Aurelio me llama por mi nombre, y me mira fijamente.
-¡Deja de gritar, Aurelio! –exclamo yo a mi vez, – ¡deja de gritar ahora mismo mi nombre!
Aurelio se calla por unos instantes, y me mira fijamente. Aurelio me hace gracia. Tiene nombre y complexión de romano. Hasta se mueve como uno de ellos. Pero Aurelio no es romano, es judío. Es judío y toca el arpa. Aurelio, que parece un romano, pero es judío y toca el arpa, es, en realidad, mudo. Y aún así, grita mi nombre. Claro que lo grita. Lo grita tan alto que veo las letras que lo componen resbalarse por sus ojos, salpicar su saliva y rodearme con dulzura.
Aurelio es mudo, pero yo lo quiero. Lo quiero con un amor silencioso. Nadie más lo sabe, ni siquiera mi novio, pero Aurelio sí lo sabe aunque sea mudo y mi amor por él, sordo. Pero con que él lo sepa, me basta.
Aurelio antes no era mudo. Siempre ha tenido la boca muy grande y, cuando podía hablar, se le llenaba de palabras que masticaba y escupía con fluidez. Ahora sigue teniendo la boca muy grande, y se le sigue llenando de palabras, solo que únicamente yo las llego a entender. Pero antes yo no lo quería, quería a mi novio. Pero mi novio ha perdido el interés en mí y por eso me he enamorado de Aurelio. Hablo con mi novio lo mismo que con Aurelio, pero Aurelio sabe expresarse de verdad, aunque no abra la boca. Mi novio, aunque de vez en cuando abre la boca, dice lo mismo que si estuviera callado. O a lo mejor es que yo me he vuelto sorda y ya no sé hablar con los hombres. No sé qué será.
Aurelio me sigue mirando fijamente y me quita una ramita del pelo mientras se ríe. Intenta cogerme de la mano, pero yo retrocedo y lo miro con seriedad.
-No, Aurelio, no. No me cojas de la mano, que tengo novio.
Y él me mira con ojos de reproche y se acerca a su arpa para tocarla. Acaricia las cuerdas suavemente y la música me envuelve unos momentos. La melodía se va volviendo cada vez más cadenciosa y obsesiva y consigue que mi corazón se dispare. Aurelio me mira mientras toca el arpa y me dirige una mirada intensa. Mi respiración se acompasa con mis latidos. Estoy perdiendo el control.
De pronto me levanto y Aurelio interrumpe su música.
-Lo siento, tengo que irme. En seguida vuelvo.
Y Aurelio fija en mi figura sus ojos tristes mientras me alejo.
El amor no es solo es ciego, sino mudo y sordo. Así que voy a romperme las piernas bajando por las escaleras para que pueda merecer a Aurelio de una maldita vez. Aunque luego tenga que volver a su casa arrastrándome con los brazos, sabré que por fin podemos estar juntos. Al fin y al cabo, Aurelio es el hombre más perfecto que conozco. Y quien diga lo contrario ve, escucha, saborea, habla y siente de la manera equivocada.
1 comentario:
Sí.
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