15 abril, 2010

Todo queda en casa



En aquella tarde leí

el libro que habías dejado

sobre los escalones del patio,

especialmente para mí.


Hubo otras mañanas,

otras tardes,

en las que tu libro y yo

caminábamos por las horas

asidos de la mano.

Yo buscaba entre sus páginas

la manera de seguirte,

pues tu ausencia manchaba mis manos

y mis manos manchaban tu libro,

rebosante del ansia que le había impregnado

con tal de encontrarte en él.

Pero no te hallé entre sus páginas,

y tu libro se perdió con los años,

lloroso porque no te había hecho volver,

y yo lo había abandonado

entre réplicas y lágrimas.


Y una tarde, alejado tú de mis ensueños,

de mi corazón, de mi alma y de mi aliento,

te descubro en las páginas del libro olvidado,

y ahora lo entiendo.


Tú te has marchado y te has llevado mis recuerdos,

pero has dejado a este libro entre mis manos.

Y aunque estés lejos, y solo seas una sombra del pasado,

descubro el secreto que se hallaba guardado

entre las hojas de papel:

Tú eres el libro, y aunque nunca nos volvamos a ver

podré sentir que te siento cerca, aunque no estés

conmigo y deje el libro en un rincón de mi cuarto,

junto a tu nombre, tu risa y tus abrazos.


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