24 julio, 2012

Granada I


Esta casa tiene la memoria eterna

como las piedras que la levantan.


Mosaicos artesanos ofrecen a la vista sus colores

dejando cierto sabor a delicia turca,

a opio y jazmín, a sándalo y a naranja

en el cielo de la pupila.


Se respira higuera, helecho y enredadera,

con cierto poso de ciruela amarga.


La ceniza de la chimenea me habla

acerca de inviernos que ahora,

bajo este sol y esta brisa veraniega

ni siquiera puedo llegar a imaginar.


Cuántas historias de amor

puede llegar a albergar un sofá.


Salamanquesas fugaces entran por las ventanas

hacen su ronda unos minutos a la espera

de que ningún ejército de mosquitos

haya perturbado la paz del lugar.

Después se marchan tan rápido como han venido,

como los buenos amigos que vienen a ver cómo estás

y una vez seguros, pueden alejarse tranquilos.


Dos gatos me custodian,

uno dentro y otro fuera de casa.

Allá donde haya un felino,

puedo llamarlo hogar.


Este es el lugar perfecto,

qué silencio,

aquí los problemas no existen,

son como el mobiliario, de mimbre,

y sabemos que por eso se doblan

antes que partirse.


Ya me callo.

Tiendo, a veces, a hablar demasiado,

como las perdices.

Tal vez por eso

siempre terminan con ellas los cuentos

y ahora, este poema.


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