Julio avanza, a solo cinco días
de terminar el exilio, se me quedan en la garganta
demasiadas preguntas sin nacer
y quedo huérfana de finales sin principio.
El verde que te quiero verde escuece en las pupilas,
no cesan de cantar los grillos y la tierra
húmeda tiene un olor lascivo,
como a sexo sucio y sudor entre sábanas
o tal vez soy yo,
tal vez soy yo.
Me espía un fantasma de un tuerto morisco
por la ventana y me hace tiritar de miedo,
como a una niña que sabe que la presencia
del crucifijo no va a salvarla de los espectros
por mucho que rece.
El amor es eso que se hacen los escarabajos
bajo el castaño, aquí todo es tan sencillo,
tan sencillo,
tan sencillo, que da asco.
Aquí pierdo la belleza y la forma
y me uno a las raíces, casi no parezco
humana de lo que se me pudren las flores
y los labios ya no besan por el sol
demasiado ardiente para respetar su textura
o su color.
Regresaré mustia a la ciudad para que sus noches
y el alcohol me devuelvan lo que era,
para volver a tener el bronceado nocturno
de las farolas y del rímel corrido por las mejillas,
el rojo natural de mis ojos de insomnio,
el sudor dulce y romántico que deja la cerveza,
las voces de los bares prendidas en las pestañas,
el hielo del asfalto en las muñecas y la esperanza,
la esperanza de que no acabe nunca este verano.
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