijo...

Elvira, lo siento, pero no he encontrado lo que buscaba.
Tampoco me atrevo a intentar explicarlo, que la cagaré de seguro.

Te prometo que en cuanto lo encuentre y lo madure le hago una entrada.

Un saludo