12 julio, 2012

Minúsculas certezas


Amanece, hoy es un nuevo día

y una gata con cara de estrella

se despereza contra la puerta,

provocando la anomalía vibrante

del maullido precoz

de las diez de la mañana.


No puede ser,

hoy las sábanas son más naranjas que ayer,

cuando las pelusas se arremolinaban a mis pies

con la desgracia de una catástrofe natural.


Son iridiscentes, tus ojos,

como la botella que contuvo

el mensaje que me salvaría la vida

desde un invierno mal entendido.

Como un intrépido navío

que se hunde en el mar,

así es el nacimiento de un planeta.


Las puestas de sol son un asunto personal,

cadáveres relucientes que reconocen

la foto imaginaria que llevas en la cartera;

la luna por sombrero, no sé qué más

puede traerte a la vida hoy

si no es tirar el orgullo bien lejos

aceptar un beso y sostenerlo entre los dedos sin temblar.


No soy yo la que silba, ¿no lo ves?

Tengo la maldita costumbre de hablar por mí misma

y cuando me equivoco tengo que volver atrás

y decirme muy seriamente, a la cara,

que me muero por saber cómo es vivir,

que un error es como la espuma del mar.


Esa mezcla de blanco y azul que siento

en el fondo del vaso da vértigo,

y al mirarme en el espejo

ya no tengo miedo a los agujeros

negros, ni a la gravedad,

porque la voz me cambia y yo con ella,

y me duermo pensando en luciérnagas gigantes.


Yo contra las cuerdas, una vez más,

sabré aprender a tocar la guitarra

y a cantar con la voz de los grillos.

Si quieres acompañarme, cógete a mi mano

y subiremos la escarpada pendiente

que termina en un oasis de arena.


Y duerme, y duerme,

duermevela oscura y amarga

y dulce y plateada.

Que las noches se me pierden,

me pierden,

las noches se pierden

y sale la luna y me dice que duerma,

que anochece y me asegura

que mañana volveré a despertar

en mi cama seguro,

segura de que no hay un por qué.

Y así es como transcurre la vida,

cuando el segundo más importante

nunca es el siguiente, sino este instante.



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