25 marzo, 2010

El fin del mundo


El aire está cargado de electricidad.

Nos miramos a tres metros de distancia. Siento la descarga de tu mirada y estoy segura de que tú sientes la corriente que emana de la mía. Vuelve a haber hojas caídas como en otoño, pero no son doradas sino verdes, y bailan en torno a nosotros. Siento tu calor, aunque mi piel no esté en contacto con la tuya, porque el viento lo arrastra hasta mí; y tus infrarrojos me inundan y me abrasan, como un trago de absenta deslizándose por mi garganta.

El aire eléctrico gira alrededor de nuestras figuras impertérritas. La corriente alterna que hay desde tus ojos almendrados hasta los míos de color miel adquiere una velocidad que rompe las barreras del sonido. No sé si es el campo magnético que hemos creado con solo un contacto visual, pero estoy segura de que ahora tan solo se encuentran tus manos a dos metros de las mías.

Me recorres con tus retinas, imprimiendo todo lo que ves para poder saborearlo más tarde en la soledad de tu cuarto, en la frialdad de tu almohada. Intento no hacer ningún movimiento, ser tu escultura perfecta carente de expresión, para que puedas dibujar aquella que más desees cuando me recuerdes. El viento sigue silbando, pero yo ya no lo escucho. El movimiento de mis aurículas se ha acompasado con el de tus ventrículos, y creo que la aorta me va a estallar.

De pronto tu olor me sacude las entrañas. Solo estamos a un metro de distancia. Los electrones continúan rugiendo airados a nuestro lado, y ahora se ensañan con mis cabellos que a intervalos enseñan y ocultan mi rostro. ¿Cómo has conseguido invadir mi espacio vital sin que me haya dado cuenta? ¿Dónde está tu tarjeta de permiso? Mis sinapsis conectan con las tuyas y nuestros impulsos nerviosos hace cinco segundos que han dejado atrás la velocidad de la luz.

Nos convertimos en imanes en el centro del huracán. Nuestros polos positivo y negativo se han fundido. Brotan chispas cuando tus brazos rodean mi cintura y me atraes hacia ti. Solo quedan diez milímetros entre nuestros labios y yo ya siento el deseo de que dejes de electrocutarme con tus ojos inescrutables y me beses para que cese todo de una vez. Pero no me concedes la gracia y me torturas teniéndome solo a un centímetro de distancia de la promesa de tus comisuras. Tengo un pie en el abismo y anhelo saltar dentro de él con todas mis fuerzas.

Déjame saltar.

No sé en qué medida de tiempo infinitesimal lo consigues, pero nuestras bocas se encuentran y se produce un cortocircuito.

El mundo se derrumba a nuestro alrededor. Ya nada importa, salvo nuestras lenguas que se enzarzan en una lucha por ver quién consigue envolver por completo a su compañera, o nuestros labios que sangran a cada mordisco pasional que nos dedicamos y que se superponen hasta el dolor, o nuestra saliva que mejora la conductividad de los miles de electrones que liberamos en cada roce de piel.

Tus manos dibujan fotones en torno a mi cuerpo, mis uñas arañan tu espalda hasta hacerte sangrar. No recuerdo donde comienzan tus poros y terminan los míos cuando unimos nuestros electrolitos.

Somos una catástrofe natural. Somos un cataclismo. Somos la electrónica del mundo que nos rodea, la electroforesis de la vida en el planeta. Somos la Química del carbono conspirando para destruir toda la materia y antimateria existente en el Universo. El perfecto acelerador de partículas que creará un agujero negro en la galaxia.

Tú y yo.


3 comentarios:

Unknown dijo...

Francisco Javier dijo...
Bonito escrito con el que me siento muy identificado, aunque la protagonista sea una chica.

Y es que la sensación de estar solo en medio de un montón de gente es demasiado familiar para mí.

***

Lo siento, no podía evitarlo.

Y lo que te tenía que decir ya te lo he dicho.

Elvira dijo...

Qué forma tan terrible de estropear mi entrada y mi blog con el recuerdo de ese capullo.

Ahora da tres vueltas mientras haces palmas como castigo.

... Y si a ese tío se le ocurre aparecer (que no creo, porque le estallaría la cabeza al estar acostumbrado a la forma infumable de escribir que tienen otros) le arrancaré los cataplines y los pondré en la cabecera del blog clavados en una pica, para avisar a los gilipollas de que no quiero que entren aquí.

... Y la idea no es mala, simplemente lo podrías haber puesto en una entrada que me gustara menos.

Argeseth dijo...

uf.