25 julio, 2012

Granada II


Julio avanza, a solo cinco días

de terminar el exilio, se me quedan en la garganta

demasiadas preguntas sin nacer

y quedo huérfana de finales sin principio.


El verde que te quiero verde escuece en las pupilas,

no cesan de cantar los grillos y la tierra

húmeda tiene un olor lascivo,

como a sexo sucio y sudor entre sábanas

o tal vez soy yo,

tal vez soy yo.


Me espía un fantasma de un tuerto morisco

por la ventana y me hace tiritar de miedo,

como a una niña que sabe que la presencia

del crucifijo no va a salvarla de los espectros

por mucho que rece.


El amor es eso que se hacen los escarabajos

bajo el castaño, aquí todo es tan sencillo,

tan sencillo,

tan sencillo, que da asco.


Aquí pierdo la belleza y la forma

y me uno a las raíces, casi no parezco

humana de lo que se me pudren las flores

y los labios ya no besan por el sol

demasiado ardiente para respetar su textura

o su color.


Regresaré mustia a la ciudad para que sus noches

y el alcohol me devuelvan lo que era,

para volver a tener el bronceado nocturno

de las farolas y del rímel corrido por las mejillas,

el rojo natural de mis ojos de insomnio,

el sudor dulce y romántico que deja la cerveza,

las voces de los bares prendidas en las pestañas,

el hielo del asfalto en las muñecas y la esperanza,

la esperanza de que no acabe nunca este verano.


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