Qué sabrás tú de tu ausencia. Qué sabrás tú de las imágenes fugaces que aparecen repentinamente en mi mente como el estallido de un trueno y que aparto de ella encendiendo bruscamente un cigarro.
Qué sabrás tú de mis sábanas frías, de las noches agarrando la almohada esperando encontrarte debajo de ella. O de las duchas donde el agua caliente son caricias que se enredan en mi pelo y me recuerdan a tus manos, demasiado tímidas como para ir más allá de mi cintura.
Qué sabrás tú de los Martinis, de los tequilas, de los chupitos de vodka bebidos a tu salud en un antro oscuro lleno de borrachos que se mueren por echar un vistazo debajo de mi falda. De los vasos que dejo encima de la barra demasiado manchados de carmín como para atreverme a desmentir que estoy ebria de besos. Cómo poder decir que termino en la cama con un desconocido y que te estoy follando tan dulcemente como estos labios extraños me abren cada poro de la piel intentando absorber un alma de la que carezco.
Qué sabrás tú de esas parejas a las que envidio por la confianza que depositan la una en la otra, por la esperanza y la compenetración que se regalan, mientras que yo me escondo detrás de una máscara y finjo ser quien no soy para evitar a toda costa que llegues a conocerme.
O de las lunas que se apagan teniéndome a mí como única amante cuando el sol se enciende y decide aniquilarlas una a una, mientras yo retengo entre mis brazos su último estertor hasta que la noche desaparece y me obliga a entregar su pútrido cadáver satélico, tal y como entrego el mío níveo y cenozoico.
Qué sabrás tú de las veces que veo tus ojos pasar por las calles, tu sonrisa impresa en la cara de un niño que me invita a jugar a la pelota con el mismo ademán con el que tú me invitas a un contacto tóxico. De las heridas que me cierro con aguja e hilo de camisa vieja, preguntándome si sabré curar las tuyas. O del tiempo en que reflexiono sobre cómo convertirte en un tipo decente y digno de mí, cuando yo soy tan indigna para ti como una zorra de un bar cualquiera, solo dispensada por tener buen gusto para vestir y por saber chupártela.
O de cuando me muerdo las uñas porque dejármelas largas no me compensa, ya que no tengo tu espalda para arañarla y descargarme en ella. O de las medias que rompo para parecer un espejismo de niña modélica encerrada en su mundo subterráneo y diabólico, un lugar en el que parecer una vagabunda calentona es muestra de esnobismo catastrófico, además de una invitación a la horca dentro de una plaza que rebosa de rostros lujuriosamente curiosos.
O de las cartas dedicadas que me fumo como papel de tabaco en las que todos mis “te echo de menos” son sustituidos por “te quiero” en un último intento de hacer acopio de valentía.
Soy una cobarde, ese es el único motivo por el que no te tengo. Pero has de saber que yo me despojo de todas mis ganancias y posesiones, por lo que no quiero que te halles entre ellas. Para no olvidarte tengo que mantenerme en tu mente de forma idílicamente platónica, donde puedas borrarme y reescribirme a tu antojo, donde recuerdes que me regalo a ti como alguien con quien puedas soñar todas las noches.
Qué sabrás tú, mi amor… del calor que me abrasa en tu gélida ausencia.
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