17 marzo, 2010

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Un resplandor. Blanco. Azul.

Ahí estás. O eso parece. Realmente solo veo tu huella. La firma de un ausente, diría Freud.

Rojo, amarillo.

Verde.

Te has convertido en cursivas, en círculos y runas, en más runas, en códigos, en manchas. ¿Qué significan tus manchas? No lo sé, pero ahí estás. Ahí está tu alma.

Fogonazo.

Palabras que destruyen. ¿Eres ellas también? ¿Eres parte de la destrucción que parafraseas?

¿O eres solo tus palabras? ¿Trazos sin sentido? ¿Tienen sentido?

¿Lo tienes tú?

Rosa.

Gris.

Leo cada vez más rápido. Cada vez entiendo menos lo que escribes debido a la velocidad con que comienzan a girar mis pupilas, mis retinas, mis fóveas, mis cristalinos.

Mi rostro.

Todo mi ser.

Más rápido, más rápido.

Espiral de colores.

¿Eres una vorágine? ¿Atrapas a aquellos que te leen?

Morado. Naranja.

Un suspiro.

Termino.

¿A dónde has ido?

¿Sigues estando ahí, o eres como el periódico que tras leerse se transforma en un montón de hojas hasta que alguien lo vuelve a coger?

Ya no hay nada de tu ser.

Nada con lo que puedas sorprenderme.

Y cierro la página, y ya no hay rastro visible de tu cadáver.

Has muerto.

Inicio, Apagar.

Negro.



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