En aquella tarde leí
el libro que habías dejado
sobre los escalones del patio,
especialmente para mí.
Hubo otras mañanas,
otras tardes,
en las que tu libro y yo
caminábamos por las horas
asidos de la mano.
Yo buscaba entre sus páginas
la manera de seguirte,
pues tu ausencia manchaba mis manos
y mis manos manchaban tu libro,
rebosante del ansia que le había impregnado
con tal de encontrarte en él.
Pero no te hallé entre sus páginas,
y tu libro se perdió con los años,
lloroso porque no te había hecho volver,
y yo lo había abandonado
entre réplicas y lágrimas.
Y una tarde, alejado tú de mis ensueños,
de mi corazón, de mi alma y de mi aliento,
te descubro en las páginas del libro olvidado,
y ahora lo entiendo.
Tú te has marchado y te has llevado mis recuerdos,
pero has dejado a este libro entre mis manos.
Y aunque estés lejos, y solo seas una sombra del pasado,
descubro el secreto que se hallaba guardado
entre las hojas de papel:
Tú eres el libro, y aunque nunca nos volvamos a ver
podré sentir que te siento cerca, aunque no estés
conmigo y deje el libro en un rincón de mi cuarto,
junto a tu nombre, tu risa y tus abrazos.
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